Las corrientes políticas de izquierda, por medio de sus voceros, proclaman que uno de sus objetivos es consagrar la igualdad. Una formulación tan vaga requiere un análisis profundo, a los efectos de conocer si es posible su concreción.
La naturaleza humana es esencialmente desigual y ello se ve reflejado en la salud, la duración de la vida, los talentos, las virtudes, las vocaciones, las preferencias, etcétera, de cada uno. A ello debemos sumar los proyectos, las ideas y las creencias. Pese a todos los esfuerzos colectivistas que, en la corriente del tiempo, se han ensayado para homogeneizar o uniformizar a las sociedades, éstas son cada día más diversas y variadas. Obviamente que a estas diferencias no se refieren las proclamas de la izquierda, sino a las de patrimonio o rentas entre las personas. Pero resulta que justamente éstas están determinadas por las desigualdades anteriormente reseñadas.
Sí los talentos y las virtudes son desiguales entre los humanos y por ende su contribución social es diversa, como lógica consecuencia los ingresos o rentas de cada uno no pueden ser iguales. Entre los humanos hay personas que sobresalen por su inteligencia en el campo de la ciencia o de la técnica o en su natural destreza en las artes, en el deporte, en su capacidad emprendedora e innovadora, todo lo cual conlleva una estimulante remuneración, conforme a las necesidades y preferencias del colectivo social. Hay quienes se esfuerzan, se arriesgan, aprovechan las oportunidades y por consecuencia progresan, en cambio hay otros que no hacen nada de ello y los capta la indolencia, la dilapidación o la imprevisión, por consiguiente sus ingresos son reducidos y en ocasiones inexistentes.
En una sociedad libre y próspera, la cooperación social determina una constante movilidad social, todo lo contrario a una sociedad estamental, de castas o clases. A propósito de las clases sociales, las mismas no existen en su concepción original, lo que hay son diferencias de rentas, como incluso Marx y Engels, que no eran anticapitalistas sino post capitalistas, debieron admitir en la parte final de El Capital.
La ignorancia, la envidia y el resentimiento, alimentado por la demagogia política, han alentado las propuestas igualitaristas. Las mismas han fracasado rotundamente desde la Unión Soviética a Cuba, el formidable progreso económico de China y Vietnam se deben al entierro del ideal nivelador que dio origen a ambas experiencias socialistas. En una sociedad donde funcionan los mercados, éstos se encargan de la distribución de los ingresos, por medio de transacciones libres y voluntarias, sin necesidad de redistribuciones desmotivadoras, para ello es esencial que exista igualdad ante la ley.
Cada uno tiene que procurarse por sí mismo el trabajo, la vivienda, la educación y la cobertura sanitaria y previsional. Pero sabemos que existen personas que debido a diversas causas no pueden satisfacer dichas necesidades básicas y ahí entra a actuar la solidaridad social focalizada que debe garantir el Estado, dado que los mercados muestran en esta área debilidades o insuficiencias, todo ello costeado por un sistema tributario justo y neutro.
Sólo hay prosperidad cuando se premia el esfuerzo, el talento, la virtud y la asunción de riesgos, y se castiga la indolencia, la imprevisión y la irresponsabilidad, bajo el principio moral de que cada uno debe asumir las consecuencias de las decisiones que adopta en su vida.
La caridad y la filantropía en el ámbito privado y la solidaridad social en el ámbito público, son esenciales y por ello siempre los liberales han hecho de ellas junto a la Libertad sus principios rectores. La condición humana está signada por la enfermedad, la muerte y la pobreza. En nuestro tiempo cada vez mayor cantidad de humanos gozamos de mejor salud, de una vida más prolongada y de un mayor bienestar material. Todos los esfuerzos de la ciencia y de la economía van en esa dirección, no obstante existen límites infranqueables.
Sólo en el paraíso bíblico, para quienes creen en él, habrá salud perfecta, abundancia material y vida eterna. Pero en esta vida, que es la única que conocemos, los recursos siempre serán finitos para las aspiraciones humanas que son infinitas y la salud y la vida dependen, en elevado grado, de circunstancias que no manejamos. La incertidumbre surca nuestras vidas.
José Batlle y Ordóñez, hijo de su tiempo y de su formación krausista, no fue un liberal en lo económico, no obstante siempre condenó la lucha de clases y el igualitarismo, a este propósito escribió, en el diario El Día, esta espléndida reflexión: “No hay que proclamar ni aceptar esas doctrinas de infortunio y de muerte. En todas las clases hay hombres buenos y hombres injustos, y en todas, la mayor parte de ellos renunciaría con gusto a una porción considerable de lo que poseen si se aplicara un plan de vida que asegurara el bienestar de todos. Pero ¿qué plan es ese? Aquí entran las disensiones. Son pocos, muy pocos, los que ven claro, en estas cosas, y acaso nadie ve con perfecta claridad, tan complicada es la espontánea y milenaria organización social. Los juicios se forman, en esta materia, más bajo el influjo del interés que por un procedimiento intelectual. El que nada posee es naturalmente partidario de que se hagan todos los ensayos que puedan mejorar su suerte. Pero el que posee algo teme verse privado de lo que tiene, o de una parte de ello, sin que se haga nada útil para la colectividad, y a veces haciéndose cosas perjudiciales”.