¿DEMASIADO AMOR A NUESTRA CULTURA? Por Joise Manuel Morillo

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El título contiene un argumento que tiende a un reproche basado en el orgullo de nuestra estirpe occidental como herencia de un legado épico de lustre greco romano. Tal sentimiento nos procura una responsabilidad que va más allá de una simple necesidad para convertirse en pasión, a lo cual compete el manejo de muchísimo conocimiento, que es sin más el deseo más profundo del ser humano denominado pensador. Por ende del filósofo.

Sin embargo, debemos considerar, americanos y europeos, sin discriminación de alguna especie, que el cultivo y cosecha de esa semilla llamada conocimiento no es absoluta como tal o como pretende la casta “greco latina” (valga el gentilicio). La misma ha sido la cepa común de la inteligencia -de propiedad única humana- en función de obtener soluciones ante los avatares y proyectos científicos y tecnológicos de carácter cotidianos en todas las épocas y civilizaciones registradas, conocidas y desconocidas en nuestros tiempos y que ha tenido vigencia  en cada época de lo que llamamos historia, más aún, particular en cada pueblo.

Para Leopoldo Zea ésta premisa constituirá o podría ser un fundamento para darle mérito a su “filosofía americana como filosofía sin más” Lo contrario sería aceptar una “no genuinidad” basada -quizá- en la imitación y no un legado, que, de todas formas deberíamos amputar. Considerando, que gracias a esa virtud llamada inteligencia anidada en lo que denominamos mente, tal desarraigo sería sustituido por un modelo propio y genuino de impronta y genealogía mixta y de fundamento metropolitano. Para esto, debemos, necesariamente, señalar como caldo primigenio la sabiduría precolombina.

Aún cuando debo tener un rechazo a la detracción ambigua que manifiesta Nietzsche contra la saga socrática, a eso de la no prescindibilidad del sesgo cultural griego ante, y como impronta de nuestro desarrollo civilizado -americano- pongo mi terrón de arena trayendo al plano apreciativo el genio de François-Marie Arouet, Voltaire (Francia, 1694-1778) escritor, historiador y filósofo,  quien además de criticar la ingenuidad de algunos pensadores como Leibniz, advierte que no sólo la civilización griega desde otrora era la vanguardia de la ciencia y la tecnología durante la saga épica Alejandrina y helénica, para ello traigo a colación una oración emblemática encontrada en su obra “la princesa de Babilonia” en donde, al momento de encontrarse con la maravilla de la metrópolis babilónica su catastro y jardines aéreos, ergo,  una arquitectura esplendorosa, manifiesta: ¡entonces! Mi maestro Aristóteles está equivocado, esta magnífica obra no puede haber sido diseñada y construida por bárbaros.

Para Tzvetan Todorov (Bulgaria, 1939-2017, filósofo, teorico literario, lingüísta, esa mixtura etnológica que denomino metropolitana al principio y que constituye en caldo primigenio de nuestra cultura no se puede investigar únicamente como un axioma de fórmulas científicas, pues, para esas investigaciones no se trata de sustancias físicas o químicas, sino de seres humanos; y que racismo, antisemitismo, inmigrantes, umbrales de tolerancia, fanatismo religioso, guerras y etnocidios son nociones cargadas de un gran peso afectivo, hacia el “El cruce de las culturas”

“(…) El hombre de acción parte de valores que él sobreentiende; el intelectual hace de ellos, por el contrario, el objeto mismo de su reflexión. Su función es esencialmente crítica, pero en el sentido constructivo de la

palabra: confronta lo particular, que todos nosotros vivimos, con lo universal, y crea un espacio en el cual podemos debatir sobre la legitimidad de nuestros valores. Se niega a ver que se reduzca la verdad tanto a la

mera adecuación a los hechos que invoca en su favor el científico, como a la verdad de revelación, a la fe del militante.”  (“El cruce de las culturas”)

Para el mundo intelectual es sabido que muchos pensadores pre y post socráticos solían asistir a países del medio oriente y latitudes del este asiático en busca de nuevos conocimientos. La historia filosófica moderna y post moderna no se escapa de ello. Considerando esto podemos imaginar que, incluso, la sabiduría griega era una cosecha de cultivo polisémico y no una roca de genuina orogénesis.

Antes de la ilustración pitagórica ya había en el mundo antiguo -digo en el intelecto humano- una fuente matemática, tan precisa y quizá mejor que sus fórmulas trigonométricas. Recientemente el matemático australiano, Daniel Mansfield de la Universidad de Nueva Gales del Sur decodificó una tableta de arcilla babilónica (Plimpton 322) de 3700 años, descubierta originalmente a principios del siglo XX en el sur de Irak, revelando que en mesopotamia estaban haciendo una trigonometría más precisa casi 1500 años antes de que los griegos. Esta Tableta contiene una serie de números dispuestos en cuatro columnas y 15 filas. Antes de este descubrimiento el propósito de estos números siguió siendo un misterio. A diferencia de la trigonometría griega, que se basa en ángulos y círculos, la trigonometría babilónica utiliza proporciones de lados de triángulos rectos y un sistema numérico base 60 (sexagesimal). Este sistema, encontraron los investigadores, permitió a los babilonios crear una tabla trigonométrica más precisa que el método griego, ya que evita números irracionales y proporciona proporciones exactas.

Como se puede observar nuestra prolífica, polifacética y “metropolitana” cultura, no impoluta, tiene o podría tener sobrevaluada mensura. Sin embargo, no se descarta que esa misma prolífica y alimentaria cosecha tiene -aunque parezca ambiguo pronunciar- un inconmensurable valor por ser propia americana, no es la imagen y semejanza de otra, sino la cosecha de muy buenas semillas abonadas en una muy fértil Tierra.

Nuestros científicos, intelectuales y gente común con sus profesiones y ocupaciones han dado muy buenos frutos al mundo. 

Entonces,

No hay reproches que valgan, la prueba no las muestra el número de membresía Rafael María Baralt en la RAE,   la visión sociológica de América de Simón Rodríguez, principal mentor de Simón Bolívar. La virtud del legado de José de San Martín, la vanguardia literaria de Rubén Darío, Juana de Ibarbourou, G.G. Márquez, Mario Vargas Llosa, J.L.Borges, El legado académico de Andrés Bello, el genio positivista de  Domingo F. Sarmiento el foco del positivismo en América, concretamente en la Argentina, dentro del cual queda salvada la libertad del individualismo: acicate de todos sus heroísmos y todas sus luchas.  Ese orden debería ser el resultado de la propia voluntad del individuo.  

Ahora representado por un cerebro libertario, Javier Milei.

Además toda una representación en las ciencias, en astronomía de la NASA con representantes Latinoamericanos, en el deporte mundial etc.

¡No es demasiado amor a nuestra cultura,

es el amor que se merece! 

Joise Morillo 

[email protected] 

Venezuela 

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