UN PROBLEMA QUE EXIGE UN CONSENSO POLÍTICO. Por Marcelo Martín Olivera

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La situación de inseguridad en Uruguay ha alcanzado niveles alarmantes. En las últimas semanas todos fuimos testigos de las balaceras en la zona de Cerro Norte producto de la batalla entre bandas de narcos, mientras la esperanza en la intervención estatal se desvanece. Estos hechos reflejan una realidad que se extiende por otros barrios de Montevideo, donde la guerra entre bandas criminales ha desatado un caos que deja en evidencia la fragilidad del control estatal sobre el orden público.

Ante este panorama, resulta evidente que las políticas de seguridad implementadas hasta ahora han fracasado en su objetivo de garantizar la tranquilidad de los ciudadanos. La ineficacia en la coordinación entre las distintas fuerzas de seguridad, la falta de un enfoque estratégico claro y la respuesta tardía ante el avance del crimen organizado son síntomas de un problema más profundo: la ausencia de una visión unificada que trascienda los intereses partidarios.

Es imperativo que la seguridad se convierta en una prioridad nacional, un tema que no esté sujeto a las fluctuaciones del ciclo electoral ni a las diferencias ideológicas. La gravedad de la situación demanda un consenso político amplio, que permita la implementación de políticas de Estado efectivas y duraderas. Solo a través de un esfuerzo conjunto, podremos revertir la espiral de violencia que amenaza con desbordar a nuestra sociedad.

La inseguridad en Uruguay no es un problema aislado, sino un fenómeno complejo que requiere un enfoque integral y multidimensional. La situación en barrios como Cerro Norte y otras zonas vulnerables del país, el problema no se circunscribe a Montevideo, revela una falta de control estatal que ha permitido el surgimiento de zonas prácticamente liberadas, donde se evidencia la ausencia del Estado. La violencia desenfrenada, impulsada por la lucha de poder entre bandas criminales, pone de manifiesto la necesidad urgente de una política multinivel que aborde la inseguridad desde diferentes frentes.

En primer lugar, es esencial fortalecer la seguridad pública mediante una mayor presencia policial en los barrios más afectados. No se trata solo de incrementar la cantidad de efectivos, sino de mejorar su capacitación y dotarlos de recursos adecuados para enfrentar el crimen organizado. El respaldo al accionar policial es fundamental; los agentes deben sentir que cuentan con el apoyo total del Estado para llevar a cabo su labor, sin temor a represalias legales o políticas que socaven su autoridad.

Además, la implementación de mecanismos represivos efectivos es crucial para desarticular las redes criminales que han tomado el control de ciertas zonas del país. Esto implica no solo operaciones tácticas de alto impacto, sino también la creación de unidades especializadas en inteligencia criminal que permitan anticiparse a las acciones delictivas. Sin embargo, estos mecanismos deben estar acompañados de una firme voluntad política para aplicarlos de manera consistente y sin concesiones a la impunidad.

La presencia estatal en los barrios más carenciados es otro pilar indispensable de esta estrategia multinivel. La falta de oportunidades y la marginalización social son caldo de cultivo para la violencia y el crimen, por lo que es imperativo que el Estado intervenga de manera activa para ofrecer alternativas a la juventud atrapada en el ciclo de la pobreza y el delito. Programas de educación, empleo y desarrollo comunitario son herramientas esenciales para recuperar el control de estos territorios y restablecer la confianza de los ciudadanos en las instituciones.

Asimismo, es vital abordar la crisis de adicciones que afecta a un amplio sector de la población en estas áreas. La vinculación entre el consumo de drogas y la violencia es innegable, por lo que cualquier estrategia de seguridad debe incluir políticas de asistencia a los adictos, tanto a nivel psicológico como psiquiátrico. Es necesario un enfoque terapéutico que ofrezca tratamiento y rehabilitación, evitando que estas personas caigan en el círculo vicioso de la criminalidad.

Es evidente que la única manera de garantizar la sostenibilidad de estas medidas es a través de un consenso político partidario que las convierta en una política de Estado. La seguridad no puede ser un tema de disputa partidaria ni un recurso electoral. Debe ser un compromiso compartido que permita la continuidad de las políticas más allá de los cambios de gobierno. Solo así, con una estrategia coherente y respaldada por todas las fuerzas políticas, podremos enfrentar eficazmente la inseguridad que asola a Uruguay.

La gestión del actual gobierno en materia de seguridad ha dejado mucho que desear. En lugar de enfrentar la realidad, han optado por esconderse detrás de estadísticas que, lejos de tranquilizar a la población, demuestran su desconexión con los problemas que afectan a los uruguayos en su vida diaria. Estas cifras, presentadas con orgullo, no reflejan las calles vacías, los barrios sitiados por el miedo y la desesperanza creciente en la población.

El gobierno ha mostrado una posición tibia frente a un problema que exige medidas contundentes y urgentes. La falta de decisión y de una política clara y efectiva en materia de seguridad ha permitido que el delito se expanda, amenazando con abarcar no solo las zonas más vulnerables, sino todo el país. Estamos en un momento crítico, donde la inseguridad se nos va de las manos y la inacción no es una opción. Es imperativo que se declare la emergencia en seguridad, intensificando la actividad policial y devolviendo la confianza a los ciudadanos que, día a día, se sienten más desprotegidos.

El tiempo de las excusas y de las medidas superficiales ha terminado. Las decisiones deben tomarse ahora, con determinación y firmeza. Continuar con una actitud complaciente solo garantizará que el problema se agrave, dejando a Uruguay al borde de una crisis de seguridad sin precedentes. Es hora de actuar con la urgencia que la situación demanda, priorizando la seguridad de los uruguayos y restaurando el orden en nuestras calles antes de que sea demasiado tarde.

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