Dos veces en su discurso de presentación del Presupuesto ante el Congreso apeló
Javier Milei a frases atribuidas a Marco Tulio Cicerón, uno de los más grandes
oradores de la historia y cónsul de la República Romana: “Para finalizar, quiero
citar nuevamente a Marco Tulio Cicerón, el gran legislador romano, que decía: ‘El
presupuesto debe equilibrarse, el tesoro debe ser aprovisionado, la deuda
pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser
moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse. Para que
Roma no vaya a la bancarrota, la gente debe aprender nuevamente a trabajar en
lugar de vivir a costa del Estado’.
La completó con un dardo directo al bloque kirchnerista: “Por cierto: Ustedes de
eso no aprendieron nada” cuyo gobierno dejó a la República Argentina privilegiada
en recursos naturales en la indigna pobreza superior al 50% de su población y una
inflación anualizada del 17.000%.
La Universidad de Oxford la incluyó en un tomo de “Citas esenciales”, aclarando
que la frase en cuestión derivaría de una novela histórica: “La columna de hierro”
de Taylor Caldwell, en que atribuye esas ideas al personaje. “Antonio confundía a
Cicerón con frecuencia. Antonio estaba de acuerdo con él en que se debía
equilibrar el presupuesto, que se debía reabastecer el Tesoro, que se debía reducir
la deuda pública, que se debía moderar y controlar la arrogancia de los generales,
que se debía reducir la ayuda a los países extranjeros para evitar que Roma se
declarara en quiebra, que se debía obligar a las masas a trabajar y no depender del
gobierno para subsistir, y que se debía poner en práctica la prudencia y la
frugalidad lo antes posible”.
Tampoco existe certeza respecto de que Cicerón haya pronunciado la otra frase
que le atribuyó Milei: “Cuanto más se acerca el colapso de un imperio, más
estúpidas son sus leyes”. La duda principal sobre su veracidad es que Cicerón vivió
y murió durante la era de la República, anterior al “imperio” al que alude la
oración.
No obstante, la tarea de reconstrucción cultural y económica de la Argentina es de
tamaño ciclópeo. Requiere cirugía mayor presupuestal, orden estricto en el gasto
público y focalizar la ayuda social a ese conglomerado de pobreza que amortigüe
los efectos del proceso recesivo previo a la reactivación económica.
Los argentinos corrigieron el rumbo. Asumen con hidalguía las consecuencias
inevitables luego del colapso de políticas populistas, corrupción generalizada que
incorporaba al asistencialismo como sistema de apropiación de recursos del
Estado, una Justicia trabada en su ejecución tempestiva de los corruptos. Convirtieron al Estado en un coto de caza de enriquecimiento personal obsceno
que inficionó desde el presidente a todo el sistema ministerial, gobernadores e
intendentes. Estulticia que generalizó la inmoralidad del poder usado arteramente
en abuso del pueblo.
La codicia prebendaria asoció delincuentes con cohechadores; soborno como
parte del precio público que sumaba la pérdida diaria del poder adquisitivo que
pagaban los administrados. Todo encubierto por falsos subsidios y engañoso
asistencialismo. Nuestro hermano pueblo argentino llora las desgracias de haber
elegido mal a sus gobernantes. Haber entregado el poder a quienes lo utilizaron
para robar.
Al borde del abismo surgió la esperanza de ordenar el gasto público: dar la batalla
cultural contra un sindicalismo voraz en enriquecerse, cómplice del estupro feroz
para defender privilegios del poder; dirigentes piqueteros con banderas de
izquierda robando a los pobres; empresarios prebendarios rapiñeros de la mano
con la política; mafia narco que financia al sistema y con impunidad asola a los más
débiles.
Costará sangre, sudor y lágrimas inmerecidas para muchos ordenar el desastre.
Como costó 130 mil muertos la desidia demagógica que los usó para mejorar
encuestas alargando el claustro de la pandemia.
El desorden político ideológico mata.