LA GUERRA CULTURAL…(Parte I) Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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La novela, “Conversación en La Catedral” de Vargas Llosa arranca con su archiconocida pregunta: Zavalita, ¿cuándo se jodió el Perú? Y la pregunta sirve como punto de partida a una reflexión profunda sobre el poder, la mentira, los engaños, los intereses o la corrupción: “yo sabía que, si todos se dedicaran a ser inteligentes y a dudar, el Perú andaría siempre jodido. Y sabía que hacían falta dogmáticos”.

El mismo Vargas Llosa transformaría su vida después en la defensa de los inteligentes que dudan, en contra de los imbéciles que están absolutamente seguros.

Ese mismo cuestionamiento podría haberse dado a nivel global de nuestra civilización occidental judeo-cristiana: ¿Cuándo se jodió occidente?

Así como el choque de civilizaciones produce batallas que se definen en una guerra, se vienen dando batallas a partir de la revolución industrial.

Esa primera revolución productiva produjo una inusitada multiplicación de bienes que colocaron la ñata contra el vidrio de quienes vivían apenas con migajas.

Algunos creativos utilizaron la tecnología para desarrollarse; otros, no podían

comprender el mundo globalizado, por qué unos tenían tanto.

Otros miraban esas riquezas con envidia y querían repartirlas. Cosa que en la Edad

Media no sucedía; la convicción de castas inalterables de por vida era natural. La riqueza se imponía por la naturaleza divina de Reyes y Emperadores para protección del pueblo de otros explotadores peores que acechaban.

Choques civilizatorios culturales se vienen dando desde entonces en nuestra propia

civilización.

Conflictos de valores. Choques de vidas extremas. Construcciones utópicas de

paradigmas irreconciliables. Doctrinas francamente enemigas de la libertad, del

individuo, del derecho de propiedad.

Pruebas artificiosas que vuelven a prometer un mundo nuevo, que choca contra la

propia naturaleza humana. Contra la libertad de decidir quién manda.

¿Cuándo se pudrió todo?

Lo predijeron sus ideólogos: «Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo».

Con esta famosa frase empieza el preámbulo del manifiesto, reconociendo a los comunistas como una fuerza reunida en una organización internacional que exponga sus conceptos, fines, tendencias y operaciones.

Han reconstruido una antinomia sin solución: “La historia de toda la sociedad hasta

ahora existente es la historia de lucha de clases”. Unos viven, otros se sacrifican.

Al «contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente», la burguesía «no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, vale decir, el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social.» 

Marx y Engels vaticinan que la época de la burguesía tiene un final expresado en las

propias relaciones de producción burguesas.

Un error de diagnóstico fatal para 150.000.000 de individuos. Creerse que eran los

burgueses los explotadores.

En realidad, los emprendedores venían a liberar a millones de personas, por su

condición cultural: ahorrar, invertir, arriesgar, producir, comerciar. Afán de lucro en base a servir a un cúmulo de personas con más mercadería a menor precio. Compradores eventuales que marcaban qué producir, cuánto pagar por ello, que, además, multiplicaba la posibilidad de valor agregado a sus productos para ingeniosamente crear nuevos y poder mejorar su condición de base. Multiplicar oportunidades.

El antecedente de los obreros era la pobreza extrema. Seguramente las condiciones

iniciales de la Revolución Industrial eran muy sacrificadas, pero, mejor que las

anteriores. Por eso, llegaban millones del campo a las ciudades para conseguir empleo, un salario. Una proyección de talentos y virtudes que les diera también nuevas oportunidades.

En Europa estaba la rémora del odio al monarca, a la opresión esclava, vivir para alguien.

Esa no fue la realidad en América. El “nuevo mundo” se hacía de colonos que buscaban oportunidades. No le hacían asco al sacrificio, al riesgo, a inventar, a soñar con ser verdaderamente libres, disponiendo de lo propio.

Ese enfrentamiento dogmático llevó a Europa a la guerra en dos oportunidades. Perdió contra Stalin. Fue América la que liberó la esencia de nuestra civilización.

Cuando la URSS de Lenin y Stalin condujeron a un continente a la condición de orden y obediencia, sin chistar, fue América la que indicó el camino al resto de Europa para

recomenzar y recuperar valores culturales acuñados por años de dudas. Dudas que permiten construir sobre la duda: prueba y error. Dudas que no dan al rico

seguridad de seguirlo siendo, ni al pobre un camino de casta inalterable.

Por eso miles de inmigrantes europeos salieron de su tierra con ilusiones de vivir mejor.

Algunos con la rémora de aquel dogmatismo que trajeron a cuestas, que envenenó sus vidas y la de quienes los sucedieron para siempre.

Allí estaba después de la Segunda guerra el Perú jodido. Y por cierto, también el mundo.

Se denominó “Guerra Fría”. Para nosotros fue muy caliente.

Una guerra, varias batallas que se daban por dogmatismo; y defenderse de ellos.

Siempre algunos con vocación de tiranos intermediaron en el camino, despuntando el vicio.

La prodigalidad que se abrazó al dogmatismo, ha traído el desastre a familias,

individuos, empresas, y por cierto al Estado como una organización infectada de

parásitos.

Es interesante, y lamentable, como fenómeno político la resurrección del sistema

socialista absolutamente implosionado. Y del comunista, transformado en holocausto luego del “Gran Salto Adelante”, y ahora en autocracia capitalista.

Esta rediviva Guerra Cultural se debe a una sola persona, Antonio Gramsci, y su hegemonía.

Veremos en el próximo capítulo su incidencia jodida.

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