Por: Fabricio Rodriguez.
“Nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político” – Hannah Arendt
Las palabras esgrimidas por la pensadora Hannah Arendt resumen de forma sintética y profunda el rol del ciudadano en una comunidad regida por un sistema representativo, plural, intercultural, ávidas cuentas, democrático en sus pilares fundamentales.
Hoy la educación y en gran medida la Educación Media se encuentran ante la necesidad vital de desarrollar sujetos autónomos con un “modos vivendi” democrático, o lo que llama Frank Hinkelammert, “Lo indispensable es: la convivencia, la paz, el cuidado de la naturaleza. No entra y no puede entrar en el cálculo de utilidad.”
Para la formación de este sujeto activamente consciente y crítico sobre la realidad de que lo indispensable debe volverse una necesidad común, por la preservación de la vida comunitaria hay que analizar la base de su construcción dentro de un centro educativo, donde adquirirán un “habitus”, desde una sensibilidad mayor. Es vital la formación de estudiantes en un ambiente de irrestricto respeto a los valores democráticos, a la libertad de expresión en todos sus aspectos, y la construcción de la reflexión crítica de los acontecimientos, pensando desde la sensibilidad humana una ética de la convivencia y no desde una aspecto netamente monetaria o racionalizado.
La Historia como disciplina y asignatura es vital en la conformación de ese ser racionalizado, y no debe ser vista su integración en una currícula desde fines utilitarios, sino, evidentemente como formadora de una conciencia cívica que busque la “convivencia y la paz”.
¿Por qué es necesaria la Historia?, pues bien, el historiador español Enrique Moradiellos nos dice que:
Primero: porque ninguna sociedad humana puede carecer de una concepción sobre su pasado colectivo, dado que sus integrantes siempre nacen a la vida social y a la vida temporal. Por eso se genera conciencia socio-temporal tan pronto como las personas empiezan a operar gracias a su capacidad reflexiva y
habilidad comunicativa. Segundo: porque los humanos siempre somos el fruto decantado de un tiempo previo, como individuos y como integrantes de un grupo colectivo. Y lo somos por naturaleza, no por elección voluntaria reversible.
Esa llegada a una “sociedad dada” necesita responder un par de preguntas, de las más elementales de la conciencia humana, ¿quiénes somos y de dónde venimos?.
La Historia viene a cumplir el rol de dar respuesta, ya que da una explicación del pasado basado en evidencia empírica y rigurosidad interpretativa, sin caer en la arbitrariedad y en la manipulación de los hechos históricos con una finalidad particular. Ningún historiador que se respete y que respete a su profesión, puede afirmar por ejemplo que el MLN-Tupamaros, luchó contra la Dictadura Cívico-Militar (1973-1985).
Así mismo, la Historia como explicación del pasado, no debe de analizarse con una interpretación de la vida desde una concepción cíclica de los acontecimientos, es decir, el pasado no se repite, y las conductas individuales de los “grandes hombres” del pasado no deben enseñarse con afán de repetición futura. Nuestros tres “pepes”, Artigas, Varela o Batlle y Ordoñez actuaron en una atmósfera social, política, económica y cultural particular e irrepetible.
Además, la Historia también tiene una practicidad cívica pública, Moradielo nos dice que tiene las tres siguientes facultades:
1º) Contribuye a la explicación diacrónica de la génesis, estructura y evolución de las sociedades pretéritas y presentes; 2º) Proporciona un sentido crítico de la identidad dinámica operativa de los individuos y grupos humanos; y 3º) Promueve la comprensión de las distintas tradiciones y legados culturales que conforman las sociedades actuales sujetas a la dialéctica del cambio y la permanencia.
Dicho lo anterior, la educación de la Historia es un arma formidable en el mundo de la posmodernidad, donde la desinformación y la tergiversación están al orden del día. El sentido crítico de la enseñanza del pasado, posibilita al individuo ejercitar el sentido de la reflexión y espíritu de criticidad necesario para enfrentar al mundo actual, en la búsqueda de fuentes confiables de información, un freno contra los discursos totalizantes y populistas, por tanto un mayor apego a los principios democráticos de tolerancia y convivencia ciudadana.