La sustancia de las cosas

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Por doquier encontramos reclamos de justicia y derechos, pero son pocas las personas que se detienen a buscar el verdadero significado de dichas palabras. Por ello hoy nos proponemos abordar estas cuestiones. Ulpiano, en la antigua Roma, definía: “La justicia es dar a cada uno lo suyo” y Madison en 1792 expresaba: “Sólo un gobierno es justo cuando imparcialmente asegura a todo hombre lo que es suyo”. Lo suyo es lo que legítimamente le pertenece a cada persona desde su libertad a su propiedad. Los derechos son esferas de libre acción, protegidas de la interferencia o coacción arbitraria de otros humanos o del Estado. Se incurre en un grave error, que le ha costado a la humanidad ríos de sangre, pretender organizar a la sociedad según un ideal de justicia, cuando los fines individuales por esencia son desconocidos. Tan sólo la ley, como norma general y abstracta, es eficiente para que cada quien pueda perseguir sus objetivos en la vida. Todo ello implica un Estado de Derecho, que es el instrumento de preservación de la cooperación social espontánea, impidiendo la vulneración de la esfera de libertad individual. Esta concepción liberal del Estado dista mucho de la deidad, que de él han hecho los colectivistas, convirtiéndolo en un sucedáneo de Dios, del que todo esperamos y al que todo le pedimos. Tampoco se trata del sueño anarquista de prescindir del Estado, dado que los liberales no poseemos un optimismo social de tal magnitud, que nos lleve a dicha conclusión. Cuando el Derecho pasó de ser oral a escrito, el legislador tan sólo se limitó a descubrirlo y recogerlo para pretender darle mayor certeza. Es lo que ocurrió con el Derecho Romano recogido por el Código Justiniano y luego por el Código Napoleón, hasta plasmarse en nuestro país en 1866 en el Código de Comercio y en 1868 en el Código Civil. Ningún gobernante ni cuerpo legislativo creó los contratos como la compraventa, la donación, la permuta, el mutuo, la hipoteca, la prenda, el arrendamiento, el fideicomiso, etcétera, tan sólo el legislador plasmó en norma escrita lo que había surgido espontáneamente, fruto de millones de interacciones que durante siglos, por ensayo y error, dieron nacimiento a convenciones que se mostraron más eficaces que otras y por dicha razón perduraron en el tiempo. Lo mismo ocurrió en el derecho mercantil con los contratos comerciales o los títulos valores; o con los institutos del derecho de familia; o con el surgimiento del dinero en el campo de las finanzas. El Derecho no es estático, ni pétreo, es dinámico y evolutivo, los cambios surgen de la acción humana, pero llevan tiempo en ser asimilados por el consenso social espontáneo, recién una vez que ello ocurre deben ser recogidos por el legislador. Algo similar ocurre con el lenguaje, la Real Academia Española, en el caso de nuestro idioma, tan sólo recoge y sistematiza lo que está impuesto socialmente, no crea ni inventa nada. Ello también acontece con las reglas de juego en los deportes, por ejemplo en el fútbol existe la International Board Football Associatión, que desde la sexta década del siglo XIX en Gran Bretaña, preserva con admirable celo las reglas de juego, es muy cautelosa al momento de introducir cambios, que los ha habido y muchos, pero gracias a dicha postura el deporte más popular del mundo ha mantenido su incomparable atractivo. No puede alterase el Derecho, la Economía, el Lenguaje o los Deportes por el capricho o la novelería existente en un momento determinado sustentado por una mente ingeniosa, siempre animada por buenos propósitos. Que cosa más integradora que contar con un idioma universal, sin perjuicio del nativo, ello fue el esperanto, pero fracasó rotundamente. En el pasado, algunos estudiosos del fútbol propusieron eliminar la ley del offside, para que hubiese más goles en los partidos, pero con acierto fue desechado de plano, dado que los goles dejarían de ser lo que hoy son y se perdería la habilidad y la técnica para conseguirlos. Los ingenieros sociales comunistas pretendían erradicar la pobreza y la desigualdad y para ello suprimieron los mercados, luego de la tragedia, comprendieron que sin ellos no era posible generar riqueza y por ende prosperidad. El racionalismo constructivista ha hecho estragos en todos los campos de la actividad humana y generado malestar en la sociedad. Para concluir bien vale recordar el extraordinario razonamiento de Adam Smith, en su obra menos conocida “Teoría de los sentimientos morales”: “El hombre de sistema… imagina que ha de poder ordenar los diferentes miembros de una gran sociedad con la misma facilidad con que se disponen las piezas sobre el tablero de ajedrez. No advierte que, mientras estas piezas no tienen otro principio motor que el que le trasmite la mano del jugador, en el gran tablero de la sociedad humana cada pieza posee su propio impulso, siempre diferente del que el legislador pueda desearle imprimirle. Si ambos coinciden y actúan al unísono el juego resultará fácil y armonioso y también probablemente grato y fructífero. Si fueren opuestos o divergentes, el juego resultará penoso y la sociedad se hallará en todo momento inmersa en el mayor desorden”.  

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