Se cumplieron diez años de la aprobación del Matrimonio igualitario en Uruguay, ley impulsada por los seguidores de Fidel Castro, aquel que con su frase “La revolución no necesita peluqueros” expresaba con total desparpajo su odio hacia los homosexuales. Pero curiosamente en Uruguay no existe una revolución, sino que tenemos una democracia y “los peluqueros” (o mejor dicho nuestros votos) son necesarios. Lo saben y por eso en este siglo juegan al papel de “Gay Friendly”.
Pero la cuestión de la columna no es la hipocresía de estos, o el bajo precio del “orgusho” que colocan los colectivos para obtener miserables beneficios. El tema de la columna es hablar del porqué no debería llamarse así.
A nadie le es ajeno que existen parejas homosexuales de toda la vida, muchas de esas parejas consolidan con los años un patrimonio en común, poco o mucho pero en común, y al momento del fallecimiento de una de las partes la otra quedaba desprotegida en sus derechos.
Justamente ahí viene el primer detalle. Dado que en la definición de familia, presente en el artículo 40 de la Constitución, no se incluye una definición de matrimonio o concubinato, no se tuvo que realizar una modificación de la carta magna para que la nueva figura jurídica fuese viable. Fue suficiente con extender las instituciones existentes para las parejas tradicionales, esto también deja en claro el nivel de los redactores de nuestro derecho, que en sus días crearon normativas con la visión puesta más allá de los límites de su existencia física.
Es necesario que ahora vayamos por la palabra “Matrimonio”. La palabra viene del latín, de matrimonium, una palabra formada de la raíz matriz- de mater, matris (madre), con la típica -i- de unión compositiva latina, y -monium. Lo cierto es que -monium se especializa en designar un conjunto de actos o situaciones rituales y jurídicas que se pueden traducir como “calidad de” o “en calidad de”. En consecuencia la palabra matrimonium significa el estatus jurídico de una mujer casada y la maternidad legal, el derecho a ser la madre legítima de los hijos de un varón, y todos los derechos que de ello se derivan, como la condición de matrona u otras implicaciones inherentes.
En buen romance, matrimonio significa “oficio de madre”, que para el derecho romano ser madre es encargarse de un hogar y especialmente de los hijos. Por eso esa tarea se reconoce con el nombre de matrimonio.
Pero por fuera de todo lo que expongo, la utilización de la palabra matrimonio trajo aparejadas obvias resistencias de los sectores más conservadores del Uruguay. Básicamente el matrimonio moderno parte de una ceremonia religiosa y así lo tenemos incluido en nuestro inconsciente colectivo, justamente en este momento es que viene la Constitución a aclarar las dudas, en nuestro artículo 5 dice que “El Estado no sostiene religión alguna” y en Uruguay el matrimonio por civil se ejecuta en el juzgado, dependiente del Poder Judicial, que si le quitamos el romanticismo del arroz y el “felices por siempre” es un mero trámite como cualquier otro ¿Es coherente que en un Estado laico un trámite tenga el nombre de una celebración religiosa?
Aparte de todo esto hay una razón para evitar que se llame “igualitario”. Al Estado poco le importa la intimidad de los contrayentes, son dos personas que van a reconocer, mediante un trámite, la voluntad de unir sus vidas y eventualmente sus patrimonios.
De todo esto viene mi propuesta, que el matrimonio por civil sea llamado:
Unión civil. Sin importar el sexo de los contrayentes.
De esa forma se podrían solucionar muchos asuntos y rispideces. La primera y lógica, estaríamos respetando la tradición laica del Estado. También estaremos respetando a las distintas religiones que se profesan en nuestro país y a quienes no tienen una religión en específico.
Apoyo todo reconocimiento de derechos, por lo tanto rechazó cualquier intento de politizar los mismos, sabemos bien los homosexuales de derecha que la frase machacona de “gracias al FA te podes casar…”
Por dar un ejemplo, no veo a la gente del Partido Colorado gritando a las mujeres “gracias a Batlle pueden divorciarse”, o gritando a los trabajadores “gracias a Amézaga tienen consejos de salarios”.
Las conquistas sociales son para TODOS, independientemente de la orientación política, si se usan para recolectar votos es demagogia y quienes se prenden a aplaudir son unos inmorales de cabo a rabo. En el caso del “Matrimonio igualitario”, los demagogos vienen de la izquierda vernácula y los inmorales son «los banderita arcoiris».
Dicho todo esto, tenemos que preguntarnos, como sociedad evolucionada que decimos ser, si es relevante diferenciar a las personas por su preferencia sexual. En este caso concreto, debemos reflexionar si al momento de querer acceder al matrimonio las preferencias sexuales son o no relevantes para tener o no esa posibilidad. De ser así también deberíamos hablar de «ciudadanía igualitaria» o «voto igualitario», lo que significa caer en una sociedad con ciudadanos etiquetados por su sexualidad.
Por si no se dieron cuenta y antes de empezar a patalear, todo esto se los dice un “peluquero” que puede hablar en una democracia.
Excelente forma de tratar el tema matrimonio desde la laicidad, la iglesia en sus funciones, el Estado custodiando a los ciudadanos y la intimidad protegida. Muy buen juego de palabras con la memoria histórica respecto a los «peluqueros».
Articulo recomendable
Excelente columna! Como de costumbre!!!
El tipo la tiene clara y no tiene pelos en la lengua, menos todEs y más gente pensante. No les dió un segundo de respiro. 👏👏
Muy interesante el planteo de la publicación, en su momento posicionaron toda la defensa «contra» el matrimonio igualitario en «la familia» y ese era un frente lógico para la sociedad conservadora uruguaya. Pero plantearlo desde la laicidad es una estrategia MUY buena y moderna.