Hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que la historia debe desligarse de la mitología, por ello evito emplear los vocablos prócer o héroe para designar a líderes o caudillos civiles o militares.
A los países hispanoamericanos, luego de la independencia del Reino de España y ante la fragmentación que sobrevino en todo el hemisferio, se les planteó el problema de contar con una personalidad que les diera cohesión y unidad, por sobre las facciones que al interior de cada país surgieron con inusitada violencia. Las élites no tuvieron otra alternativa que fabricar héroes o próceres, no es que dichas personalidades no fueran líderes o que no hubiesen desempeñado un rol destacado en su tiempo, la cuestión pasa por el hecho que se les llevó a la categoría de deidades y por ende perfectas e impolutas, que obviamente no podían ser pasibles de crítica.
Nuestro máximo caudillo José Artigas ha sido deificado y su culto extendido, ello ha obedecido a una dialéctica histórica que acompañó el proceso de consolidación nacional, que el Prof Juan Pivel Devoto ha reflejado en un trabajo titulado “De la leyenda negra al culto artiguista” y el Dr Arturo Ardao ha estudiado en el opúsculo “Desde cuándo el culto artiguista”. Pero hoy no abordaremos a Artigas, que tiene peculiaridades incomparables, y nos centraremos en los dos más destacados militares que se los considera Libertadores de Hispanoamérica: Simón Bolívar y José de San Martín.
Durante el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela se le cambió el nombre al país por el de República Bolivariana de Venezuela, se exhumaron los restos de Bolívar con el propósito de determinar las causas de su muerte que databa de 1830, y siguiendo una tradición secular su retrato aparece en todas partes y sus frases en todos los discursos, ello es tremendamente asfixiante y extralimitado.
En la Argentina pese a las críticas certeras que le anotó Juan Bautista Alberdi en su obra “El crimen de la guerra”, José de San Martín ha sido endiosado hasta extremos inimaginables por todos los gobiernos, Juan Domingo Perón dedicó el año 1950, centenario de su muerte, como “Año del Libertador Gral San Martín”, lo cual debía lucir en toda publicación impresa y la publicidad oficial lo comparaba con Perón hasta en los textos escolares.
La extensión de la libertad de expresión y los avances de la investigación historiográfica, nos han permitido que aquellos ídolos muestren sus falencias, defectos, errores, intereses e incluso como emplearon brutal e innecesariamente la violencia en muchas ocasiones. Sobre Simón Bolívar hay dos importantes libros de destacados historiadores: Elías Pino Iturrieta “El Divino Bolívar- Ensayo sobre una religión republicana” y el de Pablo Victoria: “El terror bolivariano- Guerra y genocidio contra España en la independencia de Colombia y Venezuela en el siglo XIX”. Dichos textos profusamente documentados nos muestran una versión totalmente opuesta a la oficial.
Con relación a José de San Martín también hay dos importantes obras la de Juan Bautista Sejean “San Martín y la tercera invasión inglesa” y la de José Ignacio García Hamilton “Don José- la vida de San Martín” que documentalmente demuestran que el “Santo de la Espada” no fue lo que se afirma en la literatura oficial.
Tan legítimo como ser bolivariano o sanmartiniano es no serlo, pero lamentablemente esto en el pasado costaba cárcel y censura. No se trata de coincidir en todos los enfoques, que sobre estos personajes, vierten los citados historiadores, la cuestión es que ninguno de ellos fue lo que nos contaron en la escuela o en el liceo. Nuestras repúblicas no son totalmente laicas, dado que cada una de ellas tiene una religión patriótica estatal que rinde culto a un ser supremo, hay diferencias, pero no sustanciales, con las personalidades referentes de las religiones positivas, de la que se separaron algunos Estados, entre ellos el nuestro hace una centuria.
Los humanos tenemos necesidad de personificar las ideas, ellas son abstractas producto de la elucubración de la razón, en cambio las personas que las predican son concretas, por ello los liderazgos, pero de ahí a la idolatría hay una distancia muy profunda. Salvador de Madariaga, aquél gran liberal de la España peregrina ya en 1951 denunció en un famoso libro el culto bolivariano y sanmartiniano, lo cual le valió la censura de la Venezuela de Pérez Jiménez y de la Argentina de Perón. Sin darse cuenta quizá, quienes militan desde la extrema derecha a la extrema izquierda son todos ellos, en sus respectivos países, miembros de una religión republicana que tiene una deidad, un relato, una liturgia y un dogma.
El verdadero amor a la Patria es la permanente vigilancia de la libertad de sus habitantes, lo cual implica enseñar y estudiar la historia con un agudo sentido crítico, sin mitos y sin ídolos. Quienes investigamos historia, aunque no seamos historiadores profesionales, debemos asumir la tarea como la llevaba a cabo el notable astrónomo Carl Sagan, y que nos la cuenta en su libro “El mundo y sus demonios”: “Constantemente estamos clavando el aguijón, desafiando, buscando contradicciones o pequeños errores persistentes, residuales, proponiendo explicaciones alternativas, alentando la herejía. Damos nuestra mayor recompensa a los que refutan convincentemente nuestras creencias establecidas”.