OCCIDENTE NO ESTÁ EN PELIGRO…(III) Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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1731

Francia, Luis XVI y la Revolución Francesa son uno de los tópicos más importantes para comprender no solo la historia del país sino de nuestro mundo. Para muchos demasiado reservado y para otros, sin demasiadas aptitudes para ostentar el cargo de rey, Luis XVI se convirtió en príncipe de Francia en 1765. En 1770, se casó con María Antonieta. Luis XVI intentó introducir algunas reformas financieras para calmar el malestar del pueblo por el gasto real, pero la nobleza y María Antonieta (aburrida, porque el matrimonio recién se consumó siete años después) limitaron 

aún más sus capacidades de ajuste.

La aristocracia, y su mujer, veían en él un enemigo de sus privilegios de casta. La situación llegó a un punto de no retorno el ya mítico día 14 de julio de 1789. Los ciudadanos de París, alentados por la burguesía, hartos de tener que lidiar con la realeza y agotados de ser esquilmados, tomaron La Bastilla y retuvieron a Luis XVI y su familia en las Tullerías.

Derrotado, temiendo lo peor, y a pesar de haber jurado que sería obediente con la nueva Constitución francesa, el monarca intentó escapar con su familia a Austria. En 1792, la Convención Nacional proclamó la República, desposeyó a Luis de todos sus títulos y le entregaron documentos como el civil Luis Capet, acusado de traición a la nación. El 21 de enero, Luis fue guillotinado en la Plaza de la Revolución, ahora Plaza de la Concordia. Dicen los historiadores que sus últimas palabras fueron: «¡Pueblo, muero inocente de todos los delitos de los que se me acusa!».

Esta historia vuelve como un mantra a tantos políticos que creen que ocupan el lugar del rey, empresarios prebendarios que creen que ocupan el lugar de la aristocracia, y sindicalistas abusadores de derechos privilegiados, que conforman una oligarquía. Una oclocracia que atenta contra el pueblo, que rodea al poder como a Luis, prefiere que le corten la cabeza (al Rey y la Reina) antes de que restrinja sus presiones corporativas. Cuando se agota la sustentabilidad de quienes producen los recursos de los que vive esa casta hay descreimiento, violencia, revolución. Y es casta, porque se autoasigna el derecho a vivir mejor que los demás, impidiendo que les llegue el ajuste del gasto.

EL ENDEUDAMIENTO COMO FORMA DE GOBERNAR

Prácticamente todos los países del mundo vienen aumentando el volumen de su gasto público. Ese proceso se aceleró sustancialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial, con progresiones que han sido irreversibles. El gasto público siempre crece. Ni los gobernantes liberales que asumen luego de crisis de estatismo pudieron revertir la tendencia ajustando el gasto a la realidad del país. A lo más que se llegó fue a que no aumentara en términos del producto y por un tiempo limitado. Ese fenómeno y el creciente endeudamiento de los países, que es su corolario, están llegando a niveles nunca vistos.

En los 12 meses a julio de 2023, el gobierno americano se endeudó en 2,3 trillones de dólares (8,6% del PBI). Cinco de los siete países más ricos del mundo están sobrepasando el ratio deuda producto del 100%.

El gasto público se supone que debe pagarse con el dinero de los impuestos, pero como es mucho más fácil gastar (dinero ajeno) que sacarle dinero a la gente, la divergencia la cubren los gobiernos endeudándose. Cómo inicialmente contraer un 

empréstito da una aparente sensación de alivio: se puede seguir gastando, quien tiene el poder respira, y el pueblo no cae en la cuenta de que la deuda hay que pagarla. Una generación egoísta le pasa la cuenta a la otra sin piedad hacia los que

vienen después.

Agotado el margen de endeudamiento, ya desde los romanos, el poder ilegítimamente recurre irresponsablemente a licuar el gasto con inflación. Un impuesto inconstitucional, invisible al presupuesto, que dispone el gobernante emitiendo moneda, falseando su valor en relación a la riqueza que el país puede producir, hipotecando a futuro al próximo gobierno, depreciando el papel en su valor nominal para cubrir el exceso del gasto corporativo. No alcanza ya con impuestos ni empréstitos. Un estupro al que confía en el valor de la moneda que recibe, abusando del poder político.

La crisis explota cuando el pueblo siente que además de ser castigado con altos impuestos para pagar el gasto público impertinente cada vez puede adquirir menos con su ingreso. El abusado cree que aumentan los precios; en realidad, pierde valor su ingreso monetario. Como le pasó a Luis, mayoritariamente el pueblo rechaza el recurso inflacionario. La gente ya no banca más que le suban los impuestos, le licúen el valor de su esfuerzo, y tengan que pagar el endeudamiento para la casta. Esa depreciación de valor del ingreso multiplica la pobreza, la que no se resuelve haciendo crecer el gasto con subsidios. Por el contrario, multiplica el abuso del gasto arbitrario del sistema político en perjuicio del pueblo.

En el París de hoy, como ayer, y en la economía mundial, hay un desaceleramiento de la producción de recursos. Con Keynes siguen apostando a un crecimiento nominal falsificando moneda sin respaldo. La trampa de deuda pública multiplicada para “inversión pública” (gasto impúdico prescindible) en el corto plazo, que, al aumentar más el gasto, como predijo Keynes: “…en el largo plazo todos estaremos muertos”.

Para no llegar a perder la cabeza, la confianza del votante, no se puede priorizar la sustentabilidad del gasto público, mintiendo; ni procrastinar las medidas de orden que den sustentabilidad al país y cuidar las prioridades. 

CUANDO NO DA MÁS, CAEN CABEZAS DE POLÍTICOS

Pablo Semán, antropólogo y sociólogo argentino señaló en La Nación a Alconada Mon: “Milei es el grito que estaba en el corazón de muchos”. El kirchnerismo trató de imponer una reforma cultural, pero hizo que la sociedad se sintiera barrida bajo la alfombra, y la reacción fue el voto al libertario. Por eso resonó su discurso, y por eso ganó la presidencia. Logró sintonizar con un malestar que comenzó a gestarse tan temprano como 2008, cuando el kirchnerismo manipuló los números del Indec, barrió a muchos “debajo de la alfombra” y generó “una bomba de acción retardada”.

Factores como el declive socioeconómico, la interacción digital, la pandemia, el cuestionamiento a los partidos políticos, el individualismo o la mutación del vínculo entre el Estado y la sociedad.

Este proceso político surgió como reacción a una intención política de imponer una gran reforma cultural, con el kirchnerismo tratando de oficializar un punto de vista, de crear una hegemonía, que generó una tensión muy grande entre el Estado y el sentido común. Eso disparó la erosión política del kirchnerismo y un proceso de reagregación política en un polo cada vez más opositor.

Un proceso que aprovechó varios dinamos que estaban ahí, como las redes sociales, que se fueron integrando al circuito de acción política, transformándolo, o todo el proceso socioeconómico que en los últimos diez años promovió un cambio muy fuerte en las formas de empleo que afectaron fundamentalmente a los jóvenes.

Todo ese proceso creó nuevas formas de conciencia que afectaron mayorías que desde el kirchnerismo pensaron que podrían contenerlas con discursos sobre la solidaridad desde el Estado… el germen de todo este proceso fue la interferencia sobre la libertad de percepción que trajo la manipulación del Indec en 2008. Fue como una bomba de acción retardada y en el kirchnerismo no se imaginan todo lo que dolió eso. Eso generó encono, al igual que las restricciones a la compra de dólares. Mucha gente sintió que no tenía cómo ahorrar, cómo capitalizar el resultado de sus esfuerzos en un país donde el futuro lo debe gestionar cada uno.

Ese encono, entonces, enmudecido y relativamente poco canalizado contra el Gobierno, ya estaba allí antes de la pandemia y del pasaje a un régimen inflacionario más alto con Mauricio Macri y Alberto Fernández, cuando corroboramos además que cada esfuerzo que hacían los gobiernos para reparar el antiguo régimen era de rendimiento decreciente. Eso llevó a mucha gente a sentir que la situación no daba para más. La pandemia fue un terremoto: hubo gente que perdió ingreso, empleo, ahorros y vidas. ¡Cómo no iba a generar algo traumático!

Milei ha sufrido la minimización, el ninguneo, el bullying, y ofreció la posibilidad de identificarse con él a todo aquel que ha sufrido algo similar, justo cuando retrocedía el antiguo régimen. ¡Cómo estaría el peronismo que hasta jóvenes desectores populares que entrevistamos y que habían recibido beneficios estructurales del peronismo como empleo, remuneración y tierra urbana, no planes, ya en marzo nos decían con lágrimas que lo único que querían era que esto no siguiera como estaba! 

¡Imagínate en otros espacios por fuera del control político del peronismo!

Hay una operación política consciente de la fuerza libertaria para convertir al libertarianismo y al liberalismo en una fuerza política popular que saliera de la endogamia social que ellos percibían en el macrismo. Pero esto fue mucho más. Estos chicos se percibieron a sí mismos como los “peronchos del liberalismo”, corriendo en paralelo con una transformación en la sensibilidad popular donde los motivos libertarios se fueron instalando en la sociedad hasta darse un libertarianismo de masas que podía verse en expresiones de la cultura masiva, por fuera de las militancias, en un proceso de agregación, de convivencia de elementos que podrían ser contradictorios, pero muy parecido al fusionismo en las élites políticas. Eso generó que en cierto modo se superara el conflicto tradicional entre

la derecha conservadora nacionalista y la derecha liberal. Se trata de un nuevo ideario libertario construido en la Argentina, no en Estados Unidos.

Tiene que ver con el cambio de régimen laboral y de la forma en que se producen los bienes para un hogar, con muchísima gente apostando a su trabajo, en un sentido muy físico de la idea de trabajo como fundamento para mejorar, para progresar, para tener una vida mejor para ellos y para sus hijos a través del trabajo más que de la educación, a la que solo ven como un instrumento útil si sirve para trabajar mejor. El concepto sintetiza la esperanza de la movilidad social en una época donde primero muchos jóvenes y luego gente más grande concluyó que no hay Estado o que el Estado se transformó en un agente de daño o en un agente incompetente.

Las experiencias de esas personas se resumen en que el Estado les ofreció un desempeño decreciente durante los últimos diez años, con problemas de desempleo, de inflación, con un Estado que hace “mímica” o, al decir de Alejandro Galliano, que hace “presencias”, como una celebrity en una fiesta. Entonces yo puedo argüir que la educación pública es muy valiosa y que hay decenas de miles de buenos maestros, pero la experiencia negativa del Estado que muchos vivenciaron los lleva a pensar que el Estado no está, ni que pueden esperar que aparezca para resolver la diaria. “Muchos políticos no son conscientes de hasta qué punto han generado un conjunto de protecciones para sí mismos que les permite vivir alejados del resto de la sociedad, pero consumiendo una información totalmente viciada sobre esa sociedad, que proviene de consultores, de periodistas y de nosotros, los académicos. La política quedó entonces desubicada respecto de todas las transformaciones que ocurren sobre pobreza o productividad de algunos sectores y ni siquiera pudo calibrar bien la pandemia, al punto que ni siquiera tuvo el gesto de autoasignarse una pérdida como habría sido bajarse el salario. Entonces, ¿qué debería hacer la política? Bueno, primero entender; segundo, actuar en consecuencia: dejar de actuar al servicio de sí misma y autodepurarse”. Una derrota como esta debería separar las cabezas de los corazones. A lo largo de estos 40 años de democracia hemos acumulado capas geológicas de la política como nunca antes. Y la desconexión resulta evidente cuando, por ejemplo, esperas que 3 millones se presenten para pedir el IFE [por el Ingreso Familiar de Emergencia que se creó durante la pandemia] y aparecieron 11 millones. La política funciona en la sociedad como un “ellos” / “nosotros”, que el término “casta” capta muy bien, más allá de que la definición que tiene Milei es totalmente arbitraria. El concepto se monta sobre la erosión de un modelo productivo que crujía hacia 2008 y que para 2011 ya era crítico, que exigía asignar pérdidas, pero que cada fracción política evitó resolver para dejárselo a la otra como si jugaran al huevo podrido, aunque la situación se agravaba cada día más…

Hasta que llegó alguien de afuera y tomó el huevo podrido.

Tanta incapacidad para ordenar a la sociedad con pensamiento estratégico en lo económico y en lo social; acciones antinaturales para el fomento de la natalidad, la sustitución del trabajo nativo por una emigración desordenada, está marcando el camino al réquiem para la cultura occidental.

OCCIDENTE ESTÁ EN DECADENCIA, LAS CABEZAS POLÍTICAS HAN OLVIDADO LA REGLA QUE HA SUSTENTADO ESTA CULTURA: Son inquilinos del poder, con responsabilidad de acciones y omisiones, que deben RENDIR CUENTA a sus representados.

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