REVOLUCIÓN O EVOLUCIÓN. Por Hilario Castro Trezza

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El uso y abuso de los vocablos en política no es unívoco, uno de los más emblemáticos es el de revolución, traído y llevado por las más diversas corrientes de opinión. Por revolución en política se entiende un cambio brusco y profundo del estado de cosas imperante, es una acción deliberada y generalmente violenta. A su vez contrarrevolución es también una acción deliberadamente concebida y a menudo violenta para volver al estado de cosas anterior alterado o suprimido. En cambio la evolución es una transformación sucesiva, aluvional y espontánea, “fruto de la acción humana pero no del designio humano”, al decir esclarecido de Ferguson, una forma de organización social es desplazada por otra por resultar más apta para el bienestar.

En las revoluciones o contrarrevoluciones son las ideas de los líderes o de las élites  las que las llevan a cabo, en cambio en la evolución las ideas son producto de ellas. En una sociedad compleja, abierta y extensa, el conocimiento está disperso, de ahí que Hayek afirme, con acierto, que no puede planificarse lo que no se conoce y quienes pretenden hacerlo incurren en una fatal arrogancia, expresará en su obra señera Camino de servidumbre: “Fue la sumisión de los hombres a las fuerzas impersonales del mercado lo que en el pasado hizo posible el desarrollo de una civilización que de otra forma no se habría alcanzado…”

Pero la evolución natural de la sociedad humana ha tenido que convivir con las revoluciones que han pretendido hacer tabula rasa con todo lo existente y por ello han fracasado al costo de miles o millones de muertos. Ejemplo de ello fueron: La Revolución Francesa; La Revolución Hispanoamericana; La Revolución Rusa y La Revolución Cubana, entre otras muchas. Vistas en retrospectiva sus costos fueron mayores que sus beneficios.

Otra cosa diferente son las rebeliones contra las tiranías, que aunque se hayan denominado revoluciones, no han tenido un fin refundacional. Vayamos por parte en la corriente del tiempo. La emancipación de las trece colonias británicas de américa del norte (1776), se la ha denominado revolución, pero a nuestro juicio, no fue propiamente tal en cuanto mantuvo las tradiciones británicas, con algunas adaptaciones, más de forma que de contenido, con el propósito de erigir la primera república moderna. No olvidemos que Gran Bretaña dejó fluir, sin obstáculos, a las consecuencias de la pacífica Revolución de 1688, que  transformó al país en el refugio de La Libertad, sin necesidad de derramar una gota de sangre.

En cambio Francia a partir de 1789, pletórica de radicalismo, vivió el terror en toda su magnitud, que la condujo al abismo bajo la supuesta protección de la diosa Razón, para luego ser devorada por Napoleón Bonaparte.

Hispanoamérica a partir de 1810 se embarcó en una secesión revolucionaria, que trajo como consecuencia la destrucción de la unidad forjada por España desde California a la Patagonia, su resultancia fueron veinte Estados desunidos y enfrentados interna y externamente. En cambio Brasil no tuvo revolución y gracias a ello preservó su unidad, la Independencia y la República llegaron a su debido tiempo, en forma indolora y en paz.

En Rusia (1917) se produjo una revolución comunista que destruyó todo el orden social existente al precio de millones de muertos y el advenimiento de un régimen totalitario que duró siete décadas. El socialismo nacional (fascismo) en Italia desde 1922 y el nacional socialismo (nazismo) en Alemania desde 1933 fueron experiencias revolucionarias que terminaron con tragedias inenarrables para sus pueblos.

En nuestro continente la Revolución Cubana (1959) se inició como una rebelión contra una dictadura, pero muy pronto devino en un experimento socializante de funestas consecuencias, las que aún perduran, como una afrenta, desde hace 65 años. Al influjo de ella miles de jóvenes emprendieron  la lucha armada para emular aquél seductor experimento socialista, corrieron ríos de sangre y sus consecuencias duran hasta el día de hoy.

Algunas Fuerzas Armadas se tentaron a llevar a cabo experimentos socializantes al que denominaron revoluciones, en Perú y Panamá (1968); Bolivia (1969) y Ecuador (1972). Otras Fuerzas Armadas debieron asumir un rol contrarrevolucionario, aunque este concepto no fue admitido oficialmente, como en Brasil (1964); Uruguay y Chile (1973) y Argentina (1976). Insólitamente la dictadura uruguaya hasta 1977 inclusive, en los discursos públicos de sus jerarcas militares y civiles e incluso en los primeros ocho actos institucionales, manifestaron que Uruguay estaba protagonizando un proceso revolucionario, luego desapareció el vocablo sin explicación de clase alguna.

Los pueblos están hartos de procesos revolucionarios, hoy aspiran a contar con libertad para crear, innovar y emprender y con ello avanzar, progresar y prosperar. La elección de los líderes que deben emprender dicha tarea resulta dificultosa, no obstante lo que queda claro es que el tiempo del leviatán revolucionario ha fenecido.

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