El mundo es propiedad del intelecto humano y no de la actividad de ningún otro ser. Todo lo que construye y conoce el ser humano es componente de lo que compete al concepto mundo. Las otras especies, igual que la especie humana (hombre y mujer), tienen derecho a explotar los bienes terrenales. Sin embargo, están imposibilitados de explotarle para aportar algo al mundo que la especie humana ha creado. Ante el mundo para muchos la capacidad de sorpresa y maravilla como producto de lo que se ha contactado y, el intento de saber de ello aunado a todo lo que ha alcanzado a conocer, de dónde y cómo proviene eso contactado o conocido, bien sea por experiencia propia o por intuición, es filosofía. La etimología de filosofía -del griego- proviene y se constituye de dos palabras del genio paterno de la cultura occidental del mundo conocido hasta nuestros tiempos, filo: amor, que se le tiene afecto, empatía. Para Sócrates, fuera de todo genio, es lo que posee la virtud de producir bien y en cuyo haber no existe discriminación, ni sensibilidad de pecunio. O sea, existe tanto en pobreza como en riqueza, es neutral y enfático pero desapasionado, aunque su objeto es única y exclusivamente la concepción de lo bello como bien supremo. Por ende, bueno. Sofía, sabiduría, lo que se aprehende con exactitud, lejos de la falacia y el sofisma, contempla conocer la veracidad del objeto. Para Wittgenstein, (Austria,1889-1951) filósofo.
“El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas» (Tractatus logico philosophicus)
Tal máxima sesga a interpretar el mundo como lo que el hombre ha construido y no lo que disfruta por su naturaleza terrenal, que es, ontológicamente, un hecho de otra manufactura. En el universo la Tierra es una cosa más, la cual no fue construida por la especie humana.
Por tal razón, pretender un principio gregario que es muy diferente al espíritu de sociedad que ha creado el hombre como una herramienta para salvar las adversidades cotidianas y futuras (potenciales) cuyo corolario es la cultura y su producto es la civilización, es perversidad. Es, -sin lugar a duda- un antagonismo al propósito del espíritu que otorga lo que el hombre ha concebido, determinado o llamado, mundo.
Intentar la enajenación de este objeto construido por el hombre llamado mundo con la promesa de construir un paraíso terrenal con seres de igualdad de pensamiento, máxime con imposición, es propio de un acto demagógico oriundo la egolatría y el narcisismo en conjunto. El individuo hace su aporte al mundo en función del bien cuando el producto de su esfuerzo directa e indirectamente tiende al avance de la civilización. Los inventos de D´Vinci y de Tesla han otorgado al mundo un desarrollo enorme aun cuando mentalidades perversas hayan hecho con ello elementos que atenten contra la vida humana.
En cambio, tratar de hacer de un cúmulo demográfico con una diversidad de pensamientos, una homogeneización, es una voluntad antagónica a la naturaleza de esa manufactura no creada por la capacidad humana, es perversidad, es comulgar con lo siniestro impositivamente. Eso es lo que promueve la teoría socialista de Karl Marx. Descaradamente exhorta la tiranía, solapada con un eufemismo grosero como es el estilo y espíritu insolente de los revolucionarios de la desesperación del S. XVIII. Su proyecto político es : El despotismo del proletariado. (Manifiesto comunista de 1847-48, Europa).
Para dar un ejemplo de esta voluntad de poder -nietzscheana- siniestra y demagógica, aquí, expongo a colación una máxima de Karl Marx, localizada en la Tesis de Feuerbach de Friedrich Engels, cito:
«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo» (Ludwig Feuerbach und der Ausgang der Klassischen deutschen Philosophie (Berlin: Dietz, 1888). by Frederick Engels 1820-1895).
Este argumento, del genio de un holgazán, tiene la virtud de transgredir la inteligencia de quienes tienen poca y no veraz información de lo que es el mundo, además, ofende a la de quienes tienen la capacidad de interpretar al mundo como lo que es. El mundo, -para entender- es la interpretación de todo lo que el individuo humano ha alcanzado a conocer, es el conjunto de actos y actividades que el ser humano hace y ha hecho. Transformarlo del modo que plantea Engels, contempla homogeneizar lo que se piensa del mundo incluyendo la conducta individual en un solo proyecto común, eso es gregarismo. Con tal argumento se transgrede lo sublime del pensamiento y su naturaleza ontológica, la pretensión ideológica del marxismo es: no invitar a un progreso probable sino enajenar.
El proverbio, «cada cabeza es un mundo» tiene, precisamente, ese espíritu de pertenencia individual sin socavar la integridad del espíritu social que constituye lo colectivo. En cambio, lo que concibe con eufemismo y sofisma el marxismo o socialismo, si socava, trunca o limita el aporte individual que cada uno puede generar para el bien de la humanidad. Peor aún, su praxis desde su previa y potencial concepción ha generado más genocidios que todas las guerras del mundo en más de 1000 años.
El motivo de la vida
En un post de Facebook, de un chat de sesgo lúdico filosófico hicieron una pregunta relacionada al porque mantenerse con vida. Yo la califique de Pregunta capciosa. Y/o, con sesgo suicida, inconformidad consigo mismo, etc. Sin embargo, la respondí así:
Ergo, la especie humana tiene un rol por cumplir. Empero, lo difícil es captar y aceptar que, aún con la cuántica presencia de nuestra índole para el Universo; esta presencia, es un elemento más de su creación. Por lo cual, debemos aprovechar la oportunidad de mostrar el valor que tenemos. Es un deber de origen y hay que respetarlo. En este Marco de apreciación debemos fundar la conservación de la vida humana en el Universo. La idea es escudriñar y aprender a utilizar todos los recursos que nuestro microcosmos posee, tanto espiritual como material (mental y físico) -la inteligencia-, para conocer la causa de nuestra existencia y no, ¡Cómo tratar de acabarla!
Recientemente, un gran amigo y colega “peruano”, Guido Bustamante (geólogo), publicó de Gabriel García Márquez (Gabo), el siguiente pensamiento:
“Un día como hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: ´Me niego a admitir el fin del hombre´. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que, por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que el se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a 100 años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra” (La soledad de América Latina de Gabriel García Márquez, Colombia, 1927-2014, nobel de literatura 1982)
¡Muy linda reflexión! Aun conociendo la afiliación política del escritor, con estas palabras “donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad”, sin querer queriendo –parafraseando a Roberto Mario Gómez Bolaños, el chavo del 8, (Ciudad de México, 1929-2014)– Gabo enfoca la doctrina del nazareno. Esto, sin pretender imputar un deseo subjetivo, ni justificando un sesgo, ni un precepto moral, es la contemplación de una idea primaria para amarse a sí mismo. Por ende, «al prójimo». O sea, comulgar con la totalidad del mundo considerando la idea individual. Es una exhortación contraria -irónicamente- a la utopía marxista y afín a la de Tomás Moro, a la de Campanella y -porque no- quitando de ella todo lo dogmático y apoyando sin mucha restricción el libre albedrío, a la de Cívitas Dei de Agustín de Hipona.
Joise Morillo
Venezuela USA