El Uruguay está viviendo un shock de inmigración caribeña y regional. Las economías de países ricos han sido saqueadas por una manga de sinvergüenzas que explotan lo que queda de su país habiendo dejado exangüe los recursos, el trabajo, el salario y a quienes producían lo más básico para subsistir. En estos días realizan aquí tareas de servicio que los uruguayos reniegan cumplir, o son sustituidos por personas mejor formadas, atentas, serviciales, y sobre todo, dispuestas a asumir la dignidad de tener un empleo y luchar por ganarse el lugar con sacrificio. Una circunstancia personal me puso directamente en contacto con estas bellísimas personas, que no reniegan de su país, de su pueblo, ni siquiera de quienes los esquilman y viven de su explotación. Simplemente asumen lo que les tocó en suerte, agotada la esperanza siquiera de una alternancia en el poder. Me explicaba una señora, sin lamentarse en ninguna forma, que su esposo requería una intervención urgente pero la obtención de la documentación necesaria, y los plazos de afiliación cumplidos sin ese requisito burocrático, la estaban postergando. Como uruguayo experto en luchar contra la burocracia le aconsejé que insistiera para superar las barreras inmorales que abusando de su condición se lo impedían. Y la respuesta me produjo un golpe de realidad que quiero trasmitirles: “…si aquí tienen burocracia, pero hay recursos. Allá hay burocracia, pero ya no quedan recursos”.
Poco después tuve otro golpe de realidad, cuando una joven enfermera cubana me explicó que trabajaba de partera, y se vino, cuando ya no había elementos gasas para atender a quienes sufrían.
Tanto en Cuba como en Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Perú, y también Argentina, como los países que sufrieron guerras o padecieron gobiernos secuestraron a sus pueblos, quedó devastada la moneda. Lo que era soberanía dineraria, se convirtió en moneda extranjera. Su propia moneda no tenía poder adquisitivo. Los que consiguen dólares, o no tienen retribuciones ajustadas al dólar: trabajadores, jubilados y pequeñas empresas, quedan a merced de los especuladores nacionales e internacionales. Los que ejercen el poder, responsables de la situación, reciben salarios equivalentes a dólares. Y además, roban. Cuando se llega a estos extremos de que el papel moneda nacional se apila y queda tirado en la calle sin valor, se recurre a una moneda de intercambio que quede fuera del manejo político. Muchas veces se vuelve a planteos de una dolarización, como aquella que Domingo Cavallo implementó en Argentina, que cayó por falta de orden fiscal. También la que ayudó a implementar en Ecuador y bajó radicalmente la inflación. Una idea bastante lógica para terminar con la utilización de la moneda nacional bastardamente desde el poder político; tanto para emitir sin respaldo productivo, como para cubrir el excesivo déficit presupuestal público, o para licuar el gasto del Estado, los salarios y pasividades, emitiendo papel que va perdiendo día a día su valor en perjuicio del que tiene que recibirlo por “curso forzoso”.
La pretendida soberanía monetaria se convierte en un impuesto trucho que carga sobre los precios, haciendo imposible cubrir el costo de vida trabajando. Los que pueden utilizan como refugio de valor la moneda extranjera para cubrirse de la depreciación del peso, al tomar un préstamo, transar negocios y defenderse de la decisión veleidosa de ampliar el gasto público con moneda depreciada. No se puede tener precios estables, y de produce el desabastecimiento por desincentivo a producir. Pero, la dolarización es criticada por políticos y economistas señalando que implica un freno brusco a la economía. La dolarización se da de hecho. Es un pacto con la realidad, ajustando la economía a una moneda que tiene más respaldo que la vilipendiada moneda nacional. La pérdida de valor adquisitivo del peso se da por una devaluación acentuada, o por frenar la paridad de mercado manejando la tasa de interés. Una alteración burocrática que se presenta como “libre mercado”.
El argumento de quienes dolarizaron llegado el descontrol total económico y social, fue: “…todo ello, mientras se desarrolla una política fiscal seria y presupuestariamente responsable”. Una política fiscal, cambiaria, presupuestaria, o monetaria seria y responsable es posible sin dolarizar, pero parece no ser políticamente aceptable; particularmente, cuando el populismo dirige la economía. O sea, si se tiene una política fiscal (relación razonable entre la carga tributaria y el gasto) o cambiaria (valor de la moneda nacional respaldada en la productividad), o presupuestaria (se comprendiera que el presupuesto no es un cúmulo de deseos, o derechos infinitos, que pueden ser atendidos quitándole recursos al que trabaja hasta igualarlos en la pobreza, no se daría el desajuste fiscal que carga contra quienes producen pero afecta a TODOS, amplificando pobreza y castigando a los más pobres.
Nos bloquea aceptar políticamente esas simples condiciones naturales de crecimiento o decrecimiento de una economía intervenida, que se refleja en la expectativa de mejora o pauperización colectiva. Aceptamos con resignación el gradualismo, sea por ideología, sea por incapacidad de cambio, sea por gobiernos pusilánimes que no entienden la gravedad del tiempo en que viven. Parálisis por temor a confrontar con tantos intereses y explicar lo imperioso de aplicar orden económico. No es “para no perjudicar a los pobres, ni a los desempleados, ni al proletariado”, sino para beneficiar a un cúmulo de empresarios que tienen una alianza tácita con el sindicalismo corrupto para mantener históricas prebendas. Una trenza perversa que exige privilegios con la amenaza de la pérdida de puestos de trabajo, del valor del salario. Presiona para que no se avance en apertura comercial, importaciones para bajar los precios al consumidor, que consume recursos de la gente en seguros de desempleo, paros, empresas pequeñas fundidas.
El gradualismo cuando fracasa reconoce como inevitable la dolarización, pero, insiste: “Tu solución es buena, pero es inaceptable”. Ese concepto encierra un suicidio masivo, fundamento populista cuando sus problemas no se resuelven y crece la pobreza. En realidad, el reordenamiento se requiere por haber recibido una economía populista en caída libre. Pero la vieja verdad sigue en pie. Si no se baja el gasto, y como consecuencia el déficit, la economía genera inflación en pesos, dólares, o cualquier otra moneda, porque lo que se desvaloriza es el poder de compra. Cualquier mecanismo de política monetaria es un parche que no aporta a la solución profunda del problema. La inviabilidad de las soluciones inevitables, implica no aceptar una cuestión de supervivencia: hay riesgo inminente de una calamidad. Actuar en defensa de intereses bastardos, o sostener la hipocresía política.
Cuando la economía ya está en crisis, no hay manera de convencer a los desocupados, asistidos, desesperados y empleados excedentarios del Estado que la solución para que el país recupere la cordura es echarlos a todos, quitarles los subsidios, los privilegios, los trabajos precarios, o las limosnas. El famoso gradualismo patea para adelante un problema cada vez más complejo, cuya solución racional incruenta será inviable, rechazada por los votos, por la pedrea, o por la violencia encubierta en movilizaciones sindicales “en defensa del trabajador”. Esto vale también para todo el sistema corrupto de concesiones, licitaciones, coto de caza de empresas privadas, un robo descarado costosísimo como la obra pública, mentira que no sólo termina en corrupción e ineficacia, y en millonarios juicios nacionales e internacionales.
Claro que el problema tiene solución. Pero no la que se espera, ni la que implica postergar lo que se puede hacer antes de llegar la situación cubana o venezolana. Analizar racionalmente la forma arbitraria y oportunista en que se reparte la recaudación, políticas de Estado que den continuidad al orden presupuestal para que periódicamente no vuelvan los anarquistas y comunistas a demoler lo que se hubiera avanzado. Los que también rechazan en el caos, las medidas drásticas para volver a dotar a la economía de condiciones para los que realmente quieran trabajar.
Se puede bajar el gasto rápidamente y en un porcentaje muy alto, operando con sensibilidad social luego de tanto tiempo de inflarlo. En vez de echar 300.000 mil empleados públicos echar únicamente a los privilegiados, inútiles, vagos, y no reemplazarlos. Aliviar la carga tributaria no sólo de sus altos sueldos y viáticos, sino los costos inútiles que gastan para justificar su existencia. Operar un proceso de reubicación, reducción paulatina de subsidios, reinserción en el sistema privado, con objetivos cuantificables, fechas, montos, y salario, una vez que la economía recupere su impulso creativo. Y eso debe ser explicado, planificado y publicado.
Pero no es conveniente ni aceptable a un conciliábulo político, ya que implica una madurez, confianza en la sociedad, y utilizar todas las herramientas del sistema. No es necesario dolarizar. Es imprescindible honrar el compromiso republicano y justificar eficientemente cada gasto público con nuestra pequeña economía. La gobernanza política de las empresas públicas no debe ser coto de intereses políticos y corrupción que quitan recursos privados bien aplicados en un mundo altamente competitivo. La competencia obliga a impedir cargos innecesarios, acciones imprudentes, o vínculos corruptos con los privados. Deben cerrarse los grifos del despilfarro, sin vacilación, demora, ni miedo.
El orden económico hace crecer la economía; los empleados con ganas de trabajar serán rápidamente absorbidos por empresas privadas sin dificultad; y se puede cubrir ese tiempo sin empleo. Se ahorra en robo, acomodos, gastos improcedentes, licitaciones comprando cualquier cosa, impedimento de crecer, adaptación a las reales necesidades y al usuario. Ese gasto del sufrido administrado se puede bajar al instante. Si no se hace es por complicidad, por corrupción, por miedo a la reacción de los capomafia, temor a la ideología del fracaso. Pero es inaceptable para obscenos intereses bastardos. Depende de con quién se quiera estar bien. O a quién no se quiera molestar. Estas medidas y decisiones dependen de la gestión de quienes se creen beneficiados por el actual estado de cosas, es decir, por un país de estructura prebendaria.
Para corregirlo existe el voto. El votante tendría que votar con inteligencia en defensa de sus propios intereses de vivir mejor. No habrá autoridad moral para despedir a un solo empleado del Estado, impedir las jubilaciones o pensiones de regalo o limitar los planes de trabajo esclavo, si al mismo tiempo no se va con decisión contra el delito de guante blanco, de prebendas, de mecanismos fraudulento de ventas al estado, de tercerizaciones de atorrantes camuflados como prestadores de servicios que devuelven a los funcionarios la mitad de lo que les pagan por factura, porque total, tampoco brindan ninguna prestación.
Si no se quiere dolarizar, no se puede ser gradualista, o populista, Todos los presupuestos deben ser reanalizados en base cero, rubro por rubro, caso por caso. Hay cómo hacerlo de modo imparcial y a bajo costo. Obligaría a aplicar políticas de Estado a favor de la gente.
Seguramente es difícil pedirles a los políticos que muerdan la mano que le da de comer, y viceversa a los empresarios que dejen de ser focas de los gobiernos y socios secretos de sus sindicatos, al vago que se ponga a trabajar, o al estudiante que estudie. Al periodismo, que suele comprar o vender los argumentos falsos que ocultan las complicidades. Los inútiles, charlatanes y corruptos privilegiados deben cambiar el foco de este mecanismo, persistir en un camino de frustración terminará en tiranía, y someterá en la pobreza a la sociedad entera. Camino que en los últimos años venimos recorriendo. Si las ambiciones, la corrupción, la incapacidad, la desidia, la coima, la complicidad o la necesidad de un cargo, de nepotismo o de acomodar a un (o una) amante hacen que esas soluciones sean inaceptables, entonces es hora de ser pesimistas.
Los que piensan “cuanto peor mejor…” para consagrar sus egoístas intereses, desdeñan qué hay gente afectada por la profundización de la crisis ya endémica. Lo mismo los que quieren repetir o profundizar experiencias que condujeron al endeudamiento, la inflación y el agobio impositivo. El costo del populismo tarde o temprano se paga. El único dinero con el que se puede hacer solidaridad es el que surge del esfuerzo, la inversión y el trabajo; el otro, es mentira, hace desaparecer al dinero real.
Estamos apostando a ganador en una ruleta de un número solo, el totalitarismo mafioso. En algún lugar secreto, semejante cambio sería necesario posible y factible, pero inaceptable para la hipocresía nacional. Guay de aquellos que no tengan el coraje, la decencia y el talento de explicarlas, de planearlas, de trasmitirlas y de ejecutarlas.
Deberíamos reflexionar seriamente cuando vemos que países ricos, enormes, están en el abismo económico y social, algunos, de facto, están dolarizados, otros en ese camino hablan de dolarizar…