«Sabemos lo que vemos, oímos o estudiamos» (Bertrand Russell)
Ante todo, se debería observar que, la intuición de Kant se sostiene en tener conocimiento de algo más allá de la imaginación. A lo cual, el más del común individual, antes de tener en su haber la veracidad de la existencia de ese algo, le imputa un porqué de ser sin evidencia empírica, eso es: mito. La inquietud de darle un porqué a esa voluntad y observación es cosmogonía. Luego de haber logrado a ciencia cierta tener una evidencia empírica y; por ende, heurística del porqué del objeto, se debe aceptar la misma como válida y concluir en tener un probable conocimiento de la cosa que ha llamado con mucha intensidad toda atención. Desarrollar la praxis de ese conocimiento en función de un objetivo productivo es cultura.
¿Porque cultura? ¿Es que acaso tiene otro fundamento la cultura además de tener un comportamiento idóneo en función del bienestar común, que es bastante?
Pues sí, debemos tener –por lo menos- dos puntos claros con respecto a la cultura. El primero tiene de principio, un significado ajeno a la praxis, o sea semántico, pues, no saber cómo hacer las cosas es no ser culto. O sea, considerando lo anterior explicado se tiene como probable no tener cultura. Por ende, quien sabe es culto. El segundo compete a la etimología de culto, cultus (latín) la cual contiene un elemento propio de obediencia y de método para hacer cosas, ejemplo: cultivar la tierra y/o rendir pleitesía a deidades. De modo que, en ambos conceptos, al no hacer lo requerido ante la demanda del objeto el efecto es nulo. Sin embargo, ambos conceptos cultura y culto,
aunque tienen el mismo origen latino etimológico y relación semántica, se diferencian en estructuras. Sea, cultür y cultus, respectivamente.
Tener cultura, es saber hacer las cosas en la medida de observar el comportamiento natural del universo y de lo que contiene en función de recrear y mantener armonía en sí mismo y con el mundo. Va más allá de lo esotérico, a lo cual tiende a descartar para ejercer con propiedad y autoridad lo necesario en una sana existencia tanto mental como física. Con la cultura el individuo humano se aparta del existencialismo por cuánto tiende, con el uso de la inteligencia, adaptarse a la naturaleza mediante cambios y controles sostenibles.
Civilización, originario del latín civitas, compete a desarrollar en términos cognoscitivos lo que se ha obtenido mediante el cultivo de la mente y la experiencia colectiva. En ella es necesaria la experiencia cultural, pues, la misma tiene de principio las bases del saber tanto ecológico como económico de la esfera -país geográfico- donde se habita, pueblos y naciones.
Es posterior a la cultura. No obstante, esta última se mantiene como corolario de la civilización por cuánto se rige por el espíritu del desarrollo cultural de los pueblos, por efecto del conocimiento adquirido, académico o no. Científicamente y en conjunto, por causa de su método, objeto y conocimientos tiene como consecuencia el desarrollo civil de los pueblos.
Civil (de ciudad, ciudadanía), del latín cívitas, o ciuitas, para referirse a los integrantes de una unidad territorial, jurídica, económica y/o religiosa. En derecho romano -disciplina de pensum universitario- civitas se refiere a la comunidad ciudadana jurídicamente organizada y basada en la primacía de la sociedad civil (de lo que se deriva el desarrollo del ius civile). La civitas romana es herencia griega desde 753 a.C.
Los pueblos o naciones en la vanguardia de la civilización conforman un conjunto de civitas desarrolladas bajo una premisa prístina de culturalismo genuino y óptimos adelantos científicos, económicos y sociales, no exentas de la influencia de lo mejor de la cultura de otras menos desarrolladas.
Aristóteles definió bárbaros a aquellos pueblos que no hablaban griego, que según él eran ignorantes. Sea, balbuceaban. Sin embargo, según Alejandro Magno en la princesa de Babilonia (Voltaire), un pueblo que había desarrollado tanta hermosa arquitectura al punto de tener tan hermosos jardines colgantes no podía ser bárbaro.
En política, las civitas y sus homólogas del griego polis, han desarrollado sus civilizaciones por el concurso de ideas de sus ciudadanos (democracia) y no del origen de las decisiones de la megalomanía, ni de la egolatría, ni del narcisismo dañino de los tiranos aun cuando de ello haya algo de inspiración. En ética de la ciencia, vender la capacidad del ingenio para someter a los pueblos a la voluntad de un déspota es inmoral. Una perversidad. (Mario Bunge).
Joise Morillo
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Venezuela -USA