Por el Dr. Nelson Jorge Mosco Castellano
Volviendo al tango, hay relatos que pintan el choque tardío e inevitable del haragán con la realidad. Advierten que las consecuencias de las malas decisiones tratando de forzar al destino con desapego al trabajo y al esfuerzo, es propio de los que quieren cambiar al Mundo, y hacer sus esclavos de los demás. El 14 de marzo de 1940 Rodolfo Sciammarella describía esta historia popular: “Hoy sos un hombre descontento y amargado. después que has derrochado tu bienestar. Te has convertido en enemigo de la vida, porque ella te convida a trabajar.Por eso mismo es que todo te molesta, y se oye tu protesta por los demás.Con el tono llorón de un agorero, decís que el mundo entero lo deben transformar.Deja el mundo como está,que está hecho a la medida…Deja el mundo como estávos debes cambiar de vida…Le queres poner rueditas…¿Dónde lo queres llevar?Sólo vos lo ves cuadrado, y redondo los demás. Deja el mundo como está,con sus malas y sus buenas,con sus dichas y sus penas… ¡Deja el mundo como está! Qué cosa buena has de encontrar a la deriva, o es que esperas de arriba tu porvenir.Sólo se logran con trabajo y sacrificios, los grandes beneficios para vivir.Al fin, tu queja es el clamor de un fracasado,ya me tenés cansado de oirte gritar…Que anda el mundo al revés y está deshecho, y vos… ¿Con qué derecho lo pretendes cambiar?
Poco después, en 1944 Friedrich A. Hayek nos explicaba como se multiplica esa intención de reordenar el Mundo; como la política avanza en deconstruir la realidad y planificarla a diseño propio; como se multiplicó el relato de compadecer, justificar y subsidiar a aquel vago de nuestro tango. Y como la prédica de este tipo de personaje tanguero trascendió lo folclórico, trastocando la bíblica condena por el pecado original, y reivindicado el derecho a replanificar los recursos de quien consiguió su pan transpirando, para servirse con el trabajo a los demás. Hayek nos advierte, que una vez que ese vago accede a la condición de político, se transforma en el economista de otro mundo, aquel al que sometería a una deriva imparable y creciente de intervencionismo, cuya inevitable consecuencia es que la construcción de un nuevo paradigma de un nuevo Dios. Ese ser omnisapiente que para siempre jamás avanza persiguiendo esa antinatural e imposible igualdad. Dice Hayek: “Nuestra generación ha olvidado que el sistema de la propiedad privada es la más importante garantía de libertad, no sólo para quienes poseen propiedad, sino también, y apenas en menor grado, para quienes no la tienen. No hay quien tenga poder completo sobre nosotros y, como individuos, podemos decidir, en lo que hace a nosotros mismos, gracias tan sólo a que el dominio de los medios de producción está dividido entre muchas personas que actúan independientemente. Si todos los medios de producción estuvieran en una sola mano, fuese nominalmente la de la “sociedad” o fuese la de un dictador, quien ejerciese este dominio tendría un poder completo sobre nosotros…Y el poder que un millonario tiene sobre mí, no es mucho menor que el que poseería el más pequeño funcionario que maneja el poder coercitivo del Estado, y a cuya discreción estaría sometida mi manera de vivir o trabajar. Tan pronto como el Estado toma sobre sí la tarea de planificar la vida económica entera, el problema de la situación que merece cada individuo y grupo se convierte, inevitablemente, en el problema político central. Como sólo el poder coercitivo del Estado decidirá lo que tendrá cada uno, el único poder que merece la pena será la participación en el ejercicio de este poder directivo. No habrá cuestiones económicas o sociales que no sean cuestiones políticas, en el sentido de depender exclusivamente su solución de quien sea quien disfruta el poder coercitivo, a quien pertenecen las opiniones que prevalecerán en cada ocasión”. Fue el propio Lenin quien introdujo en Rusia la famosa frase “¿Quién a quién?”, durante los primeros años del dominio soviético. Frase en la que resumió el problema universal de una sociedad socialista: ¿Quién planifica a quién? ¿Quién dirige y domina a quién? ¿Quién asigna a los demás su puesto en la vida y quién tendrá lo que es suyo porque otros se lo han adjudicado? Estas son, necesariamente, las cuestiones esenciales que sólo podrá decidir el poder supremo”.
Todos los fracasados intentos de incidir artificialmente en la economía de producción y consumo, interviniendo para “corregir” las naturales desigualdades entre el que produce y el que necesita, son los que han dado origen al economista planificador, y su deriva absolutista: el dictatorial planificador de la vida individual y colectiva, el comunista. Un especialista en diagnosticar desigualdades, multiplicarlas, y vivir de ello. Estos personajes detestan comprobar que la mejor intervención es la que no existe; la niegan y echan la culpa de esta “versión” del mundo al laburante. Disfrazan de redistribución la responsabilidad de quien representa a los demás, de usar cada peso que detrae del productivo emprendedor sin igualar en la miseria. Acorralarlo o exterminarlo, significa la pauperización de toda la sociedad. Por eso la cultura de “yo te resuelvo la vida”, “vive sin hacer nada” o “ser pobre es culpa del que tiene” vuelve imposible convivir con libertad en sociedad. Se le pide a un planificador algo imposible, que mejore la distribución natural de los recursos individuales, interfiriendo en el resultado del esfuerzo y el comercio, o sea, el natural mundo económico productivo. O peor, que corrija lo que anteriores planificadores hayan distorsionado y destruido del sector productivo, asignando a piacere la plata que hicieron creer que era del gobierno. Nada puedo sustituir a lo natural: libertad de trabajo, libertad de producción, libertad de comercio, libertad de aplicar los recursos para satisfacer mejor al consumidor. Una vez que se distorsionaron con el gasto público impertinente las posibilidades de producir del país, y se creó una cultura del mantenido, modificar la tensión cultural implica tener respaldo para luchar contra los que aprendieron que a más presión más beneficios, que quien gobierna por las buenas o por las otras va a aflojar. Como los recursos son finitos atender necesidades infinitas cargándolas sobre los únicos que trabajan agotan a toda la sociedad, que sufre los efectos en su bolsillo de que lo que le sacan nunca es suficiente. Ninguno de los mantenidos quiere aceptar que se le ajuste la cincha. Asume que no se le saca bastante al que subsiste trabajando. Por otra parte, el político, como economista distribuidor de lo ajeno, asume la imprudencia de “inversor” sin consecuencias propias, endeudando a futuro a quienes pagarán los empréstitos de elucubraciones faraónicas, frustradas o corruptas. Hay tres tipos de gobernanza: los que multiplican el gasto hasta comprometer lo que no hay, creando un mundo yermo en los que producir es imposible; los que no bajan el gasto excesivo y esperan un imposible crecimiento productivo para que sin restricción política el gasto público parezca menor; y los que ajustan realmente el gasto público a la realidad del Mundo económico liberando recursos para hacerlos productivos. Estos últimos deben enfrentar reacciones violentas al ordenamiento del gasto.
Luego de que el gobierno frentista dilapidara los mejores quince años del esfuerzo productivo del sector agropecuario, dejando al país exhausto, endeudado, con creciente inflación de precios, una carga tributaria que lastra la producción y el consumo disminuyendo la capacidad de compra del salario y la jubilación, el nuevo gobierno prometió un aire de afloje gubernamental del gasto, con la promesa de no aumentar ni crear impuestos, bajar el déficit fiscal corrigiendo ineficiencias, ineficacias y desvíos por corrupción. El equipo económico tenía el desafío de cambiar la cultura de que la plata es del gobierno y puede repartirla a pedido. Nadie acepta el ajuste. La insoportable presión de quienes viven de extorsionarlo intentando cogobernar que detuvo la pandemia, ahora vuelve violentamente. Un gobierno atado al gasto del anterior, quiere hacer crecer la economía, mejorar la educación, crear empleo, atraer inversores. Sin ordenar el gasto público Inevitablemente se financia con el “impuesto” inflacionario: aumento de precios y baja del consumo familiar. En lugar de atacar la causa, ataca las consecuencias: una emisión de pesos que va directamente a disminuir el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones. El ajuste del gasto lo hace el sector privado. Los desempleados que aumentan, la atención a la pobreza e indigencia que crece, la inseguridad el narco que lo aprovechan. Con criterio de economista, se intenta bajar la inflación ascendente disponiendo que el BCU suba las tasas de interés en pesos, para quitar pesos del mercado, reducir el precio de los bienes a costa de que no tenga pesos el consumidor. Pero, tozudamente, no bajar el enorme gasto público es la causa de la inflación, que suma además otro efecto indeseable: distorsiona el mercado de cambios disminuyendo el valor del dólar con relación al peso que afecta negativamente la producción exportable. Además, abarata lo importado, hace más accesible viajar y comprar fuera de fronteras, que atenta contra el productor y el comercio local que cada vez vende menos, afecta la cadena de pagos, y obliga a despedir empleados. Mantener la inflación, que el frentismo populista alienta, favorece al que tiene más recursos, al especulador que acopia y al importador; restringe producción nacional. Castiga mucho más al que tiene ingresos fijos, al que busca empleo, y al que le baja el ingreso que paga más caro lo esencial.
El Mundo funcionaba bastante bien antes de que el socialismo introdujera una planificación probadamente fracasada en la economía y restringiera la libertad de comercio. Sin ninguna intervención se mejoró la pobreza y viven mejor siete mil millones de personas. Aún en situación de guerra o postcomunismo los individuos trabajando se han recuperado. Cuando fracasan las políticas de ordenamiento del gasto y la inflación persiste o aumenta, la cultura del reparto se exacerba renacen los solucionadores que ponen más impuestos. Cuenta la historia económica, y el tango, que sin trabajo más gente desganada se une a la secta de gurúes políticos y económicos intervencionistas que quieren cambiar el mundo. Los que multiplican derechos, prometen hacer justicia, satisfacen el oído de los haraganes y miserables que ellos mismos dejaron en “Pampa y la vía”. Proponen más socialismo, dirigismo, planificación, y gasto público. Asfixian la producción, el consumo y el trabajo, hasta que, de manual gramsciano, llegan a la tiranía que confisca lo que quede. Evitarlo requiere mucho coraje cívico, convencimiento, adecuada comunicación y un enorme cambio cultural y educativo. No asumirlo implica profundizar la parálisis terminal de la economía. Maquillar la inflación genera expectativas frustradas, esfuma la esperanza y avala a los agoreros del fracaso a revalidar su multiplicada rapiña.
Aquel tango daba en la tecla: “Dejá el Mundo como está que está hecho a la medida”. El haragán quiere vivir sin trabajar, el político aprovecha electoralmente su desidia fomentando un gasto excedentario de los recursos. El economista, complementó Hayek, trata de complacer a ambos. La exasperación y el cansancio crean otro Mundo del que difícilmente se vuelve.
Chan, chan…