DEMOCRACIA VS. IDEOLOGÍA. Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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La humanidad recoge ejemplos de gloriosa resistencia al avance del poder avasallando al individuo. Una librería en Berlín, de Françoise Frenkel, es el relato autobiográfico de una judía amante de los libros, propietaria de una librería, expropiada y nómada, escapando del impúdico uso violento del poder. Allí, señala la autora:

«Es deber de los sobrevivientes rendir testimonio para que los muertos no sean olvidados ni los oscuros sacrificios sean desconocidos. Ojalá estas páginas puedan inspirar un pensamiento piadoso hacia aquellos que fueron silenciados para siempre, exhaustos por el camino o asesinados».

Hay valores que la democracia ha venido construyendo con el sacrificio de millones de seres humanos, que no son de izquierda ni de derecha: conceptos de sentido común que forman parte de nuestra Constitución democrática y republicana, garantías para que la ideología de algunos no avasalle la libertad de otros.

Ese raro sentimiento trágico que pervive luego de un acto eleccionario democrático: ¿Qué harán los que ganaron sobre los que no lo hicieron? Es una angustia que no se compadece en un sistema de respeto a la libertad, a la democracia, al republicanismo y a una alternancia que, en lugar de esperanza, siembra temor ante el posible incumplimiento de aquellas superiores obligaciones.

Esto puede ser producto del fanatismo de algunos, que debe ser sofrenado urgentemente por quienes asumen la responsabilidad de gobernar para todos. De lo contrario, se inicia, irremediablemente, una etapa de confrontación que destruirá la armonía, generando odio hacia quienes piensan diferente.

Tener orden en el gasto público, no tirar ni abusar de los recursos que provee la persona que los produce y aporta, para que sean bien utilizados en beneficio colectivo, es simplemente honradez en la administración de la cosa pública.

Cuidar lo que es de todos para que se gaste lo justo y necesario, sirviendo a la sociedad con el resultado más eficaz, eficiente y productivo, es una obligación de quien representa a todos. Es un rigor asignar cada peso recaudado únicamente para mejorar la condición de vida colectiva.

Excluir y penar a quienes corrompen estos principios es, simplemente, reconocer que la honestidad está por encima del pensamiento único, y que el fin no justifica avasallar a nadie.

Permitir a cada individuo desarrollar su proyecto de vida y respetar el esfuerzo por mejorar son partes fundamentales para construir una sociedad justa. Este es un derecho natural que no admite restricciones, salvo el aporte razonable de cada uno para que la sociedad sea cada vez más vivible y compartible. La solidaridad individual debe ser voluntaria.

No debería tener un cintillo político o ideológico disponer que los mejores, más sabios y honorables ocupen posiciones circunstanciales que propicien los mejores resultados económicos y sociales.

Multiplicar el endeudamiento a cargo de las generaciones futuras para satisfacer necesidades infinitas es abusar de nuestra posteridad. Crear derechos sin recursos sustentables es mentir.

Si queremos construir armonía, dejemos de luchar contra el abuso de unos contra otros, aceptando que hay defectos, virtudes y talentos diferentes. Es necesario respetar el derecho a disponer de lo propio para ahorrar, invertir en el bienestar familiar y prever contingencias futuras.

No puede ser objeto de apropiación lo ganado honradamente para mantener eternizado el asistencialismo hacia quienes no hacen nada por sí mismos, salvo reclamar igualdades. Corregir asimetrías económicas y sociales implica obligar a quienes distribuyen la recaudación a no matar al que colabora. Colocar a unos como abusadores, insensibles o egoístas, desconociendo su sacrificio, atenta contra los necesitados, los marginados e imposibilitados de trabajar. Esto lastra la voluntad de seguir esforzándose, resiste el abuso y condiciona el futuro colectivo. Hay que tener claro que el dinero no es del gobierno, ni lo pone este.

Evaluar con justicia y equidad las decisiones sobre avanzar sobre lo ajeno es esencial. Es necesario considerar las oportunidades, la afectación global, los esfuerzos individuales, las situaciones familiares y la generación de empleos.

El simplismo de dividir entre unos y otros, con un ser humano en el medio para decidir cuánto quitarles a unos para darles a otros, debe abandonarse. Es fundamental cuidar a los primeros para sostener a los segundos y, además, cubrir los costos administrativos de los repartidores.

Enseñar a «pescar» en un mundo tecnológico como el actual exige aprovechar cada esfuerzo individual para preparar al colectivo. Cada recurso malgastado es dinero perdido y una oportunidad desaprovechada de mejorar las condiciones de quienes buscan salir adelante.

La responsabilidad social no exime a quien decide vivir tirado o intoxicado. Si bien es una decisión personal, la obligación de la sociedad es poner límites para garantizar la convivencia.

La ideología no debe ser un consuelo para castigar a quien tiene algo, bajo el prejuicio de injusticia. En cambio, debe usarse para interactuar cuidadosamente y no perjudicar a todos con recetas injustas, inmorales, abusadoras y disgregantes.

El verdadero temor no es a multiplicar la equidad de oportunidades, sino al abuso que degenera en violencia y, luego, en totalitarismo.

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