EL ESTADO MINOTAURO Y LA ESCUELA AUSTRÍACA…Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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Buenas tardes. Expreso mi agradecimiento al Instituto de Estudios Históricos e Internacionales “José L. Ellauri” y a todos los que nos acompañan en el día de hoy.

Amigos: los invito a viajar al Ágora de Atenas, sentarse en la plaza de la Antigua Grecia donde se congregan por amor al conocimiento los ciudadanos, un espacio abierto, centro del comercio, de la cultura, de la política y de la vida social.

El análisis al que los convocamos es sobre el individuo, porque la segmentación en disciplinas parciales se ha desarrollado para el estudio, pero tienen ese denominador común que es la persona y sus circunstancias.

Por eso nos abocaremos a la relación causal entre el respeto a la libertad individual por el gobernante y la calidad de vida en sociedad.

Un estudio basado en el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage de los EEUU sostiene que “la evidencia empírica indica que los países más libres alcanzan mayores niveles de desarrollo e ingreso por habitante.  Y a partir de ese análisis algunos economistas indican que el promedio de ingreso per cápita para las economías libres es 12,8 veces mayor al de las economías con libertades reprimidas”.

Por eso nos parece importante considerar algunas posiciones que vienen alertando sobre el crecimiento exponencial del Estado, relacionándolo con el estancamiento, el retroceso económico, y el aumento de la pobreza.

Desde de EL LEVIATAN de Hobbes  de 1651 al EL OGRO FILANTRÓPICO de Octavio Paz de 1769, se vienen denunciando los abuso de un Estado dominante, que avanza absolutamente sobre libertades individuales. Esa funesta utopía de mejorar a todos centralizando en un Estado que avance hacia una sociedad igualitaria, regimentada que sobreponga la sociedad a la persona.

El intento soberbio de empoderar al Estado para corregir asimetrías económicas, luego de estudiar científicamente la relación desigual entre los individuos. Detectan los cientificistas, que el ser humano libre padece una tara crónica que lo hace egoísta, le impide ser naturalmente solidario, y exige domeñarlo para organizar, planificar, producir y dar a todos la misma cantidad de bienes de consumo. Han reducido nuestra condición a “lumpen”, carente de conciencia de ser explotado, cuya liberación justifica imponer una superestructura que cree un hombre libre de necesidades.

Los cientificistas más empecinados multiplicaron el lobo que tiene dentro quien abusa del poder, cercenaron la libertad de resolver su propio destino y multiplicar creativamente los recursos para beneficio colectivo. La aplicación práctica ha demostrado empíricamente la desventaja, entre otras muchas, de cosificar a la persona, quitarle atributos naturales, negarle su libertad de pensar libremente, actuar y vivir responsable de su propia calidad de vida. Acciones que lo han sacado de las cavernas y lo trajeron al siglo XXI, superando desafíos de sobrevivencia únicamente con ingenio y sacrificio.

Esta tensión crítica se actualiza en el libro de Bertrand de Jouvenel del 2011 “Sobre el Poder. Historia Natural de su Crecimiento”, en el que define al “Estado Minotauro” a partir del mito griego. Asume al Estado como un poder monstruoso, gigantesco, una bestia mitad toro y mitad hombre, que se alimenta con los jóvenes ciudadanos encerrados en un laberinto insondable. Este mito termina bien por la acción indiviual de Teseo que encuentra el rumbo para matar al monstruo y encuentra la salida del laberinto, dejándonos una enseñanza: siempre la pérdida de la libertad conduce a la condición de esclavo de la bestia.

Veamos el origen y la desnaturalización del ejercicio del poder del Estado moderno.

La forma política del Estado moderno surgió a finales del siglo XV en Europa, y en España con los Reyes Católicos. El Estado-Administración era incipiente y el Gobierno podía limitarse sujeto al consentimiento de los ciudadanos. Los escolásticos españoles sostenían que los derechos individuales están por encima de cualquier forma de poder terrenal.

Sin embargo, de Jouvenel señala que, desde finales del siglo XIX con los derechos «sociales» y, especialmente, a en los siglos XX y XXI surge el Estado Minotauro. Un crecimiento exponencial del tamaño del Estado-Administración. Una tiranía democrática. El último estadio al que llega un aparato burocrático-administrativo al servicio de una casta política que se eterniza y reproduce, o, si prefieren, de una oligarquía de élites extractivas. Una involución institucional que se fundamenta en la exigencia de resolver todos los problemas por el Estado y permitirle avanzar sobre los recursos individuales.

Algunos datos que nos brinda de Jouvenel:

Durante la economía preindustrial, la forma política del Estado en los siglos XVI, XVII y XVIII representaba entorno al 5% del PIB de los países.

A partir de la revolución industrial y, especialmente, desde la revolución francesa, el tamaño del Estado después de la Primera Guerra Mundial creció paulatinamente hasta alcanzar cerca del 15% del PIB .

En 1929 luego de la “Gran Depresión” los ciudadanos quedaron inermes ante las diversas soluciones estatistas para los problemas sociales que las oligarquías de élites extractivas fueron imponiendo en Europa. El tamaño del Estado creció hasta los niveles máximos del nacional-socialismo de la Alemania nazi y del socialismo real o comunismo de la antigua URSS.

Si lo Político se expresó antiguamente de un modo natural con las formas políticas de la ciudad, el reino o el imperio, con las revoluciones guiadas por el racionalismo constructivista, el tamaño de la política «artificial» del Estado ha aumentado exponencialmente durante los siglos XX y XXI, hasta alcanzar en algunos casos el 100% del PBI. Y no parece que vaya a reducirse por el «consenso» existente entre la oligarquía en el poder.

Después de estallar en agosto de 2007 la Gran Recesión, se observó un cambio en la percepción de los ciudadanos: gran descontento e indignación hacia la clase política. Un choque violento con la realidad del estancamiento productivo y comercial. Sin embargo, que exista una situación prerrevolucionaria, no quiere decir que, aún en caso de producirse una revolución, el Estado vaya a disminuir. Los recientes ejemplos en Europa y en nuestra América así lo predicen.

Veamos la posición de la Escuela Austríaca sobre el tema:

Friedrich von Hayek es uno de los más importantes representantes de esta posición filosófica que prioriza la libertad del individuo. Esta Escuela de pensamiento liberal inició su auge en la Universidad de Viena a partir de 1880.

Hayek en 1973 en su obra  “Derecho, Legislación y Libertad”, señalaba:

La tendencia del sector público a crecer progresivamente y de manera indefinida llevó, hace aproximadamente un siglo, a formular la ley sobre el creciente gasto del gobierno. En algunos países como Gran Bretaña, este crecimiento ha alcanzado ya un punto en el que el porcentaje de la renta nacional controlado por el gobierno llega a superar el 50%. Esta es sólo una consecuencia de la tendencia intrínseca de las instituciones actuales a la expansión del mecanismo estatal; y no puede esperarse otra cosa en un sistema en el que primero se fijan las «necesidades» y luego los medios disponibles, por decisión de gente que piensa que no tiene que pagarlos directamente… Puede ser que, habiéndose echado sobre la espalda demasiadas funciones, el gobierno descuide las más importantes…”

Destacamos a Hayek porque obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1974, pero podríamos señalar a Ludwig von MISES y muchos otros dignos representantes liberales que priorizan al individuo.

Este economista casi olvidado se sorprendió al compartir el sexto Premio Nobel de Economía con Gunnar Myrdal, un economista socialdemócrata sueco absolutamente alejado la visión liberal clásica. Sin embargo, tenían en común «su penetrante análisis de la interdependencia de los fenómenos económicos, sociales e institucionales».

Hayek había dado su propio giro extraeconómico a finales de la década de 1930, cuando trató de entender por qué el mundo buscaba la salvación a través de un mayor control estatal sobre la economía y la sociedad en general. Este proceso se aceleró cuando se incorporó al Comité de Pensamiento Social de la Universidad de Chicago en 1950.

Un tema común que marcó la exploración de Hayek fue la convicción de que las ciencias sociales, incluida la economía, habían tomado un rumbo equivocado cuando intentaron seguir de cerca los métodos empleados en las ciencias naturales. Lo que Hayek llamó «cientificismo» había distorsionado la economía al centrarla en lo que es medible y observable. Si bien esto podía funcionar en las ciencias físicas, Hayek sostenía que esta metodología estaba abocada a producir conclusiones engañosas cuando se aplicaba al tipo de interacciones y conocimientos humanos que constituyen el objeto de la economía.

La más famosa de las incursiones de Hayek en este terreno fue su artículo de 1945 en la American Economic Review “El Uso del Conocimiento en la Sociedad”. «Hoy en día», afirmó Hayek «es casi una herejía sugerir que el conocimiento científico no es la suma de todos los conocimientos». Sin embargo, existen otros tipos de información, gran parte de la cual es específica de los individuos. Entre ellas está «el conocimiento de las circunstancias particulares de tiempo y lugar». Hayek observó que la posesión de esta información tácita y, por lo tanto, en gran medida incalculable, da a «prácticamente cada individuo […] cierta ventaja sobre todos los demás, en el sentido de que posee una información única de la que se puede hacer un uso beneficioso, pero de la que sólo se puede hacer uso si las decisiones que dependen de ella se dejan en sus manos o se toman con su cooperación activa».

Esta situación también plantea importantes retos a la planificación económica pública, en la medida en que no puede seguir el ritmo de los continuos cambios e intercambios de información a los que reaccionan constantemente los individuos. Lo que Hayek denomina «la economía del conocimiento». Ningún planificador puede conocer la enorme cantidad de factores cambiantes (entre los que destacan las preferencias intertemporales de miles de millones de individuos que forman el comercio, los que de acuerdo a su interés subjetivo establecen los precios, que no tienen una racionalidad externa que permita planificar con exactitud valor y consumo. Intercambio que afecta millones de bienes y servicios en un momento dado.

La confianza en “la nueva economía” que auspiciaba el gasto público como palanca de crecimiento empezó a debilitarse a finales de los años sesenta, a medida que la economía occidental comenzaba a experimentar  un elevado desempleo acompañado de una inflación de precios y rechazo de por la moneda local.

Estas circunstancias y la concesión del Premio Nobel a Hayek en 1974 hicieron que se le volviera a prestar atención.

«La pretensión del conocimiento» fue su discurso en Estocolmo. Una de las contribuciones intelectuales más importantes al liberalismo, definido como el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad.

El discurso de Hayek al recibir el Nóbel comenzó con la polémica observación de que se estaba pidiendo a los economistas que salvaran al mundo libre de la «inflación acelerada» que había sido el resultado de políticas que «la mayoría de los economistas instaban a los gobiernos a seguir». Para Hayek, esto era sintomático de hasta qué punto la profesión económica había «hecho un desastre».

Sostenía que un elemento central de esta crisis económica era «la actitud ‘cientificista’» que subyacía en la economía de posguerra. Durante tres décadas los economistas habían insistido en que existía «una simple correlación positiva entre el empleo total y el tamaño de la demanda agregada de bienes y servicios». Esto llevó «a la creencia de que podemos asegurar permanentemente el pleno empleo manteniendo el gasto monetario total en un nivel adecuado».

Para Hayek lo importante era que debajo de esta convicción había una gran dependencia de totalidades de «datos cuantitativos», cuya capacidad para captar fenómenos tan complicados como la inflación y el desempleo era «necesariamente limitada».

Hay un gran número de hechos que no podemos medir y sobre los que sólo disponemos información muy imprecisa y general. Y como los efectos de estos hechos en un caso particular no pueden ser confirmados por pruebas cuantitativas, son simplemente ignorados por aquellos que han jurado admitir sólo lo que consideran pruebas científicas. A partir de ahí proceden alegremente sobre la ficción de que los factores que se pueden medir son los únicos relevantes. Que no se pueda medir algo no significa que no exista o que no sea importante.

Hayek ilustra este punto examinando cómo se forman los precios y los salarios en una economía de mercado. «En la determinación de precios y salarios entran los efectos de la información particular que posee cada uno de los participantes en el proceso de mercado (vendedor y comprador) una suma de subjetividades que en su totalidad no puede ser conocida por el observador científico ni por ningún otro cerebro».

Los economistas no pueden saber, por sofisticado que sea el modelo econométrico, «qué estructura particular de precios y salarios igualaría en todas partes la demanda a la oferta.» O sea, que llevó a cada comprador a elegir ese producto en ese momento dado, y a ofertar o aceptar el precio.

Esto no significa que Hayek pensara que utilizar las matemáticas en economía fuera una pérdida de tiempo. Esas técnicas, observaba, pueden ayudar a trazar pautas generales. Sin embargo, no pueden encapsular todo lo que determina la formación de los precios, porque ningún modelo puede captar toda la información que interviene en la formación de los precios.

Friedrich Hayek señaló que los filósofos del derecho natural del siglo XVI, como los jesuitas Luis Molina y Juan de Lugo, que estudiaron en la Universidad de Salamanca, comprendieron perfectamente “que lo que ellos llamaban pretium mathematicum, el precio matemático, dependía de tantas circunstancias particulares que nunca podía ser conocido por el hombre, sino que sólo lo conocía Dios.»

La conferencia de Friedrich Hayek en el fondo, es un llamamiento a los economistas y políticos para que eviten la arrogancia fomentada por el cientificismo. No se trata sólo de mantener la integridad de la disciplina como ciencia social. También se trata de ser realistas sobre el poder predictivo de la economía: un realismo que debería desalentar las expectativas poco realistas de los gobiernos y los ciudadanos sobre lo que la economía, la política económica y los economistas pueden hacer: «El conflicto entre lo que en su estado de ánimo actual el público espera que la ciencia consiga para satisfacer las esperanzas populares y lo que realmente está en su mano es un asunto grave».

Es una receta para la decepción y, potencialmente, para profundas perturbaciones en el devenir político y económico.

La segunda razón de la preocupación de Hayek era civilizacional. Cuando la economía y la política económica están infectadas por el virus del cientificismo, empezamos a imaginar que podemos mejorar el orden social a voluntad mediante un control descendente. Ese «empeño fatal», como lo describió Hayek, alimentado por la negativa a reconocer «los límites insuperables de su conocimiento», puede convertir a alguien «no sólo en un tirano sobre sus semejantes, sino que bien puede convertirlo en el destructor de una civilización que ningún cerebro ha diseñado, sino que ha sido el resultado de madurar valores a partir de los esfuerzos libres de millones de individuos».

Para Hayek, el éxito de la mejora de la sociedad a través de la economía o de cualquier otra ciencia social pasa por aceptar que existen ámbitos de la vida humana de los que «no podemos adquirir el conocimiento completo que haría posible el dominio de los acontecimientos».

Finalmente, Hayek alertó en Estocolmo sobre la prudencia de crear un premio Nobel de economía, ya que temía que confiriera «a un individuo una autoridad que en economía ningún hombre debería poseer».

La humildad no suele un bien apreciado entre quienes intentan construir el cielo en la tierra. Pero, es algo que nos mantiene en contacto con la realidad y nuestras limitadas condiciones para prometer soluciones.

El mensaje de Hayek sobre nuestra capacidad de conocimiento es un poderoso ejercicio de revelación de la verdad para todos los tiempos.

Hoy el cientificismo como método de estructurar artificialmente la sociedad quizás no deba preocuparnos tanto. Lo que está generalizándose es el voluntarismo electoralista reñido absolutamente con las restricciones presupuestales. Lo realmente grave, es pensar que se puede satisfacer todas las infinitas necesidades con recursos finitos destruyendo a quienes los producen.

 Pasarle por arribas a esas limitaciones inevitables de cada economía implica impedir que los recursos crezcan y mejore la calidad de vida colectiva. Entenderlo no es falta de solidaridad ni egoísmo con los más infelices. Desconocerlo es propio de chamanes, que condenan inevitablemente a resultados imposibles y después inventan culpables externos. Se dicen ajenos a la irresponsabilidad de los resultados, y vuelven a engañar, por apetito de poder, y por corrupción.

Para finalizar, tengamos en cuenta que el poder que entregamos a nuestros representantes en un sistema democrático conlleva la responsabilidad de usarlo para cuidar al individuo. Cuando es utilizado para sojuzgarlo, quitarle su libertad., disponer de sus recursos abusivamente revive al Minotauro disfrazado de gobernante.

Gracias al Instituto por permitirme realizar la disertación, y especialmente a los participantes por la generosidad de dispensar su tiempo.

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