EL NACIMIENTO DEL ESTADO ORIENTAL. Por Hilario Castro Trezza

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El 4 de octubre de 1828, se cumplen 195 años, en Montevideo se produce el canje de ratificaciones de la Convención Preliminar de Paz que el 28 de agosto de 1828 había sido firmada en Río de Janeiro y redactada en idioma portugués, entre los representantes del Emperador del Brasil Pedro I y los de la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata, por medio de la cual se creaba el Estado Oriental como país independiente.

Para comprender este inesperado desenlace debemos adentrarnos en los sucesos acaecidos en los años anteriores. El 25 de agosto de 1825 en la Villa de San Fernando de la Florida, la Sala de Representantes de la Provincia Oriental declara la independencia provincial del Reino de Portugal y del Imperio del Brasil y la reincorporación a la unión nacional con las demás provincias argentinas, a “quien siempre perteneció por los vínculos más sagrados que el mundo conoce”.

Luego del triunfo sobre el ocupante brasileño en las batallas de Rincón el 24 de setiembre y de Sarandí el 12 de octubre, el Congreso Constituyente de las Provincias Unidas aprueba la reincorporación de la Provincia Oriental el 24 de octubre de 1825. Ello determina que el 10 de diciembre el Imperio del Brasil le declare la guerra a las Provincias Unidas.

El conflicto bélico significaba para Gran Bretaña la interrupción de la libre navegación del Río de la Plata y la reducción por consiguiente de su comercio. El logro de la paz pasó a ser un objetivo prioritario para el Reino Unido, por ello el Secretario de Relaciones Exteriores encomendó a Lord Ponsomby encontrar una solución al conflicto, luego de estudiar varias propuestas, se inclinó por trasformar a la Provincia Oriental, que ellos le llamaban de Montevideo o Cisplatina, en un Estado independiente.

A este respecto el citado diplomático británico concluyó: “La Banda Oriental contiene la llave del Plata y de Sud América, debemos perpetuar una división geográfica de Estados que beneficie a Inglaterra y la paz”. La mediación británica y la toma de las Misiones Orientales de parte de Fructuoso Rivera, convenció al Emperador del Brasil de la conveniencia de independizar a la Provincia Oriental.

Ante el estado de debilidad y desorganización de las Provincias Unidas el Gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación, cedió y designó con plenos poderes, a Juan Ramón Balcarce y Tomás Guido para que lo representaran en las negociaciones en Río de Janeiro. Hacia la capital imperial también se trasladó Lord Ponsomby. En las negociaciones representaron al Emperador el Marqués de Aracaty; José Clemente Pereira y Joaquín Olivera Álvarez.

Se realizaron siete sesiones todo lo cual culminó en la firma de la citada Convención el 28 de agosto de 1828, donde el Emperador declara y el Gobierno de las Provincias Unidas concuerda en declarar la constitución de un Estado libre e independiente. El Emperador Pedro I la aprobó el 30 de agosto, las Provincias Unidas la ratificaron, en el Congreso de Santa Fe, el 26 de setiembre y el Gobernador Manuel Dorrego la promulgó el 28 de setiembre.

El 10 de setiembre de 1829 la Asamblea General Constituyente y Legislativa en Montevideo aprueba la Constitución del flamante Estado Oriental del Uruguay, la cual es revisada favorablemente por los gobiernos brasileño y argentino en Río de Janeiro el 26 de mayo de 1830, ello habilita su jura el 18 de julio de 1830. En el solemne acto, que se llevó a cabo en Montevideo, flamearon junto al Pabellón del naciente Estado Oriental del Uruguay, los Pabellones de la Confederación Argentina, y de los Imperios de Brasil y de Gran Bretaña.

Dirá con extrema lucidez Carlos María Ramírez: “Brasil realizó, en cambio, la mitad de sus ambiciones seculares, al trozar en dos pedazos aquella nueva y gloriosa nación que en 1813 se alzaba en ambas riveras del Plata”. La denodada lucha de Artigas en pro de la unidad nacional; la declaración del Cabildo de Montevideo de 29 de octubre de 1823 y en particular las Leyes de 25 de agosto de 1825, de incuestionable unidad nacional, quedaron por el camino. Nacía un Estado “sin una fe de bautismo en regla” al decir de Luis Alberto de Herrera y “carente de nacionalidad” en fundado aserto de Bernardo Prudencio Berro.

Fue gracias al legado de Artigas, fundador de la Orientalidad, que sería nuestra singularidad y nuestro sentido de pertenencia, que nos transformamos en una nacionalidad. La orientalidad precedió a nuestra nacionalidad y la hizo viable, pese a todas las tribulaciones. A 195 años de nuestro alumbramiento, que muchos ocultan por un falso pudor historiográfico aunque fue fecha patria, por ley, de 1834 a 1860, es pertinente reflexionar sobre él y ello ha sido el propósito de esta columna.

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