EL PADRE DEL DICTADOR… Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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Dicen que la Filosofía es la madre de todas las preguntas y la Historia es la madre de todas las respuestas. Quizás sea así, pero los padres de los regímenes totalitarios que siguen asolando al mundo, como dijeran Les Luthiers en la célebre parodia sobre seres extraterrestres, “se escuenden”, y la pregunta es: “¿por qué se escuenden?”.

Seguramente, porque la vergüenza de tener que defender semejante engendro, aunque parezca lo contrario, les alcanza.

El mundo, nuestro mundo, sigue enfrascado en la dicotomía filosófica de Enrique Santos Discépolo: buenos y malos. Cambalache, según el diccionario de la RAE, significa:

«trueque o intercambio de cosas de poco valor» o bien un «acuerdo o intercambio entre dos o más partes alcanzado de forma poco transparente». El famoso tango, escrito en los años 30 del siglo pasado, nos advierte: «hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor. Ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. Todo es igual, nada es mejor. ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!». Nos habla del desamparo de la sociedad: «¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! ¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón! De los cambalaches se ha mezclao la vida […] El que no llora no mama y el que no afana es un gil. Y concluye: “Dale nomás, dale que va. Que allá en el horno nos vamo a encontrar».

El 2024 está signado por cientos de dictaduras que se sostienen empobreciendo, expatriando y aterrorizando. Indignan además los sonados casos de corrupción:

petrodólares que en valijas financian simulacros de actos electorales para que fracasados proyectos políticos permanezcan, presionando a gobiernos electos para conceder coimas y devolver aquellos favores. Estas dictaduras son enterraderas de otros delincuentes a quienes les venden protección a cambio del dinero robado. El narco tiene refugio y puede vender con impunidad, salteándose todas las barreras institucionales para penetrar en mercados desesperados por anestesiar vidas insoportables. Fracasa todo el sistema democrático, inficionado por agentes pagos por dictadores para justificarlos y protegerlos internacionalmente. Ese pago además condiciona para siempre quedar rehenes de mentir, aplaudir y controvertir a quienes tratan de pelear contra los regímenes. Todo el resto del mundo juega el partido que los dictadores les marcan directamente, asistiéndolos para blanquear dinero producto del delito o por militantes bien coimeados que sirven a un sistema por inhumano que sea. No tienen margen para cambiar. Aún si cae la dictadura, tienen que seguir con el relato falaz de que son ejercicios liberadores de estancamiento, pobreza e indigencia.

En términos económicos, hay ganadores en estas dictaduras. En el mundo destacan, además de narcotraficantes, vendedores de muerte y tortura: el negocio de armamentos, formación de cuadros para someter por la violencia y, por cierto, miles de ventajeros que aprovechan su relación con el régimen para hacerse ricos. También están las instituciones presuntamente dignas que les guardan el botín aunque esté manchadode sangre. Hay ventas de servicios a los dictadores para su solaz y esparcimiento, que agregan el costo de atender a un matarife.

Es un lugar común de este tipo de tipejos despreciables, además de sojuzgar y asfixiar la economía del pueblo que los soporta, se les juntan mafiosos de diverso calibre que gratifican al torturador con alabanzas y lisonjas bien pagas. Las economías no soportan la exacción brutal, aunque sienten sus posaderas sobre riquezas infinitas, ya que son ignorantes de producir salvo tristeza, muerte, desesperación y hambre. No crece el pasto donde pasan. Las economías productivas se secan por falta de inversión genuina;

cae el trabajo, se cierra lo confiscado y claudica la voluntad de tener algo por el riesgo cierto de apropiación abusiva. No hay comercio, no hay sistema financiero que lo sustente, no hay producción ni siquiera para la libreta de racionamiento de sus hambreados esclavos.

Cuando las condiciones ponen en riesgo la continuidad del dictador y su séquito, intentan simular que asienten derechos básicos. Obviamente, como todo enfermo mentiroso, mienten. El robo de las cadenas productivas sustituidas por negocios espurios no da más leche. Otros dictadores, corporativamente, intentan sostenerlos pero los acompañan hasta la puerta del cementerio. No hay procesos de cambio por voluntad del dictador. Es torpe, pero tiene claro que su caída en desgracia produce

inevitablemente su final de vida. Lo mismo sucede con toda la runfla delictiva que los secunda o que vive de su imagen de explotador sin piedad.

Mientras ideas y canciones de siglos pasados siguen relatando la decadencia de dictadores y traidores a sus pueblos, vale recordar que «quien no aprende de la historia está condenado a repetirla». Aunque la historia sea de otro pueblo sufrido, que día a día advierte cómo los despreciaron.

El padre del dictador puede ser usted.

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