Gramsci fue a la Rusia revolucionaria de Lenin. Llevó a Italia en 1923 la
misión de crear un frente de izquierdas contra el fascismo. Paradójicamente,
el fascismo liderado por un viejo socialista, que aceleraba la utopía
marxista, colectivista.
Con la excusa de un atentado contra el dictador fascista, Mussolini dispuso
el encarcelamiento de Antonio Gramsci, diputado comunista a pesar de su
inmunidad parlamentaria.
En la cárcel, de la que sólo saldría para morir en el hospital, escribió su obra
de transformación del marxismo.
El marxismo, una utopía, plantea la historia de la sociedad en términos
teleológicos descritos con la pretensión de científicos. Expresados para
llamar a la acción en nombre de una injusticia cósmica, que, como la fuerza
de la gravedad, debería conducir inexorablemente a la acción
revolucionaria.
Devendría del caos, naturalmente el colapso, conduciendo a la dictadura del
proletariado, y al final, a un hombre nuevo, un mundo igualitario, sin castas.
Pero, no habría sucedido así.
Es una contradicción evidente que el comunismo caería como fruta madura
al finalizar la era capitalista con laissez faire, cuando el capitalismo logró
disminuir la pobreza extrema del 90% en 1820 al 10% en 2015, con ahorro,
inversión, generación de empleo, todo al margen del Estado.
La mayoría de las sociedades seguía sin caer en la cuenta de la
“superioridad” del comunismo.
El marxismo histórico identifica al líder con el teórico que posee el
conocimiento de la verdad. Esa identificación ha llevado a entrenar comograndes teóricos a auténticos fracasados, como Stalin o Mao, y más
modernamente, Castro, Chávez, Maduro.
¿Cómo ofrecer una solución a tanto fracaso?
Antonio Gramsci resolvió estas contradicciones de cuajo. Para ello sacrificó
al marxismo.
Planteó la acción para acelerar el proceso. Una “filosofía de la praxis”
explicando por qué la historia no había traído la esperada “revolución
igualadora”. Soslayó nuevamente las naturales diferencias humanas. Halló la
respuesta en su teoría de la “hegemonía”.
El capitalismo puede dar sus “frutos podridos” en forma de contradicciones,
pero su decadencia final puede frustrarse si tiene frenos para paralizar el
necesario curso marxista de la historia. Ese freno proviene de un dominio
de clase que es más complejo que el que describió el “profeta”. La clase
burguesa posee los medios de producción, pero también establece una
hegemonía política y cultural por medio de la sociedad y sus instituciones, y
también por medio del Estado.
Eso que antes fue la cultura del trabajo, la meritocracia, la solidaridad.
La estructura (los medios de producción) determinan la superestructura (la
cultura). “La clase burguesa “se dota” de medios: educación, comunicación,
religión, etc. que construyen y refuerzan esa hegemonía cultural
contrarrevolucionaria. Socava la eficacia de la presión violenta hacia una
“revolución liberadora”.
Gramsci convoca a tomar todas las instituciones; romper esa hegemonía
burguesa y substituirla por otra de carácter comunista. La revolución será
una fuerza una acción de la que todos son protagonistas. Hay que destruir
los valores para sustituirlos de raíz. Primero crear la duda, luego implantar
ideas opuestas.La “acción cultural” (guerra) pasa por ocupar todas las instituciones,
públicas y privadas, y someterlas a la prédica revolucionaria. La promesa de
un “paraíso perfecto” urge actuar sin dilación.
En esa guerra cultural todos juegan y todo vale. Esa nueva praxis
revolucionaria pasa por construir un “bloque histórico” que aúne las fuerzas
de forma armónica y efectiva. Ese “príncipe moderno” que Gramsci toma de
Maquiavelo, es el partido necesario para arrasar la “hegemonía cultural”.
Los valores que han construido por decantación nuestra civilización; por
otra, que siga replicando violentamente: tesis, antítesis, síntesis.
Las masas deben rendir una total sumisión al partido internacional; los
intelectuales tienen la misión de guiarlo hasta la “victoria final”.
Gramsci es la principal inspiración de la nueva izquierda post mortem del
holocausto de Mao y la implosión del sovietismo de Stalin. Su política:
tomar una por una la miríada de organismos sociales, desde las
asociaciones de vecinos a los centros educativos, desde los periodistas a los
científicos, pasando por la política, la justicia, y el género, y someterlas a la
disciplina del “príncipe moderno”.
Comprender a Gramsci es esencial para entender los movimientos
globalizados internacionales de izquierda, que han inficionado también a los
gobernantes, las instituciones internacionales, y a los sótanos del mundo
financiero, con el paradigma de no contrariar lo “políticamente correcto”
para el igualitarismo, los “nuevos derechos”, y las prioridades que lastran las
economías y las funden.
Nada parece detener la “Guerra cultural” de este resentido. Una vida de
envidia al sano, al creativo, al trabajador, al ser humano exitoso, de los que
están al servicio del bienestar colectivo.
Gramsci puso en marcha la guerra cultura global para cumplir un designio
originario de la izquierda: ser el gran destructor de nuestra civilización.