LA REVOLUCIÓN. Por Joise Manuel Morillo

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De los clásicos de nuestra herencia cultural greco latina, de lo cual nos debemos desembarazar para bien de nuestra genuina idiosincrasia -según Leopoldo Zea- debemos tener conocimientos sumamente importantes. Estos se deben obtener en función de conocer, evitar y luchar contra errores garrafales que en el protagonismo de los líderes -para bien de sus seguidores- no deben ocurrir. De ellos citaré de principio a Aristóteles con lo siguiente de su libro VIII de Política:

“todos los sistemas políticos, por diversos que sean, reconocen ciertos derechos y una igualdad proporcional entre los ciudadanos, pero todos en la práctica se separan de esta doctrina.”

Para el estagirita, pretender establecer una igualdad de carácter social entre los miembros de grandes naciones (Estados) es totalmente absurdo y linda con la construcción de hegemonías, es promover el intento de construir algo imposible,  es demagogia. De esto último el sabio afirma que la misma nace casi siempre del empeño de hacer absoluta y general una igualdad, que sólo es posible y válida en ciertos conceptos; niega que solo porque todos son dizque igualmente libres, deben serlo de una manera absoluta. Para él, al existir patrones de conducta pública, como las leyes y normas que imponen las constituciones, la libertad en los Estados queda limitada para todo ciudadano, incluso para los que gobiernan. 

Al no cumplirse a cabalidad la constitución, su espíritu dejó de tener mérito, es como una cáscara vacía según Nelson Mandela. Por esta causa, Aristóteles afirma que los políticos en la práctica -al obtener poder- se separan de esta doctrina y hacen cuanta perversidad o ardid leguleyo les viene a la mente.

Para el sabio, los igualitaristas -actualmente: socialistas, comunistas, progresistas, globalistas, populistas, etc – pretenden aumentar privilegios limitados abocados en denunciar y apoyarse en una desigualdad que prevalece y debe acabarse -victimismo- en los Estados. Firmes en esta igualdad, han querido que el poder político con todas sus atribuciones fuera repartido por igual.

Los otros por ser ricos o diferentes socialmente y, apoyados en esta desigualdad, sólo han pensado en aumentar sus privilegios, porque esto equivaldría a aumentar la desigualdad.

Lo cierto es que ambos sectores con sendos discursos lo único que desean es acceder al poder, en todo caso al gobierno de los Estados y con ello, riqueza, fama y gloria. Según el sabio, ambos sectores, “en el fondo”, son falsos en la práctica. Y así los unos como los otros, tan pronto como no han obtenido, privilegios, carteras, cargos propios del  poder político y todo lo que tan falsamente creen merecer, apelan a la revolución.

Para Aristóteles el derecho de insurrección a nadie debería pertenecer con más legitimidad que a los ciudadanos de mérito y no solamente a aquellos que sólo porque su nacimiento es ilustre, es decir, porque tienen a su favor la virtud y la riqueza de sus antepasados a que deben su nobleza, se crean en virtud de esta sola desigualdad muy por encima de la igualdad común.

Esto implica que con sobrada razón se luche en contra de la opresión y el exceso de privilegios que otorga el nepotismo de gobiernos totalitarios. Por ello la insurrección, la rebelión o la revolución tienen valor en la medida de lograr, observar y devolver el bienestar común que ha sido amputado al pueblo en beneficio de élites de poder y en su detrimento  social económico y político.

Para el sabio, el haberse de privilegios políticos es la causa general de las revoluciones, y también puede decirse el origen de las turbulencias que ellas ocasionan. Y no otra causa, como hacer valer un desarrollo filantrópico y fomentar un modelo moral de sobrevivencia enfocado en la libertad absoluta del individuo y sus derechos humanos. Esto último es la impronta de las utopías socialistas que contrarias a su verdadero espíritu, actualmente se ha convertido en proyectos hipócritas y enajenantes, dando como producto el triunfo de megalómanos y narcisistas dañinos mediante la rebelión de masas anárquica que denuncia Ortega y Gasset y; actualmente, mediante la demagogia en discursos de proselitismo electoral donde consiguen poder democráticamente para luego usurparlo mediante fraudes en continuas elecciones manipuladas como ha sucedido en América latina y previamente en Europa Oriental, Asia y África.

Respecto a esto, las verdaderas utopías, ej.: de Moros, de Campanella e incluso de Agustín quedaron totalmente defraudadas. Mientras la miseria le rinde honor a la obra de Víctor Hugo “los miserables”, teniendo como causa lo que Simón Bolívar advertía derivado de lo posible que es manejar las masas mediante la ignorancia, cito:

“Por la ignorancia nos han dominado más que por la fuerza (…) un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción (…) moral y luces son nuestras primeras necesidades (…) La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la libertad republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente”

Joise Morillo 

[email protected] 

Venezuela USA 

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