Simone de Beavoir, esposa de Jean Paul Sartre, filósofa, feminista y activista de la izquierda francesa, en una oportunidad escribió: “La verdad es una, el error múltiple, no es casual que la derecha profese el pluralismo”. Esta afirmación es el principio rector de las diversas formas de fundamentalismo religioso o ideológico.
Ello fue expresado en el contexto de la guerra fría, durante la cual fue una defensora, junto a su esposo, de la ideología comunista que excluía, en sus por entonces extensos dominios, el pluralismo ideológico.
Las corrientes religiosas e ideológicas se proclaman poseedoras de la verdad y por consiguiente autorizadas a combatir el error, si ello se circunscribe al ámbito de sus adherentes, no nos merece el hecho objeción alguna, con la condición de que sus miembros tengan libertad para desvincularse de las mismas cuando lo estimen pertinente.
Pretender que la verdad de un colectivo, por más numeroso que sea, se debe imponer a toda la sociedad es dar muerte a la Libertad. No existe una verdad en materia religiosa, filosófica o ideológica que todos compartamos, de la cual todos estemos convencidos, por ello la regla debe ser la Libertad.
Esta formidable conquista de Occidente se ha materializado en las democracias liberales. No obstante, en los últimos tiempos estos principios están siendo cuestionados profundamente. Creíamos que esta pretensión de uniformización del pensamiento y del comportamiento, eran propios de los países islámicos como Irán o Arabia Saudita entre otros muchos, o de los regímenes fascistas o comunistas.
Cuba llevó a cabo una cruzada contra la homosexualidad en las primeras décadas de la Revolución, llegando a internar a “los desviados” en los tristemente célebres campos de rehabilitación. Estas corrientes nacionalistas extremas y profundamente contrarias a la soberanía personal y al señorío corporal de los humanos, ahora las presenciamos en la Rusia de Putin; en la China de Xi Jinping; en la Turquía de Erdogan; en la Hungría de Orbán; en El Salvador de Bukele; en la Venezuela de Maduro y en la Nicaragua de Ortega.
El retorno a la Presidencia de los Estados Unidos de Donald Trump con su prepotencia y demagogia, donde todo lo que se oponga a sus posturas es denostado, es un ejemplo paradigmático, en un país que fue cuna de la Libertad. Y aquí cerca hace pocos años lo presenciamos con Jair Bolsonaro en Brasil y ahora con Javier Milei en Argentina, ambos han hecho del insulto y la estigmatización del adversario la característica distintiva de sus gestiones. Se proclaman defensores de la libertad en la economía, pero agreden la libertad personal y corporal de sus conciudadanos.
Carecen de los modales mínimos que debe poseer un Jefe de Estado, se proclaman poseedores de una verdad revelada “por las fuerzas del cielo” y todo el que no comparte sus puntos de vista es anatema. Estos fenómenos populistas se apartan del liberalismo, que no es sólo la defensa de la economía de mercado.
El respeto a la esfera privada del individuo es el fundamento de la Libertad, la cuestión es donde trazar el límite entre la coacción legítima y la coacción arbitraria, en caso de duda siempre se debe optar por la soberanía de cada persona. No hay una verdad única, ni una única moral, ni una única solución para los complejos problemas contemporáneos, el conocimiento, aún el científico, es siempre provisorio y sujeto a refutación.
Debemos ser humildes, tolerantes y empáticos con nuestros semejantes que piensan o sienten diferente a nosotros. Una nueva inquisición asedia a los diversos, a los diferentes, a los distintos. La arrogancia de determinados gobernantes los convierte en tutores o curadores de sus compatriotas, como si éstos fuesen menores de edad o incapaces. Qué lejos del indivisible liberalismo que profesamos, ante un panorama tan desolador a izquierda y derecha, sólo nos queda el consuelo de Lord Acton: “Reducido ha sido siempre el número de los auténticos amantes de la libertad”.
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