«Tanto el sistema político argentino, como el internacional, o incluso el análisis
periodístico, no comprenden el fenómeno de Javier Milei, el libertario. No encaja
en ninguno de los viejos paradigmas acuñados durante un centenario de
socialismo aplicado, tanto explícita como implícitamente, que ha construido una
cultura del “benéfico” estatismo, corrompiendo todos los valores que conformaron
Occidente.
Milei no tiene precio, no se somete a chantaje, ni degrada la negociación política.
Es realmente un outsider, un rara avis simplemente liberal en un Occidente
corporativo. Milei está comprometido únicamente con lo que asume como su
trabajo: el interés del país. Busca volver a los valores de la época en que Argentina
era considerada primer mundo. Choca de frente, y violentamente, con aquellos
que usan el poder para enriquecerse y sostenerse políticamente con recursos
robados al sector privado productivo. Una pandemia que se extiende por
Occidente: corrupción de arriba abajo, del primero al último. La pérdida total del
respeto por sus representados. Vale todo; desde arriba se fomenta para desalentar
a cualquier no iniciado. Fidelizar a otros corruptos garantiza impunidad. Hay
carpetazos desde los sótanos del poder que frenan cualquier intento de denuncia.
La globalización de la corrupción, ad maius ad minus, destruye la confianza, los
recursos, la inversión sana, el trabajo y amplifica la pobreza. Un espiral depresivo
del crecimiento económico, sacrificado en el altar de una repartija de prebendas a
izquierda y derecha, que acomodan el cuerpo a la venalidad conservadora de su
espacio especulativo, mientras fingen sensibilidad social. Todos disfrutando de la
sinecura, prebenda, canonjía, ganga, chollo, beneficio espurio, ventajita, bicoca,
momio, viviendo de lo ajeno impunemente y sin límite alguno.
Lo de Javier Milei es distinto. Viajó hasta Suiza sólo con el afán de exigir una
agenda liberal. Fue a cuestionar un rumbo que él considera equivocado. De hecho,
antes de bajarse del avión de línea que lo llevó a Alemania, dijo: “Vengo a plantar
las banderas de la libertad en un foro que está contaminado de la agenda
socialista 2030 y que lo único que va a traer es miseria al mundo. La libertad es la
llave de la prosperidad”.
Desdeñó el cambio climático, criticó la «agenda sangrienta del aborto»; cargó
contra el neomarxismo y el colectivismo; enfatizó que el Estado no es la solución
sino el problema, y rechazó la idea de que existan «fallas de mercado». Y, para
finalizar, alzó la voz y exclamó: “¡Viva la libertad, carajo!” . Un insulto no por soez,
sino por denunciar implícitamente a gobernantes y empresarios que la resisten.¿Por qué los líderes de la acumulación de dinero mundial y la Agenda 2030
socialista temen a la libertad?
«Ya sea que se declamen abiertamente comunistas, socialistas, socialdemócratas,
demócratas cristianos, neokeynesianos, progresistas, populistas, nacionalistas o
globalistas, en el fondo no hay diferencias sustantivas: todos sostienen que el
Estado debe dirigir todos los aspectos de la vida de los individuos». Luego de
haber advertido que, con herramientas como la emisión monetaria, el
endeudamiento, los subsidios, el control de la tasa de interés, de los precios y
otras regulaciones, «hoy los Estados no necesitan controlar directamente los
medios de producción para controlar cada aspecto de la vida de los individuos».
Stalin, Hitler, Mao, Mussolini ganaron la batalla.»
La Versión Oculta: Coincidencia de la Agenda 2030 y los Negocios
Milei atacó de manera expresa algunas de las propuestas contenidas en la llamada
Agenda 2030, promovidas a nivel mundial por los agentes del globalismo. Estas
propuestas incluyen temas como el medio ambiente y el clima, el feminismo y las
cuestiones de género, la «justicia social», la reducción de la población y la «agenda
sangrienta del aborto». Que el presidente haya aprovechado la tribuna de Davos
para expresar estas ideas fue como si Lutero hubiese clavado sus noventa y cinco
tesis directamente en la puerta de la Basílica de San Pedro. El auditorio lo
escuchó entre curioso y divertido. No era la primera vez que un dirigente de
Argentina, país que lleva décadas luchando en los últimos lugares de las escalas
económicas y sociales, se atrevía a decirles lo que tenían que hacer.
El mensaje de Milei fue recogido con interés por el «Financial Times», tratado con
insidia por «El País» de Madrid y «La Nación» de Buenos Aires, y virtualmente
ignorado por «The Economist», el boletín semanal de los conjurados del
globalismo. Figuras como Donald Trump, Elon Musk y otros líderes mundiales le
enviaron mensajes de apoyo por Twitter, pero con recelo. La política, en la
mayoría de los casos, se limita a arrendar su manejo del poder coercitivo del
Estado en favor de ciertos intereses corporativos. Por su cuenta, apenas si se
ocupa de aprobar determinadas medidas más o menos redistributivas, que
contribuyen por un lado a mejorar su perfil electoral, y por otro, a mantener la paz
social para algunos, segmentando a quienes sufren la adversidad. Gira, gira,
permitiendo que el sistema siga funcionando en beneficio de todos: los políticos y
las corporaciones.
PREBENDARIOS DEL MUNDO, UNÍOS:
El empresario prebendario o coimero y el político corrupto se necesitan
mutuamente, y no les preocupa el declive ético, moral, económico y social queprovocan en todo el mundo. Sin embargo, esto es solo un juego menor, no lo que
realmente se discute y se pacta en Davos. Ejemplos cercanos de esta dinámica
mayor incluyen ocasiones en que corporaciones internacionales han influenciado
la planificación y sostenimiento de golpes de estado o candidaturas presidenciales,
con el objetivo de alterar lo que parecía ser el temperamento ciudadano
predominante. Sería útil repasar las condiciones en las que surgieron las
tendencias colectivistas y totalitarias, y quiénes terminaron pagando el precio,
incluyendo los aportes financieros occidentales que sostuvieron la revolución
comunista rusa en sus comienzos. Como dice el “targo”, “…Mezcla rara de Museta
y de Mimí con caricias de Rodolfo y de Schaunard”.
LOS AUTÉNTICOS DECADENTES:
El globalismo, la gobernanza mundial, la supresión de las barreras nacionales, la
eliminación de los rasgos identitarios (incluido el sexo), el control demográfico
(incluido el aborto), la obsesión ambiental, y la campaña contra la herencia y la
propiedad individual (incluido el dinero y cualquier forma de atesoramiento físico)
no han nacido de la política, sino de las corporaciones y de innumerables “think
tanks” que se benefician del sufrimiento de pueblos enteros.
Institutos académicos y foros (incluido el de Davos), patrocinados por grandes
empresas y auspiciantes de organizaciones y fundaciones abortistas, ecologistas,
feministas, ambientalistas, multiculturalistas y de derechos humanos, pueblan los
estantes de tiendas y supermercados con sus logos y marcas. Bancos, fondos de
inversión y auditorías también juegan un rol crucial. La gran revolución tecnológica
del transporte y las comunicaciones ha facilitado y alentado el surgimiento de
empresas transnacionales, cuyos líderes descubrieron que sus intereses comunes
eran más fuertes que sus lealtades nacionales. Para facilitar sus operaciones,
impulsaron la creación de acuerdos aduaneros, zonas de libre comercio y bloques
económicos (incluido el Mercosur), y en el caso emblemático de la Unión Europea,
la renuncia a la moneda propia y el sometimiento a una autoridad política
supranacional, que regula innumerables aspectos de la vida cotidiana de los países
miembros, en línea con la Agenda 2030.
Un ejemplo de soberanía política cedida en favor del poder económico, y un
modelo ejemplar para los globalistas de Davos, es Europa, que renunció al gas
barato ruso bajo presión de las corporaciones y cuyos agricultores soportan el
acoso y la persecución de Bruselas. En contraste, el Reino Unido no aceptó
reemplazar la libra por el euro y canceló su pertenencia a la UE, aun sabiendo que
perdería beneficios. Decisiones políticas en favor de la libertad y en contra de las
recomendaciones y presiones de los “héroes” y “benefactores”. La libertad tiene
costos, dicen los ingleses, pero no tiene precio.Los librepensadores tienen la virtud, o la ventaja moral, de interpretar la realidad
sobre datos objetivos. Critican todo y a todos con independencia de destinatario,
estado de situación, sin maquillarla con posiciones preformateadas
ideológicamente, ajeno a la intencionalidad especulativa o necesidades políticas
para distorsionarla intencionadamente. Para construir un relato que oculte parte,
mienta parte, o pinte un panorama rosa o culpe a otros de las consecuencias a
futuro. Los tozudos números indican si el curso que siguen las naciones apunta a
una sociedad mejor o va en sentido incorrecto.
Dice el doctor Alberto Benegas Lynch (h) que la obsoleta distinción entre izquierda
y derecha ya no sirve para diferenciar los acentos positivos que se imprimen a la
economía, ni la atención que reciben para equilibrar sus oportunidades los más
postergados de la sociedad. Ya no es correcto hablar de populismo o liberalismo.
No puede definirse a una tendencia directriz política de otra forma que entre
estatismo: concentración de poder en el Estado para actuar sobre los recursos que
expolia del sector privado, y liberalismo: aquellos que quieren reducir ese poder
abusivo, liberando recursos para devolvérselos a quienes legítimamente son sus
propietarios. Nadie multiplica y defiende mejor los recursos para el bien social.
Esta fue la mejor versión de Occidente, la que redujo radicalmente la pobreza, creó
economías prósperas y ha traccionado para que el mundo sea un lugar más vivible
para los 8000 millones de seres humanos que lo habitamos.
Pero tengamos alguna referencia de si Occidente está realmente en peligro o
directamente en decadencia. Ya lo dijo el inversor americano Jim Rogers: «Alguien
espabilado en 1807 iría a vivir a Londres, en 1907 se desplazaría a Nueva York, y
en 2007 se trasladaría a Asia». Jim Rogers vive hoy en Singapur.
China superó el yugo destructivo de Mao, India se abrió al mercado. No por más
tiempo. Hoy, estas naciones en desarrollo que suman más de 3.000 millones de
personas tienen un crecimiento económico superior al 8% anual, mientras
Occidente apenas registra tasas positivas. La Unión Europea y Japón están en
relativo declive, con asfixiantes “Estados de Bienestar” y una población cada vez
más envejecida. Estados Unidos no está en una situación tan precaria, pero a largo
plazo su protagonismo es menguante. Mientras tanto, China sustituye a Japón
como segunda potencia mundial, Brasil a España como octava potencia, e India
está a las puertas del top 10.
En 2008, China producía más acero que Estados Unidos, la Unión Europea y Japón
juntos. En 2009, China fue también, de lejos, el mayor fabricante de coches del
mundo: 13,8 millones de unidades, más del doble que Japón. Brasil y Corea del Sur
ocuparon la quinta y la sexta posición. De 2000 a 2009, la producción de
automóviles se triplicó en India. En contraste, en Europa y EE. UU. abundanfábricas con baja productividad que no operan a plena capacidad, pero no pueden
cerrarse por razones políticas. Estos países “en desarrollo” son cada vez más
competitivos en sectores antes concentrados en los países “ricos”. La única forma
que tiene Occidente de seguirles el ritmo es aligerando la carga del Estado y
permitiendo que la economía se reestructure y se especialice en aquellos sectores
donde tiene ventajas comparativas: finanzas, investigación y desarrollo, alta
tecnología, diseño, arte, entretenimiento, educación.
Quizás consuele que la relativa decadencia de Occidente no implique un deterioro
de las condiciones de vida de su población en términos absolutos. Gracias a la
globalización, las innovaciones locales se convierten en globales, de modo que los
occidentales también nos beneficiaremos del progreso asiático, aunque no
estemos por delante de ellos. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de promover la
máxima prosperidad para todos, no de que unos queden más arriba en el ranking
que otros. Si Occidente se queda atrás es porque navega con demasiado peso, y
también beneficiaría a todos que aligerara la bodega.
Puede que la competencia nacionalista sea ventajosa después de todo: la
constatación de que otros te avanzan quizás sea el único incentivo de los
Gobiernos occidentales para enderezar el rumbo. Reducir la oligarquía y converger
al crecimiento es la única alternativa, la economía del conocimiento aplicado.
Occidente no está en peligro. Occidente está en decadencia.