Michel Montaigne fue un hombre del Renacimiento; tiempo de fortalecimiento de los valores de la antigüedad clásica en cuanto a la importancia de la persona frente al poder, al renacer del humanismo. La notable pluma Montaigne se concentró principalmente en provechosos consejos acerca de la vida interior del hombre. Sus célebres “Ensayos” fueron publicados en 1588, luego de su retiro. En el tan citado capítulo 22 de la antedicha obra, concluye que en las relaciones sociales “no se saca provecho alguno sin perjuicio para otro”; probablemente, la equivocación mayor con efectos nefastos en nuestra época: considerar que la pobreza de unos es debida a la riqueza de otros; que en toda transacción lo que uno gana es porque otro lo pierde. Esto en la moderna teoría de los juegos se denomina suma cero; aquellos en los que las ganancias de un jugador se equilibran con las pérdidas de otro. Y fue por lo que Ludwig von Mises en su tratado en de economía de 1949 lo bautizó como “el dogma Montaigne”. La peregrina idea de que lo que a uno le falta es porque a otro le sobra. Tal vez la razón central de esta visión esté alimentada por el resentimiento y la envidia; el mirar al exitoso en el mercado libre con desconfianza y enojo. De allí, la contradicción de alabar la pobreza, por un lado, y por otro condenarla a eternizarse sin alternativa, salvo quitársela a otro. En última instancia todos somos pobres o ricos según con quién nos comparemos.Es muy frecuente el sostener que si unos tienen “demasiado” no queda para otros. La riqueza no es algo estático. Los recursos naturales de hace siglos eran iguales o mayores aun que los actuales y, sin embargo, en la actualidad la gente en general vive mejor respecto de la época de Montaigne en la que la condición natural eran las hambrunas, las pestes y la miseria (incluso los reyes morían por una infección de muelas).
En el mercado abierto y competitivo la situación es de suma positiva. Esta mejora se debe a marcos institucionales que respetan el derecho de propiedad, que al destapar la energía creadora hacen que se multiplique y extienda la riqueza y que el obrero de un país que respete su derecho a disfrutar lo que se gana, pueda vivir mejor con posibilidades tales como calefacción, automóvil, agua potable y medios de comunicación y, por cierto, más tiempo de existencia que un príncipe de la antigüedad. En cambio, cuando tiene lugar la violencia, sea gubernamental, directa o indirecta a través de aceptar la intimidación sindical, o al otorgar mercados cautivos a empresarios prebendarios, hay suma cero, es decir, lo que gana uno lo pierde otro del mismo modo que ocurre cuando se asalta a una persona. Así son los reiterados saqueos de ciertos políticos que abusan de su poder en perjuicio de quienes les permiten acceder al mismo.
Lo relevante para el aumento de la riqueza no es el incremento de lo material sino de su valor. Puede ser que artefactos tales como un teléfono antiguo contengan más materia que un celular moderno pero el servicio de este último y su precio son sustancialmente distintos.La creación de riqueza es creación de valor en el contexto de un proceso dinámico. En la medida en que el empresario ofrece en el mercado bienes y servicios que la gente prefiere, incrementará su patrimonio; y en la medida en que no acierte lo disminuirá. Sólo hay dos maneras de enriquecerse: sirviendo a los demás o robando a los demás. El primer método es el de la sociedad abierta y de mercados libres; el segundo es el de los regímenes socialistas e intervencionistas en los que el favor oficial establece los patrimonios de los dueños del poder, sus allegados y amigos, mientras condena al resto a la miseria. Los menos eficientes deben su prosperidad a las tasas de capitalización que generan los más productivos, eventualmente como una consecuencia no buscada pero inexorable pues esa es la razón y la causa de la suba de salarios. Solo por eso es que los ingresos de Alemania son más elevados que los de Uganda; no es porque los alemanes sean más generosos y los ugandeses más avaros, es por la diferente inversión per cápita. No es reclamando que se lesione el derecho de quienes crearon riqueza lícitamente la forma de prosperar, sino contribuyendo a crear el propio patrimonio sirviendo a otros. Juan Bautista Alberdi insistía en preguntarse y responderse: “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra.” Y los Padres Fundadores en Estados Unidos consideraban fundamental el derecho de propiedad, de responsabilidad individual y de desconfianza del poder gubernamental. James Madisonescribió en 1792: “El gobierno ha sido instituido para proteger la propiedad de todo tipo […] Éste es el fin del gobierno, solo un gobierno es justo cuando imparcialmente asegura a todo hombre lo que es suyo”. Cuando los aparatos estatales se inmiscuyen en la propiedad interviniendo en los precios, inexorablemente se desdibujan las únicas señales con que cuentan los operadores económicos para asignar los siempre escasos factores productivos; y, por tanto, el consiguiente derroche contrae los salarios e ingresos en términos reales. El dogma Montaigne ha nublado la visión para adoptar medidas liberalizadoras no solo en el contexto interno de cada país, sino también, referidas a las falacias tejidas en torno al comercio exterior, con lo que se bloquea y se distorsionan los valores de las importaciones, las exportaciones, en perjuicio de los precios intra frontera.
Se parte de una premisa absolutamente equivocada: la pobreza no tiene causa, es el estado natural del hombre. Ello no significa que la pobreza sea deseable. Todo lo contrario. Lo que sí tiene causa (y la conocemos) es la riqueza. Ella proviene de la acumulación y uso del capital excedentario que facilita el ahorro. Viene de las condiciones que generan la inversión productiva y la innovación; la protección de la propiedad, el reconocimiento del carácter obligatorio de los contratos, entre otras. Así, la pobreza desaparece cuando aparece la riqueza, exactamente la idea contraria a la que propone Montaigne. Y ese falso dogma ha servido de excusa para la imposición de las ideologías más totalitarias y regresivas hacia la pobreza a lo largo de la historia, polarizando a las sociedades, destruyendo consensos para el crecimiento económico, y lo que es peor, volviendo el enfrentamiento artificial entre pobres y ricos en una cuestión insoluble. O la gobernanza apuesta a que crezca la torta para que todos vivan mejor, o, siguiendo a Montaigne, NOS PELEAMOS HASTA MATARNOS LOS UNOS A LOS OTROS POR REPARTIR LAS MIGAJAS DE LA DESTRUCCIÓN ECONÓMICA DE LA SOCIEDAD. Ningún país ha eliminado la pobreza solo con políticas redistributivas. De hecho, esas políticas han tenido un efecto negativo: acostumbran a recibir limosna pública, y crean la cultura del pobrismo como inevitable consecuencia de que algunos tengan algo. Siempre ha sido necesario el crecimiento económico. Y ese crecimiento, para ser sostenido, proviene centralmente del intercambio voluntario. Montaigne, en su ignorancia, es el padre de todas las demagogias económicas. Dado que los bienes no crecen en los árboles y no hay de todo para todos todo el tiempo, la institución de la propiedad privada hace que se les den los mejores usos a los bienes, por naturaleza escasos, frente a las necesidades ilimitadas. La situación económica de pobre o rico no son posiciones irrevocables, se modifican según se abuse de atender demandas con recursos que el sistema productivo no permite atender. El volumen de la inversión explica por qué unos países ofrecen mejores condiciones de vida respecto de otros. No es fruto del voluntarismo, sino de marcos institucionales que aseguran los correspondientes derechos, y no el establecimiento de pseudoderechos que se concretan en arrancar por la fuerza el fruto del trabajo ajeno, resultado de medidas como las aconsejadas ahora por los gobiernos populistas, que «exigen un Estado presente y activo», como si no fuera suficiente esa inclinación en nuestro mundo con aparatos estatales elefantiásicos que no dan respiro a personas a las que trata como súbditos. Los países pobres viven el síndrome de esta maldición, y lo tragicómico es que se hace en nombre de los más vulnerables, que, lógicamente, son cada vez más vulnerables. Montaigne ha sido precursor de Karl Marx. Sentó las bases de lo que se llamó «teoría de la explotación marxista». La cacareada «justicia social» y su correlativa «distribución de ingresos» sólo quitan incentivos para la optimización de la capacidad creadora, lo que redunda en una menor producción global, con lo cual se perjudica a toda la comunidad, pero muy especialmente a los más pobres. El doctor Mises afirma que «la desigualdad de rentas y patrimonios constituye rasgo característico de la economía de mercado. Su supresión conduciría a la quiebra del sistema». La sociedad contractual, cuyo pilar básico consiste en la cooperación social, aparece precisamente porque los hombres somos desiguales. Entre iguales no se celebrarían contratos ni habría intercambio alguno. El nivel de vida descendería vertiginosamente y se retornaría a la Edad de Piedra, todos seríamos autárquicos y ya no tendría objeto la sociedad misma. Merced a la bendita desigualdad puede concebirse la división del trabajo, la vida en sociedad y el progreso cultural y material de los pueblos. Entender que esta contraposición es artificial responde a la utilización totalitaria del dogma de Montaigne para desnaturalizar el ejercicio democrático de escuchar el reclamo de todos los sectores y armonizarlos. QUIEREN IMPONER UNA POSICIÓN DOGMÁTICA A QUIENES TAMBIÉN TIENEN DERECHOS DEMOCRÁTICOS. Desnaturaliza la democracia para guiarla directamente a una posición de poder, sometiendo a quienes piensan distinto a lo único que vale en una dictadura: el poder para imponerse.
Veamos en la región un comparativo técnico entre quienes multiplican la riqueza y quienes permanentemente persiguen multiplicar la pobreza gastando mal los recursos de quienes trabajan y devastando el crecimiento económico. Comparar el desastre del gobierno argentino multiplicando casi al 50% el nivel de pobreza con el gobierno saliente de Brasil.
Independientemente de la opinión personal sobre la figura de Bolsonaro, los datos objetivos son según el economista Gustavo Segré sobre el estado al finalizar su gobierno son los siguientes: “Bolsonaro perdió por factores de él, y por factores externos de un sistema que no podía permitir que ganara. Si hubiera conseguido la reelección hubiera sido la primera de un gobierno de “derecha” desde la firma del Foro en San Pablo de 1990; y eso iba a permitir mostrar que el discurso de la izquierda de que la derecha y las propuestas liberales económicas no protegen al más carente, no baja la pobreza, no genera empleo se caía. Algunos números: En el momento de la pandemia el desempleo en Brasil estaba en 14.9% terminó el gobierno de Bolsonaro 8.1. El empleo generado fue más de 5 millones en el medio de la pandemia en todo el proceso Bolsonaro; 2,5 millones solo en el año 2022. Cantidad de empresas existentes abiertas en el gobierno Bolsonaro: 8,5 millones, son más de 20 millones de empresas activas en Brasil. Superávit comercial: consiguió después de 9 años superávit fiscal: 0.4; reducción del porcentaje de la deuda respecto del PBI, pasó del 89% en el momento de la pandemia a 73% en este momento. Las empresas estatales que en todos los gobiernos de izquierda, porque meten militantes, dan pérdida, solamente al 2021 sin considerar el 2022 dieron 70.000 millones de dólares de ganancia. Entonces cuando observas eso, dices, pará, si este tipo gana de nuevo todo el discurso de la izquierda de decir que no cuida a los pobres, que no baja la pobreza como la izquierda, que sólo le importa la clase media y alta, y la burguesía y todo, se caía. Bolsonaro perdió por 1 millón 900 mil votos sobre 156 millones de electores y 123 millones de votantes”. Sobre la propuesta de Lula, señaló Segré: “Habrá un frenó en las cosas positivas, porque cuando se hace un cambio, hay una alerta en el inversor. La Bolsa perdió 100.000 millones de dólares del valor de las empresas, desde que se confirmó el triunfo de Lula da Silva. Cuando tienes las fórmulas que usa la izquierda: control de precios, frenos y anclas por todos lados, genera una alerta muy grande. Cuando le agregas que uno de los 37 ministros (que muchos de ellos no entienden nada de nada) dice vamos a cambiar las reglas de juego de las jubilaciones, todo eso genera más gasto público, porque hay que buscar como palías el déficit. Y el de Economía, Hadad, que ya señaló que él de economía no entiende nada, voy a proponer en el primer semestre una nueva ancla fiscal. Todo eso generó una expectativa muy mala. Y el nuevo ministro de Puertos y Aeropuertos inventado por Lula, dijo que va a paralizar la privatización del puerto de Santos, que en el gobierno de Bolsonaro dio ganancias en el 2022 de 100 millones de dólares. Iban a entrar 4.000 millones de dólares por la privatización y lo congelaron. Y cuando tienes la previsión de la economía que dejó Guedes el Ministro de Economía de Bolsonaro de: inflación menor que EEUU, Europa y China; elevación del PBI, MAYOR que EEUU, Europa y China. Esto no pasaba hace 40 años; superávit fiscal 0.4; reservas internacionales espectaculares; un BCU autónomo, no tiene sentido complicarle la vida a los brasileños. Los 37 ministerios es gasto público, cuyo denominador común de 34 por lo menos es: que TODOS ESTÁN PROCESADOS”.
MANTAIGNE en 1544 cayó en una falacia propia del análisis sin datos y fundamentos históricos económicos. Quienes en el siglo XXI después de la experiencia totalitaria del socialismo, el nazismo, y el comunismo, reivindican ese error únicamente para alcanzar el poder y promueven las acciones más regresivas para los intereses de los pobres, con el viejo slogan de atacar a la riqueza, desnuda que integran una organización mafiosa: el Foro de San Pablo, para avanzar sobre el crecimiento económico, la mejora social y la prosperidad que es la única herramienta real para superar la pobreza. Una enorme lección de la historia indica que los gobiernos no cambian las condiciones económicas por sus decisiones desde el poder. No sacan de la pobreza, pero si, entierran en la pobreza. Interfieren para destruir recursos, y avanzan sobre el gasto para saciar sus espacios de poder político. Cuando amplían su espacio básico de cumplir bien funciones esenciales, inventan nuevos cargos que cargan sobre el ciudadano, más impuestos, más endeudamiento, más oportunidades de corrupción, y más inflación sobre los precios que pagan hasta los más necesitados de la sociedad. Crece la pobreza cuando se afecta la confianza en poder ahorrar en el país, en poder invertir en el país sin que se pierdan los recursos, en generar oportunidades de trabajo formal y educación que forme en posibilidades de ascenso económico y social.
Cuando crece el Estado impulsado por un gobierno que gasta impunemente recursos productivos, decrece la riqueza de toda la sociedad, y aumenta la pobreza.
Es fácil comprobarlo, simplemente, escuchar a los que emigran de los mafiosos que viven del zonzo.