EL CANDIDATO IDEAL… Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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“Se puede engañar a todo el mundo alguna vez y a alguna persona todo el tiempo, pero NO SE PUEDE ENGAÑAR A TODO EL MUNDO TODO EL TIEMPO”. Abraham Lincoln

Cuando pensamos en un político ideal, imaginamos seguramente a alguien que concuerda con nuestras ideas. Pero esa condición, tan dependiente de los intereses de cada uno, no es necesaria ni suficiente para hacer un buen político, en un sentido estricto.

Si por un momento dejamos a un lado nuestras ideas para prestar atención a las habilidades, veremos que hay algunos pocos buenos políticos a quienes nunca votaríamos, y viceversa. Imaginemos que hay varios con los que concordamos en todo: ¿a quién preferiríamos como gobernante? Esto nos lleva a pensar en aquello que hace a un “político de raza”. ¿Cuáles son sus condiciones ideales?

Ante todo, conocer al dedillo la situación en la que le toca actuar: las circunstancias políticas, económicas, sociales, internacionales y de cualquier otra clase que sean capaces de acoger, dificultar, facilitar o impedir cualquier acción.

En un reciente artículo, “¿Qué es lo primero? el dos veces presidente de la República, Dr. Julio María Sanguinetti expresa: “Todo gobierno vive la angustia de esa pregunta molesta: ¿qué es lo primero?, ¿dónde están mis prioridades, ¿cómo arbitro las demandas con recursos siempre escasos?

Basta mirar un diario para oír que hace falta más dinero para duplicar los Centros Espínola, que hay inversiones imprescindibles en salud, que la ciencia tiene que contar con un porcentaje del PBI, que hay que instalar centros de rehabilitación de adictos, que el narcotráfico nos acosa, que la pobreza infantil reclama un tratamiento urgente, que… y que…. La cuestión es que todo eso hay que hacerlo compatible con un equilibrio inestable que ya registra un déficit general de 3.65% del PBI, aunque lo celebremos como muy moderado en términos nacionales e internacionales.

El hecho es que el BPS, pese a los aportes y a los 7 puntos de IVA, registra un déficit del orden de 600 millones de dólares, a los que hay que agregarle las otras cajas, francamente deficitarias. La Profesional considera que necesitará 150 millones de dólares…El FONASA, que hoy recibe un impuesto general, tampoco solventa supresupuesto y hubo que transferirle el año pasado unos 300 millones de dólares.

El hecho final es que el país este año pasado tuvo un déficit a financiar de 2.800 millones de dólares, que se incorpora a una deuda hoy de 37.000 millones de dólares, el 53% del PBI. Esa deuda nos cuesta 1.400 millones de dólares al año de intereses. Al que hay que sumarle otros 1.000 millones aproximadamente, que se pagan en las llamadas Letras de Regulación Monetaria.

Administrar todos los reclamos, la mayoría legítimos, nos llevan a la pregunta inicial: ya que todo a la vez es imposible, ¿qué es lo primero? A lo que podemos agregar, ¿qué es lo más urgente, que no siempre puede ser lo más importante a largo plazo?… El país recuperó los 60 mil empleos que había perdido el último gobierno frentista, generó 80 mil y hoy hay 100 mil personas más aportando al BPS, quiere decir que también bajó la informalidad. El salario real, recuperó y mejoró el nivel anterior a la pandemia.”

Y nos adelanta: ”En todo caso, lo primero es mantener los equilibrios básicos. Si los perdemos, porque nos vamos de banda en los gastos, los pagaremos en inflación y bajas salariales, en más deuda, menos empleo.

Por eso hay que definir muy claramente donde están hoy los problemas que el país tiene como impostergables y ver cómo se pueden atender con un presupuesto de por sí deficitario. A corto plazo está claro que hay que apoyar tecnológicamente a la Policía. A mediano plazo, la educación sigue siendo exigente en recursos, la ciencia y la innovación también y un fenómeno, nuevo y crucial, realmente nos acosa: son las adicciones.

Basta salir a la calle para ver cómo ha crecido esa gente sin destino que es en su gran mayoría la consecuencia de las drogas. Si queremos, además, no ser prisioneros del menudeo del narco, tenemos impostergablemente que bajar la demanda. Esto es claro: si hay demanda, va a ver oferta. Ahí está el nudo.

Otro tema grave a mediano plazo es la pobreza. No solo infantil, de la que se habla mucho y demagógicamente. La pobreza está en un orden del 10%, no se han recuperado los niveles previos a la pandemia. El que nació pobre, no necesariamente muere pobre. La cuestión es que hay que bajar ese número en los niños. En plena

pandemia se creó el Bono Crianza, se multiplicaron las asignaciones familiares, pero no es suficiente. Un problema, que empieza por bajar el nivel general de pobreza, que inmediatamente repercute en la infancia.

Es preciso llegarle con más asistencia y más educación, no solo con más dinero.Sin olvidar nunca, que lo que queramos enfrentar no puede ser a costa de un equilibrio general que nos puede rezagar. Nuestro Estado es grande y su costo es caro. Por eso debemos ser eficientes en administrar recursos.

Pero solo la presencia del Estado en la sociedad es la que sustenta la democracia tolerante en que vivimos. La paz social no es barata. Pero es la paz necesaria para convivir”.

A quien le toque ejercer en Uruguay la máxima magistratura, encontrará este panorama, por lo cual, sorprende tantos precandidatos absolutamente ineptos para encarar el desafío; otros tantos que han ejercido la función pública con exitoso fracaso; llámese multiplicadores de endeudamiento contumaz, gasto descontrolado, denuncias penales por corrupción. Personajes que repiten el reprobado desastroso plan político que ofrecen profundizar, sin que expongan su factibilidad, las condiciones que requiere y los efectos colaterales que pueda traer consigo. Simplemente denuncian un “fracaso” de las condiciones actuales, pero no pueden negar que su fracaso anterior fue el detonante de los números con que lidió el actual gobierno.

Para cambiar los números y su impacto social, el político que se atreva con coraje a encararlos debe exhibir un vasto y profundo conocimiento de la ciencia política: en términos ideales. Debería ser capaz de prever qué consecuencias de cualquier naturaleza pudieran derivar de cualquier modificación introducida en alguna de las variables comprendidas en los campos antes mencionados.

Por último, nuestro político ideal debería conocer todos los resortes que pueden emplearse para modificar situaciones legales, como prohibir, obligar, gravar o desgravar; de comunicación, como presentar públicamente sus planes o propósitos; diplomáticos, como hacer y deshacer acuerdos con amigos o adversarios; creativos, como establecer o cambiar instituciones, y sobre todo económicos, como recaudar fondos y proyectar un modo inteligente de gastarlos.

Cumplir todas esas condiciones es literalmente imposible: el conocimiento humano no ha llegado, al menos todavía, a dominar completamente las intrincadas relaciones entre los hechos sociales; de tal suerte que ni aun el más avezado de los políticos estaría exento de enfrentar situaciones inesperadas. Sin embargo, algo puede avanzarse en ese sentido en la medida en la que se logre mejorar ciertos datos ya existentes: la situación presente en sus más diversos aspectos, las perspectivas de su evolución inmediata, los efectos más probables, aun colaterales, de cada intervención estatal y, muy especialmente, las condiciones de factibilidad de los proyectos que hayan de proponerse. Si a esto se agregara la transparencia de las propuestas y un análisis público y serio de sus condiciones y consecuencias, el debate político se volvería mucho más racional y democráticamente útil que la guerra de eslóganes, ocultamientos y reproches en la que se ha convertido.

Hay que notar que, si el planteo del político ideal es utópico, el avance hacia él no lo es: basta con emplear inteligentemente los elementos disponibles. Pero requiere una actitud de lealtad mutua que sería preciso construir. Se supone que el objetivo del buen político no es alcanzar el poder a cualquier costo sino proponer y, eventualmente llevar a cabo, las acciones que mejor dirijan la comunidad por el camino que el pueblo elija conscientemente.

Un buen líder político debe ser capaz de ser inspirador, tener habilidades de comunicación efectiva, demostrar integridad y confianza en su capacidad de tomar decisiones y hacerse acreedor de la confianza ciudadana. También debe ser visionario, estratégico y estar dispuesto a escuchar y tener en cuenta diferentes perspectivas. Además, debe ser capaz de construir alianzas políticas con aliados y adversarios y trabajar en equipo para lograr objetivos comunes.

Las cualidades del buen líder político son: capacidad de comunicación, carisma, capacidad de tomar decisiones y liderar a un equipo, la honestidad, la integridad, la visión de futuro y la capacidad de enfrentar y resolver problemas complejos.

En resumen, un buen líder es esencial para el crecimiento y la prosperidad de cualquier empresa, y el crecimiento económico nacional lo es.

Dijo Sir Winston Churchill: “A la nación le resultará muy difícil admirar a los líderes que mantienen sus oídos en el suelo”. Napoleón Bonaparte: “Un líder es un repartidor de esperanza”. Nelson Mandela: “Es tan fácil quebrantar y destruir. Los héroes son aquellas personas que crean paz y construyen”. Eleanor Roosevelt: “Cuando hayas decidido en lo que crees, lo que sientes debe hacerse, ten la valentía para resistir solo y ser contado”- Dwight D. Eisenhower: “Liderazgo es el arte de hacer que alguien haga algo que tú quieres porque la persona quiere hacerlo”. Tony

Blair: “El arte del liderazgo es saber decir no, no decir sí. Es muy fácil decir sí”. Mahatma Gandhi: “Imagino que el liderazgo alguna vez significó músculos, pero actualmente significa entenderse con la gente”. Harry S. Truman: “Los hombres hacen historia y no al revés. En períodos donde no hay liderazgo, la sociedad se detiene”.

Nada más necesario para salir de una crisis que la clase dirigente esté a la

altura de las circunstancias.

El político ideal para los tiempos presentes necesita de personas dedicadas a gestionar la cosa común que tengan la mirada por encima de su ombligo; y puedan conectarse con el deber superior que implica el ejercicio de la actividad política que es la búsqueda del bien común.

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