UN CAMBIO CULTURAL INEVITABLE.Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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Carlos Real de Azúa lo llamaba “el país de cercanías”, dotado de un núcleo de

habitantes que detesta profundamente los excesos y las innovaciones. Para ser

claro, en su libro “El impulso y su freno” utilizaba la expresión “sociedad

amortiguada”. Actualizando esos conceptos culturales pro estancamiento, Gabriel

Oddone, en su libro “El Despegue: cómo crecer y distribuir en Uruguay”, habla de

un pacto uruguayo: “…el pacto social implícito es postergar reformas” … “el

Uruguay ha basado buena parte de su modelo de convivencia en rechazar los

cambios”.

A diferencia de su obra anterior “El declive”, donde analizaba el bajo rendimiento

económico del país durante el siglo XX, Oddone se centra en los retos actuales de

las políticas públicas para aumentar la prosperidad, reducir la pobreza y disminuir

la desigualdad, temas que han ganado relevancia en la agenda política y

económica de Uruguay en los últimos cuatro años.

Demanda la urgencia de que las políticas públicas se enfoquen en crear un entorno

propicio para el crecimiento sin perder de vista una distribución justa de los

recursos. Es importante tener una visión a largo plazo; también es fundamental

actuar con rapidez y decisión cuando se presentan oportunidades para mejorar la

economía del país en un contexto global en el que la competencia económica es

cada vez más intensa y las oportunidades para el crecimiento son limitadas.

Uruguay no puede permitirse el lujo de postergar las decisiones importantes en

materia económica.

La historia reciente del país muestra que las demoras en la implementación de

políticas pueden tener consecuencias negativas a largo plazo. Por ello, insta a los

responsables de la formulación de políticas a actuar con determinación y a no

dejar pasar las oportunidades. El libro invita a los lectores a cuestionar sus propias

supersticiones sobre el desarrollo económico y a reflexionar sobre las

implicaciones de las políticas públicas para el futuro del país.

Igualar ya no es más quitarles a unos para darle a otros. Igualar, como ha sido

siempre, es generar las oportunidades de ascenso social para los más

desfavorecidos. Igualar es para arriba, no para abajo. Igualar es optimizar las

condiciones de vida de los que van quedando relegados por el crecimiento de

otros. Igualar en aprendizajes para mejores oportunidades laborales. Igualar para

que el proyecto de vida individual crezca en productividad y competitividad. Es

hacer crecer las oportunidades de trabajo que mejoran salarios realmente, sin

subsidiar la pobreza con empleo público. Es darles posibilidades a todos de vivir enun país desarrollado.

No estamos en un tiempo en que el mundo cambia. Estamos en un mundo

absolutamente nuevo. Se vive a la velocidad de las TICs, la física cuántica, una

economía globalizada con demanda universal de productos y servicios.

Pensar que Brasil haya prohibido el uso del medio de comunicación de masas X

porque no tiene un representante físico en el país es una idiotez propia de Maduro

y sus secuaces. La gente busca resquicios de libertad para superar su condición. En

Uruguay, en India y en África se multiplican nuevas aplicaciones y ganan dinero

comunicándose por una ventana personal.

Más allá del gobierno actual y su adecuación posible de la macroeconomía, los

uruguayos hemos aprendido qué nos beneficia y qué nos perjudica, aunque sea

mirando por aquellas ventanas lo que hace la concentración del poder y sus

tragedias humanas. Los uruguayos nos superamos por sobre los fracasos

anteriores.

Reconocer que la estabilidad macroeconómica es importante para todos; que hay

que controlar que el gobierno no gaste más de lo que recauda; que el Estado

reduzca su dimensión en la economía para liberar recursos que son de la gente;

que nadie mejor que cada individuo que los gana para emplearlos en mejorar su

condición con su esfuerzo propio.

Ningún gobernante, por más que lo repita mil veces, sabe lo que cada uno quiere,

cuál es su proyecto de vida, qué puede hacer para superar su condición de base. Y

en todo caso, si el individuo no tiene ganas de nada de eso, dejarle el lugar a otro

que sí quiera hacerlo. Nada puede esperarse de los profesionales de la política

eternizados en el cargo, eso no garantiza nada, sino de nosotros mismos.

Sostenerlo en el tiempo requiere el compromiso de muchos gobiernos,

aprendiendo sobre los fracasos que son un gran maestro; de lo contrario, es un

eufemismo decir que el fracaso nos enseña.

El desorden macroeconómico es muy malo para todos. La redistribución de los

recursos multiplica la pobreza y enriquece al redistribuidor. La asignación

demagógica, ampliando gastos públicos, mintiendo derechos utópicos para captar

el voto de ingenuos y vagos irredentos, es someterlos a un vejamen político

probadamente fracasado.

El cambio cultural, pasado el primer cuarto del siglo XXI, no nos esperará.

Es inevitable.

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