Por: Esc. Sebastian Rodríguez Merlo.
No hace mucho tiempo atrás, hemos hablado del Norte Italiano y la consecuencia de haber vinculado dos naciones un tanto distintas y como la simbiosis se logra cuando de vino hablamos. En esta oportunidad, el relato va a ser un tanto distinto, más allá de que estaremos cerca de esa zona Italiana – Austríaca.
Todo empieza en el Centro Italiano, en la capital del Imperio, unos días con la familia, usando las piernas, San Pietro, iglesias, puentes, piedra, y al tercer día no resucité entre los muertos ni subí a los cielos, pero si anduve cerca. Acabé en un Hospital en el medio de los Apeninos. Tras haberse descompaginado un viaje, a la mamma se le ocurre un destino que no está en la carta. Milano.
Así que recuperado, tren de 5 horas desde Salerno hacia la Lombardía. Nos esperaba un querido amigo de la Mamma y en segunda instancia también de mi. “Sebastián, acá vamos a comer bien” me dice mi amigo. Debo confesar que no hay palabras más mágicas como esas. Y ahora sí: hablemos de lo que nos gusta.
La pinotgrigio es esa cepa vinculada tanto al Trentino-Alto Adigio, en la frontera aludida como así a esa zona de “techo a dos aguas” y madera por doquier de la Alsacia.
Mucha fruta tipo pera y cierta acidez natural y “mineralidad”, porque cuesta encontrar en Italia una zona donde no haya montaña.
Lo cierto es que pienso en un queso de cabra cremoso con un poco de pan y ya se me hace agua la boca…Un viaje a la mente, paseando por el Lago Di Garda, con esa sobriedad que te da los alpes tan cerca, una mezcla de racionalismo nordico y pasión irracional imperial, pareciera que cuando hablamos de las variedades blancas italianas, están esos colores rojizos mezclados con verdes en la cáscara (hollejo para los entendidos).
Así que Señores: no resucité entre los muertos, pero les puedo asegurar que si el camino me llevó hasta acá, lo hecho está bien hecho. Salú