Por: Raúl Blanco.
«Para no ser mudos, hay que empezar por no ser sordos.»
Eduardo Galeano
El dramaturgo Steve Tesich utilizó en 1992 el término «posverdad», en un artículo para la revista The Nation, nunca se imaginó que 15 años después el neologismo sería incluido en el diccionario.
El texto describía lo que el autor llamó entonces “Síndrome Watergate”, por el cual los escándalos y las revelaciones sobre la presidencia de Nixon, la administración Reagan o la guerra del Golfo no generaban indignación en los norteamericanos sino, por el contrario, una especie de desprecio por las verdades incómodas.
«En lugar de mirar los hechos, nos distanciamos de la verdad. Asociamos ‘verdad’ con ‘malas noticias’ –y no queríamos malas noticias–, olvidando lo vitales que son para la salud de la Nación», escribió.
Tesich concluía que las implicaciones para el futuro de Estados Unidos serían terribles: “Antes, los dictadores debían trabajar duro para suprimir la verdad. Pero nosotros, con nuestras acciones, les estamos diciendo que eso ya no es necesario. Como seres libres, hemos decidido libremente que queremos vivir en el mundo de la posverdad».
Sus palabras resultaron increiblemente visionarias, y parecen escritas con el diario del lunes como se dice comúnmente, por hechos más recientes.
El término pretende describir la conmoción que han supuesto el Brexit, el triunfo de Trump, y el triunfo del No en el Plebiscito por la paz en Colombia, acontecimientos que sobrepasan las expectativas racionales y responden más a cuestiones emocionales que a la razón o la lógica .
Y así lo confirmó en noviembre de 2016 la Oxford University Press al elegir ‘post-truth’ como la palabra del año, para “denotar circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
Depositamos nuestra confianza en afirmaciones de gente conocida que se ‘sienten como verdaderas’ pero no se apoyan en la realidad.
Si todos, o la mayoría, estamos de acuerdo en que la Democracia, la Libertad y la Convivencia Ciudadana se basan en la evidencia y en la verdad, la misión de informar de los políticos cobra una suprema importancia.
Todos los ciudadanos somos contestes que somos nosotros quienes debemos construir las defensas sólidas contra los peligros que conlleva la posverdad, entre estos la manipulación, la alienación, la aniquilación del pensamiento crítico y las derivas autoritarias que desembocan luego en totalitarismos.
Nuestra sociedad es emocional y actúa y vota por miedo, rabia, descontento, protección y esperanza, pero también somos propensos a ser engañados con falsos cantos de sirenas.
Esta en nosotros no ser mudos y empezar a dejar de ser sordos.