LAVALLEJA, EL HOMBRE, EL CAUDILLO Y EL MILITAR. Por Mario Menyou

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En el artículo anterior, describimos la juventud y trabajos en que se desarrolló el personaje que nos ocupa; antes de pasar a explicar su actuación en servicio a la patria específicamente, relataremos en este espacio, aspectos concernientes a su familia, puesto que el entorno hace al hombre y la vida de Lavalleja no es la excepción, veremos cómo su proceder responde a su linaje.

  • Familia:

Su familia de origen era de linaje español, su padre don Manuel Pérez de La Vallejo, era español de nacimiento y aunque su madre doña Ramona Justina de la Torre era nacida en Montevideo, el origen de sus ancestros era del mismo lugar que su esposo, Bielba (en Castilla la Vieja). Pero tal vez, por su arraigo a la tierra, dado que por la posición de su padre ante al gobierno español, eran poseedores de una o dos estancias, (según los investigadores de los que tomemos datos); la numerosa familia que se componía además de los padres, de nueve hermanos (seis mujeres y tres varones), todos nacidos en nuestro suelo, siendo Juan Antonio el mayor, estaba bastante acriollada. A la muerte del padre, es nuestro héroe el que tomará a cargo la administración de las propiedades familiares y trabajará arduamente para lograr mantener la posición económica en que los había dejado su padre y consolidar una pequeña fortuna.

Cuando decide incorporarse a la Revolución Oriental, pierde todo derecho a su posición económica, pues pasa a ser insurgente para las autoridades españolas que dirigían nuestro territorio, quedando su madre con sus hijos menores a cargo de los establecimientos, lo que no será por mucho, puesto que entre las familias integrantes del Éxodo del Pueblo Oriental también encontraremos a doña Ramona de la Torre dentro del tren de carretas, donde viajaba en un carruaje junto a su hijo menor Manuel (que pronto lo veremos repetidamente en acción junto a su hermano) y sus seis hijas. Cabe agregar que esta señora era hermana de Tomás y Andrés Latorre, ambos incorporados a las huestes Artiguistas, siendo el último de los nombrados Edecán del Jefe Oriental y que se convertirá a través de la revolución en uno de los más destacados y leales servidores del Prócer.

Con esta incorporación de toda la familia al bando Oriental, desaparece toda su fortuna, puesto que esta consistía en bienes inmuebles y ganado, todo lo que fue decomisado por el gobierno español.

El héroe sigue su derrotero militar y por su coraje y bravura va logrando ascensos en la jerarquía dentro del naciente Ejército Oriental, pero eso no lo inhibe de disfrutar los sabores de la vida y es así que en 1817 contrae matrimonio con doña Ana Monterroso, hermana del secretario personal de Artigas, el Fraile don José Monterroso. Esta dama era hija de Don Marcos Monterroso y su madre, doña Juana Bermúdez Artigas era prima hermana de nuestro General don José Artigas.

Su compenetración  en la Revolución Oriental llegará a tal punto que, teniendo este oficial prevista su boda, y trasladándose  su futura esposa desde Canelones, donde  se habían radicado sus padres, expulsados de Montevideo en los primeros años de la revolución, sucede que el futuro esposo había sido enviado a una misión de combate próximo al cerro de Montevideo, por lo cual su Jefe inmediato, el Coronel don Fructuoso Rivera concurrirá a la capilla de San Fernando de la Florida, del pueblo de Florida, próximo de donde acampaban las tropas artiguistas, en el Paso de la Arena del río Santa Lucía Chico, y actuará en poder del entonces Capitán Juan Antonio Lavalleja en su casamiento. Esto sucedía un 21 de octubre de 1817.

El conocimiento con Rivera, como veremos al tratar la faceta de militar de Lavalleja, venía desde los inicios de la Revolución, ambos actuaron en la Batalla de Las Piedras a órdenes de don Manuel Artigas, también convivieron en el campamento militar ante el 1er. Sitio de Montevideo, en el Éxodo y desde allí hasta el final de sus días, las vicisitudes de las luchas tanto militares como políticas, los llevarán por caminos paralelos, opuestos o yuxtapuestos, pero siempre vinculados, el uno con el otro.

Con este casamiento, de ahí en más, al brazo aguerrido del héroe se acoplará una bravía mujer que lo acompañará en los momentos de gloria y en los de infortunio.

Las cualidades y características de doña Ana Monterroso de Lavalleja son de gran destaque y ameritaría extendernos mucho sobre ella, pero bien vale recordar aquel dicho que expresa que “Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer” y en el caso de esta señora se cumple plenamente, como quedará de manifiesto, en los siguientes párrafos de esta narración.

El 21 de febrerode 1818 nuestro héroe cae prisionero de los portugueses, permaneciendo en esta situación hasta 1821. En primera instancia es conducido al campamento del Teniente General Curado y por tratarse de uno de los Jefes enemigos mejor conceptuados, se lo tratará de forma respetuosa y caballeresca, aunque por las noches, permanecía esposado en precaución que tratara de huir. Los brasileños sospechaban que intentaría escapar, dado que se presentaron a su campamento varios gauchos diciendo ser desertores del Ejército Oriental, pero llamaba la atención, los excelentes caballos en que iban montados, que presagiaban distintas intenciones a las que manifestaban.

Algo que servirá para desmentir los malos tratos que al parecer había recibido en su largo cautiverio, sin querer disminuir la condición de reclusión y pérdida de libertad sufrida, lo reflejará la extraña situación vivida por nuestro héroe en cautiverio.

La flamante esposa de Lavalleja, que lo había acompañado en su traslado a la zona de operaciones del norte, estaba morando en la Villa de Purificación, Nótese que llevaban apenas 4 meses de casados al momento de caer prisionero su esposo.

Ante el peligro de la invasión de los brasileños con una gran columna por el norte, Artigas hizo evacuar a los pobladores, mujeres y niños de la villa, a la vecina villa del Arroyo de la China, del otro lado del Río Uruguay (actual Concepción del Uruguay- Argentina), donde doña Ana pasó a vivir acompañada de Francisca, una hermana del entonces Capitán.

A fines de mayo se presentó en esas costas del río, una fuerte escuadrilla brasileña, sabiéndose que en algún navío de ésta, los prisioneros serían trasladados a Río de Janeiro. La joven mujer, que en bravura no desentonaba con su marido, solicitó a Artigas y se le autorizó, ser presentada ante el Teniente General Don Joaquín Javier Curado, para solicitar ser trasladada junto a su esposo, para velar por su cautiverio.

El Comandante en Jefe de las Operaciones de la derecha del Ejército Imperial, dispuso el embarque de la valiente mujer oriental y su cuñada que la acompañaba, en la goleta insignia “Oriental”, para luego ordenar que el prisionero de guerra Lavalleja, fuera también conducido a la misma.

Así relata en sus “Memorias” el Comandante de la Escuadrilla lusitana don Jacinto Roque de Sena Pereira, marino portugués, el encuentro entre Lavalleja y sus familiares: “Sería cerca de la media noche cuando Lavalleja fue recibido en la Oriental, e ignoraba cómo habían sido recibidas y alojadas su esposa y hermana a bordo de la escuna. Quedó completa y agradablemente sorprendido y agradecido, viéndose dentro del camarote de aquella embarcación y mirando a aquellas dos señoras durmiendo tranquila y plácidamente con mucha decencia y decoro,…”

Al decir del historiador Oriental don Aníbal Barrios Pintos: “Desde ese momento inesperado, Lavalleja tuvo la satisfacción de contar en los largos días de amargura y angustia de su cautiverio, con el sostén espiritual y afectivo de su esposa y de su hermana Francisca”.

Estando en cautiverio en la bahía de Río de Janeiro, Brasil, se irá gestando su descendencia, naciendo allí su primer hija Rosaura, la que será bautizada en el navío “Rainha de Portugal”, donde Lavalleja estaba recluido y siendo padrino de la niña, quien había sido encargado de trasladar los prisioneros Orientales al Brasil, el Conde de Vianna, vicealmirante de la escuadra lusitana. Un año después nacerá otra niña, Elvira, que también será bautizada en Río de Janeiro, en la Iglesia Matriz de San José y siendo sus padrinos Doña Francisca Lavalleja y el Conde de Vianna (hijo), Juan Manuel de Menezes y Castelo Branco. En viaje de regreso a Montevideo por haber sido liberado, en plena navegación y frente a la Isla de Lobos, nace su primer varón, Egidio, quien es bautizado en la Iglesia Matriz de Montevideo.

La familia seguirá engrosándose con hijos nacidos en nuestro territorio y en la vecina orilla, llegando a la cantidad de nueve y son María Thomasa, Ana (que nació en Buenos Aires el 12 de octubre de 1825, el mismo día de la Batalla de Sarandí), Juana, Francisco, Adelina y Elvira.

Varias de sus hijas se casaron con prominentes patriotas, al igual que lo habían sido varias de sus hermanas, y los dos hijos varones se desempeñaron como militares.

Mencionamos las características que rodearon el nacimiento de sus primeros vástagos, para ilustrar sobre los valores que predominaban entre los combatientes de la época. Reconocido por su valor en combate, nuestro héroe fue respetado por sus captores, así como su joven esposa también recibió la admiración de los portugueses, que con el hecho de apadrinar sus hijos, dejaban en evidencia los sentimientos de amistad que hacia ella se profesaban.

Pero también debemos destacar dentro de la familia de Lavalleja, a sus hermanos Manuel y Fermín. Del primero hay un episodio memorable que desgraciadamente poco se ha difundido, y que muestra los valores que regían en esa familia.

Manuel, con 15 años ya era Ayudante en Purificación, pero unos años más tarde cae prisionero de los portugueses y es trasladado a Montevideo. Hay un relato que describe en su forma de ser; ofreciéndosele la libertad a cambio de su juramento de que no iba a levantarse en armas contra las tropas lusitanas, se niega a tal compromiso. Esto, aun estando en vías de contraer matrimonio con una joven montevideana, a lo cual el padre de ésta, conduce a su hija hasta el presidio y allí se concreta la boda. Manuel también compartirá cautiverio con su hermano Juan Antonio. Posteriormente participará en la Cruzada de los Treinta y Tres y en muchas acciones más.

Por su parte Fermín, fue Capitán en Sarandí y también se destacó en diferentes acciones, habiendo caído prisionero en 1827 y liberado recién después de firmada la Convención Preliminar de Paz, pese a que el General Lavalleja, en ese entonces Gobernador de la Provincia Oriental, planteara un canje de prisioneros para liberar a su hermano, pero los brasileños trataron de usar a Fermín como elemento de presión contra Lavalleja, solo consiguiendo amargar y enojar al Libertador.

Como vemos en estos flashes informativos, todos los Lavalleja fueron cortados por la misma tijera. Repitiendo lo que expresara el Dr. don Luis Alberto de Herrera respecto al héroe, pero alcanza a toda su familia: “Denodado, incorruptible, fiel a la patria, siempre y sin desmayo al dominador intruso solo le pide un campo para combatirlo… su modestia excede, aún a sus méritos de gran patriota, y su honradez de manos y de conducta militar y cívica es española: de la buena”.

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