Y pasó lo que tenía que pasar. Uruguay vive un profundo conflicto social y los ánimos están contrapuestos y enconados. Las viejas divisas políticas y las arcaicas ideologías no se adaptaron a la nueva realidad, pero si lo hicieron los narcotraficantes e impusieron la “cultura del balazo”, difícil de enfrentarla y combatirla, debido al bajo nivel de educación en todos los ámbitos.
Se acepta como válido cualquier concepto y opinión y se dice “yo tengo códigos”, pero es del caso recordar que quiénes manejan “códigos” son los miembros de las mafias. Los ciudadanos comunes se rigen (o se regían) por “principios y normas de comportamiento y convivencia”. No es bueno atarse a prejuicios caducos, pero tampoco es pertinente aceptar lo “novedoso” solo por su condición de tal.
La masa de jóvenes, con un bajo nivel de educación y los mayores extraviados en la maraña de las nuevas tecnologías, desamparados, son el blanco de líderes de la delincuencia organizada y de los narcotraficantes. Sus acciones no se limitan a las zonas denominadas “de contexto crítico”. Montevideo ya es TODA una zona de “contexto crítico” y la mancha ya se extiende al resto del país. De ahí a pasar a la clasificación de “Estado fallido” no hay mucha distancia.
Y además de los narcotraficantes, hacedores de negocios de enormes beneficios en dinero se suman figuras religiosas practicantes de un consuelo y protección social con la religión como medio y guía de vida. Esos líderes se aprovechan de la triste condición del ciudadano desprovisto de un mínimo de fuerza espiritual que lo hace caer en graves depresiones y ya no cree en absolutamente nada. Y quién ya no cree en nada está dispuesto a creer en cualquier r cosa.
Esa situación llevó a los diferentes gobiernos a practicar un discurso basado en la generosidad, igualdad y solidaridad, hasta el presente sin resultados eficaces.
El término “conflicto” en sí mismo es poco generoso en claridad. Puede aplicarse a un “conflicto nuclear” o a un “conflicto conyugal”. En Uruguay, algunos “conflictos sociales” afloran a la luz y otros permanecen en las sombras, según convenga a los actores políticos. No obstante, el hecho de denunciar a ambos,” conflicto y causa”, no siempre significa solución del problema.
Los disparadores son el alcoholismo, la droga y la timba, catalizadores transversales en las clases alta, media y baja. Los adictos no siempre cuentan con recursos para satisfacer sus vicios. Entonces roban comercios, rapiñan transeúntes, vecinos y turistas. Roban hasta sus propia madre y hasta se dan casos donde un nieto mata a su abuela para robar dinero y adquirir droga.
Surgió una contracultura, la “de robar para conseguir lo que deseo”, denominada con la pomposa denominación de “situación de conflicto”. La contracultura también ha impuesto un elegante lenguaje conciliador. Si alguien llama por su nombre al “ladrón”, “borracho” o al “drogadicto” o “golpeador” es “políticamente incorrecto” porque se “estigmatiza” al individuo abusador de sus derechos pero que reconoce ninguna obligación. La contracultura derrumbó el término “cultura”.
La “alta cultura” cayó. Por ejemplo, escuchar música clásica es de “dinosaurios” y “cajetillas”. El “compañero”, que a esta altura ya no es de “izquierda” o “derecha” porque eso ya no existe escucha murga, plena y reguetón. Los primeros son “conservadores”, producto del “patriarcado” y los segundos son “progresistas”, el “hombre nuevo” que duerme en la calle, come los restos de los contenedores y pichulea cosas robando aquí y allá y luego lo hace plata por cien o cincuenta pesos.
En cualquier lugar de Montevideo se observan campamentos de ciudadanos en “situación de calle”. Ya forman parte del paisaje y nadie se fija en ellos, a no ser que por la mañana uno se encuentre a alguien durmiendo en el portal de su casa y deba pedir por favor que lo deje pasar.
Se vende droga en cualquier sitio. En las ferias, en los estacionamientos de los supermercados, en las esquinas, en el Estadio Centenario y ahora frente a los liceos. Y los proveedores armaron sus redes de provisión y cobro y arreglan sus diferencias al
mejor estilo de las zonas de conflicto en América, África y Asia: a tiros.
Ya se ha instalado, lamentablemente, la “cultura del balazo”.
Creo que es hora de que el Gobierno diga BASTA y pese a costos políticos actúe con mano firme.