REFLEXIONES SOBRE LA DEMOCRACIA

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En el curso de la historia de las ideas políticas el concepto de democracia no ha sido unívoco, por ello todas las corrientes ideológicas modernas han querido apropiarse de ella. Desde Aristóteles a Lincoln se la ha definido como el gobierno del pueblo, para marcar la diferencia con otras formas de gobierno ensayadas en el pasado. Pero el pueblo es una ficción sociológica, lo que existe, en una determinada jurisdicción territorial, son personas que interactúan entre sí cooperando espontáneamente y asociándose para defender ideas y/o intereses.

La democracia nació en el mundo griego sin el respaldo de una definición doctrinaria consistente, lo cual ha llevado en el mundo contemporáneo a que tanto el fascismo como el comunismo se hayan apropiado de ella. Mussolini en Italia; Salazar en Portugal; Hitler en Alemania; Franco en España y Pétain en Francia, cada uno con sus peculiaridades nacionales, construyeron la teoría y la praxis de la democracia orgánica de partido único y liderazgo carismático.

Luego de la segunda guerra mundial, los países del este de Europa que quedaron bajo la órbita de la Unión Soviética liderada por Stalin, se proclamaron democracias populares de partido único y liderazgo carismático. Desde la Yugoeslavia de Tito a la Rumania de Ceausescu, encontramos elaboraciones teóricas y ensayos de este tipo de democracia. Todos estos regímenes repudiaron el pluralismo ideológico y partidario, su aversión al liberalismo fue notoria.

Más lejos en el tiempo, los Padres Fundadores de Estados Unidos, que fue la primera república moderna, se definieron como republicanos y abominaron de la democracia por el riesgo de que una mayoría suprimiese los derechos individuales, no obstante, defendían una participación condicionada de la ciudadanía en el gobierno.

Fue la Revolución Francesa con su dogmatismo racionalista fundado en el pensamiento de Rousseau que rescató la concepción democrática, que con tanta solidez argumental controvirtió Burke en sus célebres Reflexiones. Con el devenir del tiempo la tradición liberal escocesa, francesa y austríaca, superaron sus prevenciones sobre la democracia, cuando descubrieron que una de las piedras angulares del liberalismo es la igualdad ante la ley y concluyeron que para ser eficaz y legítima debía contar con la voluntad mayoritaria de la ciudadanía en su proceso de elaboración.

Ahí se produce el hermanamiento entre liberalismo y democracia, pero en el entendido que la democracia es el medio para aprobar las leyes coercitivas exentas de arbitrariedad que tutelen la libertad individual. La ley debía ser aprobada por quien no la aplica y aplicada por quien no la aprueba, sus caracteres debían ser la previsibilidad, la generalidad y la permanencia. De ahí surge la división de poderes o potestades del gobierno y el estado de derecho.

El procedimiento legislativo, que tan eficientemente lo habían llevado a cabo los jurisconsultos romanos, debía ser más un descubrimiento de institutos creados por los humanos espontáneamente en el curso del tiempo que una creación, el legislador debe plasmar en la norma, para dar seguridad jurídica, lo que surge de la práctica civil y comercial. Cuál era la razón de ser de la coacción estatal, su justificación radicaba en preservar la vida, el honor, la libertad, la seguridad,  la propiedad y la igualdad ante la ley. Ello fue recogido admirablemente en nuestra Constitución de 1830, son los actuales artículos 7 y 8 de la actual Constitución que aún conservan el candor primigenio.

Recordemos que la Constitución de 1830 no contiene en su texto la palabra democracia, recién en la de 1919 se la inserta. Los derechos individuales citados, en nuestro ordenamiento jurídico liberal, pueden ser privados o limitados exclusivamente por ley atendiendo a razones de interés general, es al Parlamento que le compete determinar cuál es el interés general en juego y el grado de afectación de los derechos.

Salvo para los partidarios del derecho natural, que, no obstante, reconocen que no es estático sino dinámico en el tiempo, el ser humano no tiene un conocimiento indubitable y definitivo sobre el Bien y el Mal, por lo cual los límites a los derechos individuales surgirán del contraste de pareceres entre legisladores que representan distintas corrientes políticas, el peligro siempre latente es el de la arbitrariedad legislativa contra el cual siempre han luchado los liberales.

En el decurso del siglo XX luego de la Gran Guerra y en especial después de la Gran Depresión surgen con fuerza arrolladora lo que el  politólogo italiano Sartori denomina derechos con costo económico, lo cual da nacimiento a la democracia social y ello obliga al Estado a limitar la iniciativa y la propiedad privada,  intervenir en el funcionamiento del mercado e incrementar la exacción tributaria, el costo ha sido enorme para la libertad y la prosperidad y muchas veces antesala de socializaciones catastróficas.

Ante el fracaso del Estado de Bienestar resurge, con la impronta de la solidaridad social, la democracia liberal que permite equilibrar dinámicamente la libertad con la seguridad y la prosperidad con la solidaridad.

Muchos colectivistas de derecha y de izquierda han motejado la democracia liberal de conservadora y para refutarlos voy a transcribir la opinión de uno de los liberales más prominentes Friedrich August von Hayek: “Los verdaderos conservadores merecen el descrédito en que se encuentran, puesto que su característica esencial es que aman la autoridad y temen y resisten el cambio. Los liberales amamos la libertad y sabemos que implica cambios constantes, a la vez que confiamos en que los cambios serán los que más convengan o los que menos daño hagan a la sociedad”.

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