Mencionado varias veces en la Biblia como creado por Yahvé, el Leviatán era una gigantesca serpiente de bellísima piel, con reminiscencias de dragón, que echaba fuego por las fauces y dominaba la vida en el mar. Mientras Behemot reinaría en la tierra y Zis lo haría en el cielo, dos criaturas pacíficas, el Leviatán era fiero en su espacio. De acuerdo con el relato bíblico, fue su propio creador quien venció al Leviatán y su carne sería servida en el Día del Juicio Final.
En esta criatura se inspiró el inglés Thomas Hobbes, para su metáfora sobre el Estado y la necesidad de su existencia como ordenador y preservador de la vida y la convivencia humana. “Leviatán” es, precisamente, el título del clásico tratado, publicado en 1651, en el que Hobbes desarrolla y fundamenta su teoría. Plantea que no existe el altruismo natural, que el ser humano es rapaz por naturaleza y que pone su propio interés por delante de todo y de todos. Eso produce una actitud permanente de guerra y enfrentamiento, una ambición voraz por el dominio y el poder, la búsqueda de imponer las propias ideas como única verdad. Librado a su naturaleza, el hombre es lobo del hombre, señala Hobbes. Por eso la ética, la moral y la justicia son necesarias para que sea posible la construcción de una sociedad y la convivencia en ella. Pero, sobre todo, es necesario un árbitro implacable que supervise la vigencia de aquellas, un riguroso impositor de la ley, que no esté en connivencia con ningún sector. Un temible Leviatán capaz de garantizar el pacto social que haga posible la preeminencia del interés común por sobre el individual o sectorial: el Estado. Hobbes estaba convencido de que el ser humano era una criatura perfecta, que no necesitaba de la intervención divina para regir su vida, pero sí de una inflexible imposición de la ley para certificar la seguridad de todos los miembros de la sociedad. A favor de la propuesta de Hobbes, la diversidad de la fauna humana hace necesaria la presencia de un articulador de ideas, intereses y propósitos diferentes. De eso trata la política y de ahí deviene la necesidad del Estado en las sociedades que evolucionan más allá de lo tribal. Esa idea se pervierte cuando un grupo accede al Estado para convertirlo en su botín (como sucede con los corporativismos); o cuando otro grupo pretende que este no intervenga ni ponga límites a su voracidad, aunque esta genere obscenas desigualdades de oportunidad en el cuerpo social; como está sucediendo hoy en casi todos los sistemas políticos. Cada uno de estos grupos oligárquicos, a su manera, dispara todo tipo de falacias para justificar o cubrir sus intenciones. Mientras tanto, en los gobiernos socialistas y corruptos el Leviatán es descuartizado en el altar de una pretendida justicia social, aduladora de oídos de envidiosos, incapaces de construir por sí su proyecto de vida. Anticipándose incluso al bíblico Día del Juicio, cunde la disgregación violenta, zonas ocupadas por quienes quieren volver a la tribu, bárbaras invasiones de propiedades desafían al Estado; burlas y transgresiones a la ley construyen impunidad; engorde de la obesa y parasitaria burocracia estatal, que no cesa de incorporar inútiles y mantener excedentarios; pase libre al narcotráfico, facilitado por debilidades políticas, policiales, fiscales y judiciales; manifestaciones de violencia privada y pública que no se controla; desmadre del gasto público; excesiva presión tributaria y regulaciones arbitrarias que impiden el ahorro de capital y la inversión, incita a la fuga de capitales, genera desempleo e informalidad. Un festival de impunidades. Anomia endémica. Una guerra sorda, que asalta la cultura relativizando valores esenciales, que promueve hasta la expresión murguera.
Un Estado fallido es el momento inicial y avanzado de una sociedad inviable. Es el final del Leviatán, y con él, la metástasis que Hobbes predecía. A la igualdad ante la ley, le ganó la partida una violenta oligarquía, prácticamente irreversible.
Michel Montaigne, un hombre del Renacimiento fue quien aportó, sin quererlo, el argumento que lejos de su intención, sería fatal y el final del Leviatán. Buena parte de lo que estampó con su notable pluma Montaigne se concentró principalmente en provechosos consejos en el contexto de la vida interior del hombre. Desafortunadamente cuando salió de ese territorio, y en 1588 publicó sus “Ensayos”, en el capítulo 22, aún en la duda, arriesgó el concepto de que en las relaciones sociales “no se saca provecho alguno sin perjuicio para otro.” Esto en la moderna teoría de los juegos se denomina suma cero, lo que uno gana otro lo pierde. Ludwig von Mises en su tratado de economía de 1949 lo bautizó como “el dogma Montaigne”. Michel Montaigne confiesa: “Mis conceptos y mi juicio avanzan a tientas, bamboleantes, tropezando y vacilando”. Sin caberlo nunca, el autor ha dado pie para lo que probablemente sea la equivocación mayor de nuestra época: considerar que la pobreza de unos es debida a la riqueza de otros. A que en toda transacción lo que uno gana es porque otro lo pierde. La peregrina idea de que lo que a uno le falta es porque a otro le sobra. Y así el Leviatán quedaría enterrado en una fosa de imprecaciones a la igualdad económica, incluso por sobre la igualdad jurídica.
Tal vez, la razón central de esta visión esté alimentada por el resentimiento y la envidia; mirar al exitoso en el mercado libre con desconfianza y enojo. De allí la contradicción de alabar la pobreza, por un lado; y por otro condenar al que puede superarla. En última instancia todos somos pobres o ricos según con quién nos comparemos.Ese falso dogma ha permeado las ideologías totalitarias a lo largo de la historia: marxismo, socialismo, comunismo, nacional-socialismo, hasta el neo socialismo siglo XXI. Polarizado sociedades, destruyendo consensos para el crecimiento económico, y lo que es peor, crispando los ánimos, y volviendo al enfrentamiento una cuestión inevitable. La sociedad apuesta a que crezca la torta para que todos vivan mejor, o, siguiendo a Montaigne, NOS PELEAMOS HASTA MATARNOS LOS UNOS A LOS OTROS POR REPARTIR LAS MIGAJAS QUE QUEDEN DE LA DESTRUCCIÓN ECONÓMICA DE LA SOCIEDAD.
En el mercado abierto y competitivo la situación es de suma positiva. En cambio, cuando tiene lugar la violencia ejercida por quien detenta el poder, sea gubernamental, directa o indirecta, a través de aceptar la intimidación sindical, o al otorgar mercados cautivos a empresarios prebendarios, hay suma cero: lo que gana uno lo pierde otro. Del mismo modo ocurre con los saqueos a sus conciudadanos cuando se detraen recursos del que los produce en directo beneficio político. La riqueza no es algo estático. Los recursos naturales de hace siglos eran iguales o mayores aun que los actuales y, sin embargo, en la actualidad la gente, en general, vive mejor respecto de la época de Montaigne en la que la condición natural eran las hambrunas, las pestes y la miseria; incluso los reyes morían por una simple infección de muelas. Esta mejora se debe a marcos institucionales que respetan derechos de propiedad, que al destapar la energía creativa, hacen que se multiplique y extienda la riqueza, y que el obrero de un país civilizado pueda vivir mejor con calefacción, automóvil, agua potable y medios de comunicación, y más tiempo de vida que un príncipe de la antigüedad.
Ningún país ha eliminado la pobreza solo con políticas redistributivas. De hecho, esas políticas han tenido un efecto limitado, cuando no regresivo. Siempre ha sido necesario el crecimiento económico sostenido, que proviene centralmente del intercambio voluntario. Montaigne es el padre involuntario de todas las demagogias económicas.
Por eso, no repetir su dogma evita un error determinante de la pobreza de las naciones. Dado que los bienes no crecen en los árboles y no hay de todos para todos todo el tiempo, la institución de la propiedad privada hace que se les den los mejores usos a los bienes por su naturaleza escasos frente a las necesidades ilimitadas. El comerciante cuyo producto satisface las preferencias de sus clientes, obtiene ganancias; y el que no, quiebra. Estas posiciones se modifican según se atiendan o desatiendan las demandas de la gente. Este uso productivo hace que se incrementen las tasas de capitalización, que son el único factor que permite aumentar salarios e ingresos, y no es la caricatura que dibujan desde la “izquierda» respecto de un «derrame» inexistente. El volumen de la inversión explica por qué unos países ofrecen mejores condiciones de vida respecto de otros. No es fruto del voluntarismo, sino de marcos institucionales que aseguran los correspondientes derechos; no pseudoderechos que se concretan en arrancar por la fuerza el fruto del trabajo ajeno. Propuestas voluntaristas de gobiernos populistas, que «exigen un Estado presente y activo». Una inclinación, que una vez que incorpora aparatos estatales elefantiásicos que tratan a las personas como súbditos esclavos del poder, permea culturalmente y es casi irreversible. En una sociedad abierta la igualdad es ante la ley y anclada al concepto de justicia. Consiste en «dar a cada uno lo suyo», lo que remite al derecho de propiedad; que a su vez es inseparable del mercado abierto y competitivo: el respeto recíproco en las transacciones de lo que pertenece a cada cual. Reiteradamente se alude al «dogma neoliberal», una etiqueta vinculada a dogmas que son la antítesis del espíritu liberal. Borges ilustraba bien este punto al despedirse de sus audiencias: «Me despido de cada uno porque es una realidad; y no digo todos porque es una abstracción».
En Uruguay el Leviatán hace mucho tiempo que ha sido cooptado por corporaciones, empezando por la política. UN SOLO URUGUAY, asociación de personas que producen recursos, y se sienten acorraladas por el sistema político, reactivó su actividad esta semana en busca de “un cambio cultural donde la política no sea un tema de colores”. El movimiento afirmó que el sistema político está “enfermo” y el país “endeudado hasta la médula”. “La sociedad está enferma porque el sistema político lo está. El ejemplo que derrama es malo y contagia”, afirmó Norberto Pereyra. De pie, delante de una pancarta con la máxima “USU es el derecho a la protesta, pero el deber a la propuesta”, aseguró que hay “inoperancias” que se mantienen pese al cambio de gobierno, como el “crecimiento desmedido del Estado”, el “endeudamiento” y la “extranjerización”. “En estos cinco años hemos hablado y propuesto con el fin de lograr cambios en las estructuras del funcionamiento del país”. Según USU, no existe una “estrategia de país”, sino autoridades que sólo “apagan incendios” que “el mismo sistema ha creado”; “…fanfarronean con discusiones estériles que bajan hasta los fieles y distraen de lo importante”. Uruguay está “endeudado hasta la médula”; cada año la deuda externa crece 8%, lo cual, “si lo dividimos entre los habitantes y definimos una familia con cuatro componentes, nos endeudan en 115.000 pesos uruguayos por año”. Cuando termine este período de gobierno, agregó, “cada familia en nuestro país estará endeudada con los bancos internacionales en más de medio millón de pesos”. En las elecciones 2021 del Banco de Previsión Social los representantes de USU acumularon 432.000 votos, y José Pereyra obtuvo un lugar en el directorio. Pereyra manifestó que USU continuará tratando de conseguir “una actividad racional practicada por quienes quieren la superación individual de cada uno de los uruguayos, sin exigirle al Estado más que el arbitraje de lo injusto”. Devolver la vida al Levitan herido, para que vuelva la igualdad ante la ley. “USU apoyará todas las reformas donde la raíz esté en mejorar la calidad de vida de los uruguayos”; pero “nunca acompañará ningún cambio que siga sosteniendo el actual modelo, que beneficia a quienes son parte del actual negocio familiar de los partidos y sindicatos”. “…la identidad propia” de USU lo “aleja de los fanatismos político partidarios” y lo ayuda a “comprender que los cambios deben ser estructurales y no de gestión”. Estas cosas, en suma, “me hacen libre y parte de este movimiento social”.
Dejando de lado el azar, solo hay dos maneras de enriquecerse: sirviendo a los demás o robando a los demás. El primer método es el de la sociedad abierta y los mercados libres; el segundo es el de los regímenes socialistas e intervencionistas en los que el favor oficial establece los patrimonios de los allegados y amigos y condena al resto a la miseria. Solo por eso es que los ingresos de Alemania son más elevados que los de Uganda; no porque los alemanes sean más generosos y los ugandeses más avaros, es por la diferente inversión per cápita. No es reclamando que se lesione el derecho de quienes crearon riqueza lícitamente la forma de prosperar, sino contribuyendo a crear el propio patrimonio sirviendo a otros. Juan Bautista Alberdi insistía en preguntarse y responderse: “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra.” Y los postulados de los Padres Fundadores en Estados Unidos consideraban fundamental el derecho de propiedad, de responsabilidad individual y de desconfianza del poder gubernamental. James Madison escribió en 1792: “El gobierno ha sido instituido para proteger la propiedad de todo tipo […] Éste es el fin del gobierno, solo un gobierno es justo cuando imparcialmente asegura a todo hombre lo que es suyo”. A los pobres los fabrica el gobierno ampliando su presupuesto fuera de la capacidad contributiva, cercenando el ahorro, la inversión y el trabajo formal. En la medida en que se ahorre de lo habitualmente consumido se podrán destinar recursos para fabricar un capital, lo cual permitirá elevar el nivel de vida. Así, se desarrolló en tiempos de Inteligencia Artificial, GPT Chat y robótica de Duplo go; todos producto de las mega inversiones, ES SUICIDA combatir el capital. Sin duda que, si la situación es miserable, serán miserables también los ingresos de cada cual. En cambio, en lugares de altas tasas de capitalización, que permitan actualizar instalaciones, equipos, herramientas, maquinaria y conocimiento relevante, se incrementa el nivel de vida. El ritmo de esas tasas depende de marcos institucionales civilizados, y respeto a los derechos individuales tales como: la vida, la libertad y la propiedad de cada cual. Por tanto, luchar en contra del ahorro de capital gravándolo con impuestos para dilapidar recursos en ineficiencia pública, corrupción o privilegios, es luchar contra la mejor calidad de vida de toda la sociedad. Los salarios e ingresos en términos reales no son nunca consecuencia de voluntarismos ni de decretos, son el resultado del volumen de inversión. Los recursos naturales, los climas y las etnias no definen el asunto, solo se trata del monto invertido.
Etienne de la Boétie, amigo de Montaigne, escribió en “Discurso de la servidumbre voluntaria”: “Son pues los propios pueblos los que se dejan, o, mejor dicho, se hacen encadenar ya que con sólo dejar de servir romperían sus cadenas.”
Por eso, está implícita en los políticos la inquebrantable vocación de eternizarse: “Queremos seguir robando. Ayúdanos con tu voto”.
La tumba del Leviatán la cavan los electores; lo entierran los electos, cuando asumen equivocadamente, como Montaigne, que se le puede quitar a otro sin que el daño repercuta en todos.
Muy buen analisis