Pude observar el comportamiento rural de la sociedad timorense en su primer año de vida independiente. En nada se parecía a nuestra sociedad. En una aldea cualquiera, la pequeña granja familiar, el trabajo familiar y la vida doméstica estaban más atadas entre sí. Los timorenses tenían hijos por razones parecidas a todas las demás, pero también porque cuando crecieran, trabajarían la tierra, se ocuparían de ellos en su vejez y al final heredarían la pequeña chacra. Los niños representaban una futura fuerza de trabajo, una ayuda para el bienestar futuro y la garantía de supervivencia de la granja.
Para nosotros, en cambio, los de la “civilización moderna”, nos resulta difícil saber para qué son los niños. Los queremos mucho, pero no trabajan, son caros de mantener y el trabajo de cuidarlos al ser bebes resulta una de las tareas más difícil para quién trabaja, hace de padre y madre, es madre soltera o está a cargo del hermano mayor.
Esto no significa idealizar a las sociedades tribales, ni tampoco una sociedad tribal como la afgana, donde se quiere mucho a los niños, pero la forma cultural del afgano lo lleva siempre a participar de la insurgencia, así que debajo de la cama del niño también está el lugar para resguardar el o los fusiles AK 47 que hayan en el hogar.
Hablamos de la “madre naturaleza” como un refugio de serenidad frente a lo agitado de la civilización. También puede haber lugares en su más pura naturaleza y resulta lo opuesto. La tormenta y la lluvia desatadas en Timor cuando llega el monzón húmedo, por ejemplo. O una tormenta de arena en el Sahara. El viento sopla y molesta durante media hora o durante veinte días. Casi todo el mundo ve en un paisaje nevado una sensación de belleza, pero vivir en la nieve con quince grados bajo cero no tiene nada de placentero.
Si las artes, junto con los valores morales y las verdades espirituales, representan lo que es mejor en el ser humano, entonces nuestra concepción no es humana.
Para aumentar la confusión también se refiere a un futuro en el que no habrá cultura alguna. ¿Cabe imaginar una sociedad sin artes ni religión, o en la que no merezca la pena vivir? La cultura ha tendido a reflejar la vida de una nación, región, clase social o grupo. Lo manifestaban los afganos cuando mostraban la región donde vivían y los miembros de su familia o tribu. También los saharauis. Nosotros hemos perdido esa identidad, si es que la tuvimos. Nos juntamos para el asado de Navidad o fin de año, pero no sabemos para que. Se ha perdido el delicado tejido de modales, costumbres, usos, hábitos formas. Se dice debido a la droga llegamos a esta debacle social, pero es al revés: se preparó así a la masa social para imponer el consumo de la droga. Nos llama la atención haber dejado de fumar, pero la gente se droga en cada esquina. Se llegó a prohibir la colocación del salero en la mesa de los restaurantes y se lo aplaudió como una costumbre saludable, porque el exceso de sal es nocivo. Pero, no se prohibieron las papas chips, rebosantes de sal, que los niños consumen más que el agua.
La cultura implica instituciones materiales, pero también cabe considerarla como un fenómeno principalmente espiritual y como tal terminará emitiendo un juicio sobre las actividades sociales, políticas y religiosas. Pero emitir juicios en una conversación es difícil hoy en día. No hay ninguna regla escrita que prohíba hablar de política, de religión o de futbol, pero por el bien de la convivencia es conveniente no hacerlo. La polarización de opiniones ha llevado al extremo en todos los ámbitos.