EL POPULISMO, SU FACHADA Y SU SÓTANO. Por Marcelo Martín Olivera

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1997

En el complejo teatro de la política, el populismo se despliega como una doble faz, ejecuta una danza que oscila entre la seducción y la ordinariez. Se presenta inicialmente como la personificación de la bondad, el desinterés y la empatía, envuelto en un disfraz encantador que busca cautivar al electorado.

No obstante, cuando el clamor del pueblo exige espacio para otras opciones, el populismo revela su otra cara: la ordinariez, el odio y el resentimiento emergen sin reservas. Esta dualidad se manifiesta de manera universal, cruzando fronteras, trascendiendo culturas y deja claros ejemplos, el último dado por Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández en el traspaso de mando ayer en Argentina.

La primera levantando el dedo medio al pueblo argentino, el segundo sin siquiera un aplauso.

Cristina Fernández de Kirchner se va de forma democrática, pero con una muestra inequívoca de indignidad y desdén.

Su salida, marcada por el gesto desafiante de levantar el dedo medio al pueblo argentino, no solo revela una falta de respeto hacia la ciudadanía, sino que también arroja sombras sobre una carrera política que ha transitado entre la burla y la arrogancia. Hace un tiempo, al pronunciar la palabra «condenada» con tono mordaz, y al despedirse hoy con un gesto tan indigno, deja un rastro de desprecio que trasciende su figura individual. Este desplante, más que una simple despedida, es un recordatorio de cómo la historia de una carrera política puede quedar empañada por simples gestos que socavan la integridad que la historia espera de sus protagonistas.

Demuestra así que se puede tener mucho dinero, pero los billetes no compran la educación.

La otra esquina fue la salida de Alberto Fernández, estuvo vestida con el manto del silencio, fue el resultado de una sumatoria de desprecio, vergüenza y respeto. Pero no respeto al presidente saliente, sino respeto al Congreso y el momento histórico.

Este silencio no se teje en torno a la figura personal del ex presidente, sino más bien como un recordatorio colectivo de una gestión que encerró a sus compatriotas en una de las cuarentenas más extensas del mundo, mientras festejaba en Olivos el cumpleaños de su esposa. Entre otros desplantes al pueblo argentino.

La entrega de la banda presidencial, sin un solo aplauso, simboliza más que un simple cambio de liderazgo; es un eco del desencanto ante promesas incumplidas. La gestión de Alberto Fernández debe ser recordada, pero no con resentimiento, sino como una muestra cabal de lo que no se debe hacer al frente de un país.

Se va en silencio, pero no merece el olvido.

Se despiden dejando tras de sí un rastro de gestos y silencios que definen un capítulo controvertido en la historia argentina. Estos episodios, marcados por la indignidad y el desencanto, reflejan la dualidad inherente al populismo: una seducción inicial que da paso a la ordinariez cuando la alternancia democrática asoma en el horizonte.

Al decir del filósofo y ensayista español, José Ortega y Gasset: “La política es la arquitectura completa, incluso los sótanos.”

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