¿SE REMOVERÁN LAS CONCIENCIAS? Por Roberto Alfonso Azcona

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Erase una vez un reino, cuyo rey se caracterizaba por su mal carácter, era tal su ira cuando se le contradecía, que sus consejeros no osaban nunca quitarle la razón, por miedo no ya a perder su puesto, sino la misma cabeza.

Un día llegaron dos charlatanes, que se decían sastres, y convencieron al iracundo Rey de que para celebrar su onomástica, lo mejor sería hacerle el mejor traje que se hubiese confeccionado jamás, realizado con las mejores sedas, con hilo de oro e incrustaciones de piedras preciosas, el traje solo digno de un Rey.

Pero le dijeron que tendría una característica especial, solo sería visto por aquellas personas que realmente fueran hijos de quienes todos creían que era su padre, y solamente aquellas personas cuyos padres no eran tales no serían capaces de ver la prenda.

Llegado el día de la fiesta, el rey se vistió con el supuesto vestido y montado en su caballo salió en procesión por las calles de la villa, la gente, también conocedora de la rara cualidad que tenía el vestido callaba y veía pasar a su rey, hasta que un pobre niño de corta edad, inocente donde los haya, dijo en voz alta y clara «el rey va desnudo».

Tal grito pareció remover las conciencias de todos aquellos que presenciaban el desfile, primero con murmullos y luego a voz en grito todos empezaron a chismorrear «el rey va desnudo», … «el rey va desnudo»; los cortesanos del rey y el mismo rey se dieron pronto cuenta del engaño y es que realmente el rey iba desnudo.

Cuando fueron a buscar a los picaros al castillo, estos habían desaparecido con todo el dinero, joyas, oro, plata y sedas que les había sido entregado para confeccionar el vestido del rey. El engaño había surtido efecto y el rey iba desnudo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado…

Hay líderes políticos que están bien asesorados por la gente que le rodea, personas que no les importa decir lo que creen que es mejor para lograr las metas.

Pero desgraciadamente también hay gobiernos donde el miedo a perder su puesto, el miedo al desarrollo y el inmovilismo bloquean cualquier cambio o transformación a muchos niveles. Lo que no saben o no quieren saber es que un gobierno no tendrá una segunda oportunidad, porque la lucha electoral es dura y no perdona los errores.

Hasta que hoy es mi palabra inocente que dice en voz alta y clara «el estado es demasiado grande, la carga impositiva ahoga y ambos nos convierten en un país caro, dónde la produccion nacional, agobiada en regulaciones y en jaque por el atraso cambiario, no ve futuro y reclama la reducción del gasto público».

¿Se removerán las conciencias?

Roberto Alfonso Azcona

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