Por: Mario A. Menyou
Anexo Nro. 1. A cargo de una Partida Celadora
(Tomado del “Archivo Artigas”Tomo II, Prólogo del Prof. Don Juan E. Pivel Devoto, Monteverde y Ca. Mdeo. 1951)
En mayo de 1797, los vecinos hacendados de Montevideo piden a las autoridades que comisione a Artigas para perseguir a los vagos de la campaña; en julio es nombrado para esa función y se le asignaron 20 hombres, que él mismo debía elegir.
En setiembre, comienzan a aparecer los informes de las actuaciones de Artigas desde diferentes lugares del interior; desde Tacuarembó informa de robos de ganado y los perjuicios que causaban los malhechores, que solo por el cuero matan las vacas.
Por Santa María, Paso del Hospital y Yaguarí lo ven pasar al frente de sus huestes persiguiendo ladrones de caballos, vaquerías ilícitas de los indios y contrabandistas.
Al mismo tiempo que aseguraba tranquilidad, reclutaba hombres para el Cuerpo de Blandengues, que debía remitir inmediatamente a Maldonado, según órdenes superiores. En la costa del Río Yaguarón tomó 300 animales robados y prendió a dos peones que le dieron noticia, que el ganado no era comprado. En su parte de información destaca que “hallándolos sin culpa, los alistó para Blandengues”.
Siguiendo la pista de quienes estaban detrás del robo, luego de un peligroso procedimiento en los montes, captura a un conocido contrabandista, donde las incidencias del procedimiento quedan documentadas en la causa judicial que lleva a prisión al criminal.
Persiguió con su partida a los matreros hasta cansar los caballos, luego de un descanso decidió volver con el ganado recuperado, pero ocasionalmente se cruzó con un chasque de otra partida que recorría los campo, quién lo puso al tanto que habían alcanzado a los ladrones en una isla del monte, en la costa del Hospital (actual departamento de Rivera), y que uno de los blandengues estaba baleado. Galopeó con su gente y al alba estaba en la zona donde se había acorralado a los malvivientes. Se interiorizó por el Cabo que estaba a cargo de ese grupo de blandengues, que era lo que estaba pasando, por lo que se enteró que el baleado el día anterior había fallecido y tenía dos heridosmás, además, aún no habían aprendido a nadie, pues la zona era muy quebrada y el monte espeso, lo que favorecía a los ladrones. Solo habían podido sacarles la caballada que llevaban robada y tres caballos ensillados. Al parecer del informante, eran tres contrabandistas, todos armados, y llevaban cargas de tabaco y ganado, lo tenían en zanjas que existían en esa quebrada, donde también se ocultaban y usaban de parapeto los contrabandistas, que al ser tratados de capturar en el día anterior, habían herido a tres blandengues.
Artigas observó la situación, estudió el terreno y dispuso rápidamente un plan de ataque. Viendo que la única salida de la quebrada era por el mismo arroyo, llevo a todos sus efectivos detrás de una cuchilla y a los que sabían usar las armas, los preparó para entrar al monte, dejando al resto cubriendo la salida, por si los contrabandistas trataban de huir por allí y que si esto sucedía, les gritasen a ellos avisando de la situación para proceder en consecuencia.
A continuación, por el relato de Artigas a sus superiores, infunde ánimo a sus tropas exaltándolos a que pusieran empeño en su misión, que habrían de aprehender o matar a los malhechores o morir ellos en la acción. Divide a los que iban a incursionar en el monte en grupos de a cuatro, atacando unos arroyo arriba, otros por el medio y él por la salida del arroyo, entrando todos a la vez, lo más rápido posible y con separación entre los integrantes de cada grupo.
Encuentran a un contrabandista por el lado en que había entrado Artigas con su grupo, a una distancia de diez pasos, dice, y que le estaba haciendo puntería, pero al reconocerlo, huye por dentro de aquellas barrancas, no pudiendo verlo bien por lo tupido del monte. Entonces se interna en la espesura junto con un blandengue, y explica que, al verlo el delincuente, de que iba derecho a él con el arma preparada, le habló y le dijo: -“No me tire que estoy rendido”.
Se lo aprehendió con una carabina y una pistola, ambas preparadas, más un facón en la cintura. Por el lugar que habían entrado, se encontró otra arma preparada. Respecto a los otros delincuentes, el capturado manifestó que, después de la refriega del día anterior con los otros blandengues, habían huido durante la noche.
A continuación, sacan toda la hacienda del monte y el cargamento de contrabando que llevaban, repartiendo una de las seis cargas que requisa, entre el personal que había participado en los hechos. Los integrantes de la partida que había actuado inicialmente, le informaron que el contrabandista era un tal Chávez, portugués, y que había sido el que había disparado contra el blandengue que murió y uno de los heridos también lo reconoció como quien le había disparado. Artigas entonces recuerda que también lo conoce, que había matado a otra persona en Santo Domingo de Soriano y que el año anterior se había tiroteado con una partida en el Río Arapey habiendo escapado.
Dispuso el traslado del preso custodiado por un Cabo de su partida y cuatro Soldados, para asegurarse que lo llevasen ante la presencia de las Autoridades, quedándose él en el Arroyo Yaguarí, continuando sus comisiones, esperando que lleguen los chasques para retirarse, manifestando “…porque la hacienda es mucha y la gente poca”.
Esto, es un extracto del parte que emitía Artigas para las autoridades, el día 3 de noviembre de 1797.
La lucha contra los contrabandistas costó la vida de un baqueano, Francisco Xavier, quien fue baleado al inicio del encuentro con los maleantes; y un blandengue, Juan Barrios (el zurdo), la que llevó a cabo cruelmente el malviviente Chaves, que lo baleó y viéndolo caído, le pegó con el cañón de su arma en la cabeza para rematarlo. Esto lo dijo el blandengue antes de morir. También un blandengue de nombre Rafael Pereyra, fue herido en esa acción.
Culminada esta acción, el preso, que resultó ser José Ildefonso Chaves, de nacionalidad portugués, se le imputaron los delitos que cometió en la oportunidad, más otro homicidio anterior, por lo que marchó a prisión.
Artigas resultó ascendido a Capitán de Milicias de Caballería del Regimiento de Caballería de Montevideo, “atendiendo a su mérito contraído en la campaña y a la utilidad que resultará al Servicio, su conocimiento de ella”, expresa el despacho por el que se le confirió dicho ascenso.
Si habremos de admirar la intrepidez y valentía puesta de manifiesto por Artigas durante la Revolución Oriental, por este relato, vemos que su bravura ya era innata, manteniendo el prestigio que habían dado al apellido, su abuelo y padre, en lides parecidas a las que acabamos de relatar.