Por Marcelo Martín Olivera
Los uruguayos podemos tener muchas diferencias y hacer de cualquier cosa un Peñarol / Nacional sin problema alguno, pero tenemos asuntos que hasta hace no mucho eran causa común. Uno de esos temas era la conservación de los espacios públicos y el mantenimiento de nuestra arquitectura. Especialmente la conservación de edificios destinados a la educación y demás puntos de interés.
Desde tiempos inmemoriales los graffitis son un símbolo de rebeldía y de disconformidad con la sociedad del momento. En muchos casos son piezas complicadas en su composición, que requieren planificación e imaginación y que abordan cuestiones de igualdad social, homenaje a personajes destacados o acontecimientos históricos.
Muchas ciudades le sacan provecho a esto y lugares como Ámsterdam o Berlín ofrecen tours guiados por sus muros. Pero nosotros no necesitamos ir hasta Europa para admirar intervenciones artísticas en los muros, la capital se encuentra plagada de grafitis y murales para todos los gustos. Incluso en el interior tenemos una ciudad entera dispuesta como un gran museo a cielo abierto, la península dorada de San Gregorio de Polanco. Estos son ejemplos de verdaderas obras de arte que se integran y realzan la arquitectura de las ciudades, si se invierte tiempo y esfuerzo para que un muro tenga un mensaje y además tenga el poder de sorprendernos o incentivar al bichito de nuestra curiosidad a medida que pasamos por delante de ellos, entonces es una forma de colocar arte en las calles. En muchos casos estos murales son homenajes a figuras icónicas de un lugar, eso les da más valor.
Si bien muchos muros pueden ser objeto de intervenciones artísticas el asunto debe tener un límite para evitar caer en la teoría de las ventanas rotas, la idea de que incluso los pequeños indicios de desorden encadenados en una comunidad conlleva a una escalada en el quebrantamiento de la ley. Justamente sobre este asunto la izquierda vernácula hace de las suyas y es hora de que seamos sensatos.
Las pintadas de fachadas de edificios públicos son un acto de cobardía, y no representa libertad de expresión alguna, esto empeora si los edificios están destinados a la formación docente, se debe tener respeto a los estudiantes / futuros docentes que piensan distinto y eso comienza desde el exterior del edificio. Con el pretexto de “defender la libertad de expresión” unos pocos reclaman el monopolio de algo que no les pertenece. Las autoridades actúan de forma correcta al proceder a recuperar las fachadas de dichos edificios, la sociedad se los reclama y la ley 19.120 del año 2013 le da el marco jurídico para que pueda actuar en consecuencia con los responsables de estos atropellos. Si el exterior de estos institutos neurálgicos para la educación pública están vandalizados ¿Que podemos esperar del interior?
Una cosa es defender la libertad de expresión, otra muy distinta es apoyar las conductas vandálicas para obtener un magro rédito político. Solo dejan en claro su falta de respeto a las instituciones y muestran con total desparpajo su desprecio por todo aquello que se encuentre prolijo, cuidado, ordenado o preservado.
Evidentemente esto no nace de la nada, es un proceso que busca ir llenando el vaso pacientemente para después victimizarse y escribir una versión deformada de la historia que les garantice la impunidad. El vandalismo político y los discursos que intentan dividir son inaceptables en Uruguay, lamentablemente algunos actores políticos los usan para mover sus campañas. Llamen conservador a este columnista pero este tipo de discursos foráneos no pueden tener cabida en nuestro país y es ahí que hay que dar batalla.
La libertad de expresión se puede ejercer sin necesidad de vandalizar los edificios públicos, en pleno siglo de las pantallas táctiles las redes sociales son una excelente herramienta, son el lugar perfecto para expresar nuestras molestias sin necesidad de atentar contra el rico patrimonio arquitectónico de nuestro país.
Esas paredes y edificios vandalizados son restaurados y cuidadas con dinero de todos. Inclusive de los más pobres a través de los impuestos. Si se llenan la boca con que los muros son del pueblo ¿Hay necesidad de ensuciarlos con consignas políticas que representan a unos pocos? Falsamente creen que lo que es público no es de nadie y así actúan. En sus cabezas el único adversario aceptable es el que está callado o amedrentado y cuando esto no se logra recurren a la victimización sistemática.
Nada nuevo bajo el sol.
No demos ni un paso atrás en la defensa de nuestra arquitectura y nuestros valores democráticos. Hay que seguir adelante, sin agraviar pero con toda la convicción y la determinación de quien lucha por la libertad y el bienestar de todos. Incluso de quienes nos insultan.
Es increíble como se genera un hilo entre la portada y está publicación. Definitivamente acá hay gente que piensa, viene esperando una publicación más del montón y me voy con DOS soberbias columnas.