El 22 de julio se cumplió el 150 aniversario del natalicio del Dr. Luis Alberto de Herrera. Tengo notorias diferencias con su actuación política, pero profeso gran aprecio por su labor intelectual, lo cual no significa que coincida con todos sus puntos de vista.
En el mes de abril próximo pasado le dediqué una columna con el propósito de resaltar su nobleza espiritual y hoy pretendo homenajearlo comentando su pensamiento a partir del libro más relevante que escribió, en una producción que abarca 27 títulos, se trata de “La Revolución Francesa y Sudamérica” publicado originalmente en París en 1910, donde residió con su familia durante dos años.
Es una obra que se inspira en la del gran ensayista y parlamentario británico Edmund Burke quien fuera un certero crítico de la Revolución Francesa. Herrera, por formación era un anglosajón, admirador de las instituciones del Reino Unido de Gran Bretaña (a donde concurriría en misiones diplomáticas en 1927 y 1937) y de los Estados Unidos de América (fue Secretario de la Legación uruguaya en dicho país de 1901 a 1904), no obstante ser un implacable opositor a su política exterior imperialista. Fue un severo crítico de la ruptura abrupta con el pasado, del extremismo y de la violencia del proceso revolucionario francés comenzado el 14 de julio de 1789, fue lo que él denominó la fascinación francesa teorizante, abstracta y radical que extravió a las élites de las nacientes repúblicas sudamericanas durante el siglo XIX.
A este respecto afirma: “También el ejemplo de los Estados Unidos estaba ahí, para afirmarnos en la opinión sensata y convencernos de que el desarrollo de la libertad obedece a la ley paulatina de todos los crecimientos, de que para llegar a lo más se empieza por lo menos, de que así lo quiso y así lo cumplió con éxito magnífico la revolución de 1776, mientras la revolución de 1789 invirtiendo el orden de la lucha por el ideal e intentando llegar de golpe a lo más con desdén de lo menos, sólo supo cavar la tumba de aquella libertad”, más adelante dirá: “Las libertades inglesas no admiten fecha convencional de origen, como suele proponerse con las propias de las sociedades latinas…
Concentrarse en sí mismo es el primer consejo que da el instinto a la autonomía que nace… Esto era el caso de Sudamérica. España había creado una raza, así rota por el azar inesperado su severa potestad, el deber lógico mandaba no renegar de sus vínculos morales, a pretexto de que alguien había descubierto una maternidad instituyente más liberal, más avanzada”.
El pensamiento de Herrera abreva en John Locke y Edmund Burke en contraposición a las posturas de Jean Jacques Rousseau y Tomás Paine. Los historiadores compatriotas José Pedro Barrán y Gerardo Caetano han definido el pensamiento de Herrera como liberal conservador, yo prefiero definirlo como liberal clásico en la moderna conceptualización de Eamonn Butler: “Lo que más define a los liberales clásicos es la prioridad que le dan a la libertad individual.
Los seres humanos también tenemos otros valores, por supuesto: honestidad, lealtad, seguridad, familia y más. Pero cuando se trata de nuestra vida social, política y económica, los liberales clásicos creen que deberíamos aspirar a maximizar la libertad de la que disfrutan los individuos”.
Esta concepción liberal clásica no siempre se reflejó en su dilatada trayectoria política, de ahí nuestras diferencias con él, pero hoy no es momento de inventariarlas. Herrera fue un hombre profundamente espiritual, lo que lo llevó a valorar como pocos al factor religioso como guardián de la tradición, aunque no profesó religión alguna, pese al influjo anglicano de su madre, y para algunos historiadores fue un agnóstico, y para otros un escéptico.
Como legislador votó la ley de divorcio vincular, la supresión del subsidio estatal al Seminario Católico y el pago a los sacerdotes por sus oficios fúnebres, la abolición de la pena de muerte y la prohibición de las corridas de toros, como constituyente en 1917 vota por la separación de la Iglesia y el Estado y la supresión del preámbulo confesional de la Constitución de 1830.
El 8 de agosto de 1917 en el seno de la Convención Nacional Constituyente expresará al respecto: “…De manera que tengo el derecho de afirmar que he probado, con hechos que soy un buen y tranquilo liberal”. Su exhortación a la concordia nacional se ve reflejado en otro magnífico libro titulado “La Tierra Charrúa” que data de 1901, en el tercer aniversario de la muerte de su padre.
En sesión del Senado de 31 de enero de 1935 expresa: “…ha sonado la hora de que estos viejos partidos tradicionales se coloquen a la altura de la voluntad de la nación y de las corrientes vitales que inundan el ambiente, y de que podamos acostarnos a dormir la última siesta los que ya nos vamos, dejándolos reconciliados ya en la actualidad, no tienen motivos de agravio, sino de actuación conjunta y eficaz en beneficio de la comunidad…”.
A 150 años de su natalicio, nacionalistas y colorados, con altura de miras, están haciendo realidad las premonitorias palabras de Luis Alberto de Herrera en el seno de una coalición republicana de gobierno que encabeza su bisnieto Luis Lacalle Pou.