Los afectos más íntimos, como un viejo amor, no se olvidan ni se dejan, eso es lo que le ocurre al Frente Amplio con la Revolución Cubana, a sesenta y cinco años de instalada en el Poder. Es comprensible que en el inicio y desarrollo de dicho proceso haya seducido y cautivado a la militancia de izquierda, en un tiempo en que el marxismo era la ideología dominante en los ámbitos intelectuales y por ende el socialismo una meta a alcanzar. Pero el fracaso del socialismo real simbolizado en la caída del muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética y sus países satélites, debió producir un cambio de percepción, ello les ocurrió a muchos, pero no a todos los frenteamplistas. No obstante, concuerdan todos en que no quieren el modelo político cubano para nuestro país, pero pocos cuestionan el sistema económico y social, todas las tribulaciones en estos campos se las atribuyen a un supuesto bloqueo norteamericano, que en realidad se trata de un embargo que es algo bien distinto, y a continuación se remarca que es una democracia distinta donde el pueblo elige a sus autoridades por abrumadoras mayorías. No denuncian públicamente a un Estado violador sistemático de los Derechos Humanos; un sistema económico ineficiente por naturaleza y una élite gobernante, cívico militar, privilegiada, represora y asfixiante de la libertad individual. Quienes se han atrevido a denunciar la esencia del régimen como el ya fallecido, otrora combatiente del M.L.N (T), Carlos Liscano, en su magnífico libro “Cuba, de eso mejor no hablar”, con elegancia son marginados. Lo mismo acontece con Venezuela, niegan que sea una dictadura, pese a la violación permanente de los Derechos Humanos y a una economía estatizada que ha condenado a la pobreza y al exilio a millones de venezolanos, muy similar a lo que ha ocurrido en Cuba. Se justifica al régimen chavista por las sanciones económicas estadounidenses y se remarcan los triunfos electorales del Partido Socialista Unido de Venezuela como si los meros resultados electorales de la élite cívico militar, fuesen el único índice para calificar a un país de democrático. Este año se van a llevar a cabo elecciones presidenciales en Venezuela aunque no se sabe la fecha, ella no está establecida en la Constitución sino que es fijada por el Consejo Nacional Electoral, constituido como todos los órganos del Estado por directa injerencia del Poder Ejecutivo. Las mismas se van a realizar con todos los medios de comunicación controlados por el gobierno y con candidatos inhabilitados como la líder opositora, ganadora de las primarias, María Corina Machado. Ante ello los dirigentes frenteamplistas se ven obligados a deslizar alguna crítica, pero acto seguido se moderan al afirmar que es un asunto interno de Venezuela y que la inhabilitación de María Corina Machado es fruto de un proceso judicial, como si en Venezuela hubiese libertad y existiese una Justicia independiente e imparcial. Este año, más precisamente en el mes de noviembre, se cumplirán cuarenta años de las elecciones que le devolvieron a Uruguay su democracia, pero en aquellos comicios el Partido Nacional y el Frente Amplio debieron comparecer a las elecciones con candidatos alternativos, dado que sus líderes y candidatos naturales a la Presidencia de la República, Wilson Ferreira Aldunate y Líber Seregni, estaban inhabilitados de postularse con motivo de procesos judiciales e incluso Wilson en prisión. El Frente Amplio se cansó, con razón, de denunciar que dichos candidatos inhabilitados, como otros miles de uruguayos, eran víctimas de persecución política y de una Justicia carente de independencia e imparcialidad. Cuando el Gobierno del Presidente Carter de Estados Unidos; la Comisión Interamericana de Derechos Humanos o Amnistía Internacional observaban las violaciones a los Derechos Humanos en Uruguay, los jerarcas civiles y militares del régimen las condenaban como injerencia en los asuntos internos de un país soberano. El Frente Amplio, en el país y en el exterior, aplaudía y promovía dichas acciones como ajustadas al Derecho Internacional de los Derechos Humanos y como defensa de un pueblo que no le estaba permitido auto determinarse políticamente. Estas contradicciones parecen inexplicables, no obstante hay una razón de fondo que las explica. El Frente Amplio nace a la vida política a comienzos de 1971 como una coalición política de partidos y movimientos de izquierdas que abarcaban desde la democracia cristiana al comunismo y con el apoyo crítico del MLN (T) por medio del Movimiento Independientes 26 de Marzo, su programa de gobierno profundamente colectivista incluía: planificación imperativa de la economía, reforma agraria, nacionalización de la banca y del comercio exterior y estatización de las industrias básicas, como por ejemplo la frigorífica. En su seno albergaba a sectores que sostenían que la democracia era un valor en sí a preservar en toda circunstancia y otros que la consideraban como algo meramente instrumental para alcanzar la meta que era la revolución socialista. Luego de la dictadura, aún los sectores otrora más extremistas, revalorizaron la democracia y los derechos humanos, se despidieron de la vía armada, y abandonaron parcialmente el estatismo económico fundacional. Sus tres gobiernos de 2005 a 2020 fueron socialdemócratas y por consiguiente mantuvieron una economía social de mercado, pero siempre en su seno han existido núcleos duros socializantes, que se expresan política y sindicalmente, aspiran al colectivismo y se identifican con los procesos cubano y venezolano. Para triunfar electoralmente esos votantes y militantes le son imprescindibles, el precio de la unidad de las izquierdas explica muchos silencios, ambigüedades y contradicciones. Un ejemplo elocuente al respecto es la actitud colectiva de la fuerza política frente al plebiscito constitucional de la previsión social. Haber administrado esa inevitable tensión es el secreto de su sobrevivencia política durante cincuenta y tres años. Por ello no le pidamos que hagan colectivamente lo que no pueden hacer, so pena de dejar de existir.