Carlos Marx en su obra cumbre “El Capital”, sigue a los economistas clásicos Adam Smith y David Ricardo en lo referente a la teoría del valor, para todos ellos “el trabajo es la fuente y la medida del valor” y Marx agrega con énfasis que el salario no es el precio del trabajo sino de la fuerza de trabajo, el valor de las cosas es la cantidad de trabajo humano que contiene, de ahí el concepto de plusvalía como excedente del salario que el empresario le expropia al trabajador, dando lugar a la explotación y a la alienación consiguiente.
Esta teoría del valor es refutada magistralmente por el economista austríaco Carl Menger en 1871 en una obra titulada “Principios de Economía Política”, sus argumentos son demoledores y convincentes: el valor brota posteriormente de las apreciaciones subjetivas de la gente, el trabajo es una mercancía pero no el trabajador, como en la esclavitud, lo que se compra y se vende es el servicio de trabajo pero la persona que trabaja por cuenta ajena es libre, alguien compra algo cuando subjetivamente valora más lo que recibe que lo que entrega y ello se refleja en el precio.
Esto derriba otra teoría absurda, denominada suma cero, que afirma que en el intercambio quien gana lo hace a costa de quien pierde. Esta magna obra fue complementada por otro economista austríaco Eugen Böhn Bawerk quien introduce el factor tiempo en la producción. Todo ello lleva a la formulación de la comprobación básica de la ciencia económica moderna, que es la utilidad marginal decreciente.
La teoría objetiva del valor y la plusvalía llevan a pregonar la socialización de los medios de producción y la planificación centralizada de la economía, en cambio la teoría subjetiva del valor lleva a comprender el papel insustituible del empresario en el mercado, como benefactor social, quien asume los costos de la inversión hasta que la recupera con la venta del producto o servicio, pero entre un momento y otro transcurre un lapso de tiempo que trae consigo el riesgo que es inherente a todo emprendimiento. A su vez el salario aumenta con la productividad marginal del trabajo debido al aumento del capital.
En definitiva, el salario lo pagan los consumidores. El marxismo a comienzos del siglo XX se encontraba, no obstante, lo atractivo de su mensaje, refutado y desacreditado, lo salva Lenin quien liderara, luego de la revolución rusa de 1917, la construcción del primer Estado socialista de la historia. La cuestión del valor no era un problema para los comunistas, se solucionó estatizando los medios de producción y expropiando la plusvalía por el Estado “para beneficio de la comunidad”, quedando el trabajador con un magro salario, más algunos servicios sociales gratuitos, pero todo ello en un nivel muy inferior a los países capitalistas desarrollados.
La imposibilidad del cálculo económico en el socialismo, que en los años veinte del siglo pasado descubrió Ludwig Mises, se subsanó precariamente tomando como vectores a las economías capitalistas occidentales. Todos los países socialistas sin excepción debieron seguir dicho patrón, no existía otra alternativa.
El lector probablemente estará aburrido y a estas alturas se preguntará qué tiene que ver todo esto con el aquí y ahora de nuestro país, trataremos de demostrar que tiene que ver y mucho.
Lo relatado es el fundamento teórico con que cuenta la izquierda y la central obrera para su lucha por ampliar el sector público, promover la propiedad comunitaria y cooperativa y fortalecer la estructura sindical para abonar el camino a la sociedad socialista y de ahí la aversión al empresario, a la propiedad privada y al mercado. Sin la teoría no se explica la defensa del régimen cubano o venezolano y su admiración rayana en el panegírico por Fidel Castro o Hugo Chávez.
En la praxis los gobiernos frenteamplistas, con todos los desvaríos y errores que les podamos anotar y que no han sido pocos, mantuvieron la economía de mercado, pero estuvieron permanentemente cuestionados por los sectores políticos y sindicales adeptos al marxismo, lo cual llevó a muchas concesiones, que en un principio el equipo económico no estaba dispuesto a otorgar. En cambio, los socialistas alemanes desde 1959 y los españoles desde 1979, ante la evidencia empírica revisaron sus posturas, sin adjurar del principio de solidaridad social.
Ludolfo Paramio gran teórico del Partido Socialista Obrero Español durante los gobiernos de Felipe González expresaba: “Un proyecto que analice con realismo y rigor en qué condiciones el poder sindical es un avance hacia el control social de la producción y en qué condiciones es pura fórmula de corporativismo además de obstáculo para el desarrollo económico de la sociedad en su conjunto”. “Cuando se pretende, por el contrario que las rápidas subidas salariales son claves desde un comienzo para lograr crecimiento económico y empleo, se busca en realidad conseguir el apoyo de los desocupados para una defensa de los trabajadores con empleo y generalmente sobre todo de los colectivos que están en una situación competitiva de privilegio”, “Esto quiere decir que para crear puestos de empleo hay que crear buenas condiciones para el crecimiento de las inversiones y eso significa favorecer la recuperación de los excedentes empresariales”.
Como habrán comprendido los lectores no ha llegado el posmarxismo a la izquierda uruguaya, tendremos que seguir escuchando una retórica anacrónica y embaucadora. Pero los liberales no nos podemos quedar callados porque el silencio, en un país donde reina tanta confusión ideológica, puede interpretarse como aquiescencia.