LA VIGENCIA DEL PRETÉRITO. Por Hilario Castro Trezza

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Los países, como la ciencia, progresan en la corriente del tiempo por acumulaciones sucesivas. El Uruguay en su contorno geográfico político actual recibió el legado de la colonización española durante lo que se conoció como Banda Oriental, como el idioma castellano, el cristianismo y los usos y costumbres, pero en la toponimia se nota la presencia indígena guaraní y entre otras manifestaciones en el carnaval surge la impronta afro. Luego en el denominado proceso emancipador se forjaron principios jurídicos y políticos que en lo sustancial están vigentes al día de hoy. Las corrientes inmigratorias y las ideas políticas y sociales progresistas enriquecieron nuestro acervo material e inmaterial.

Todos los gobiernos desde 1830 en menor o mayor grado contribuyeron al progreso de la República, inclusive durante los períodos de facto. Sin Latorre no hubiera habido reforma escolar, ni modernización del país que luego posibilitó las grandes transformaciones operadas durante el período batllista.

Gracias a la titánica lucha de Terra para construir la represa de Rincón del Bonete y la refinería de la Teja fue posible la industrialización durante el neobatllismo. Inclusive los períodos dictatoriales como el de 1973-1985, dejaron un importante legado de obras materiales y sociales como las represas hidroeléctricas, los puentes internacionales, el fondo nacional de recursos en materia de salud, la cobertura universal del seguro por enfermedad, la liberalización económica, etc.

Muchas veces hemos escrito que sin los logros de las colectividades históricas en el gobierno entre 1985-2005 como la ley forestal, la ley de zonas francas, la ley de puertos, y el convenio de protección de inversiones con Finlandia, no hubiera sido posible la instalación de las plantas de celulosa.

Ningún gobierno parte de cero, ni deja de apoyarse, aunque sea parcialmente en la herencia de sus antecesores. Pongamos algunos ejemplos: toda la política de negociación colectiva se basa en la vieja ley de consejos de salarios de 1943, la política social agraria se afinca en la ley de colonización de 1948, las políticas de seguridad social se basan en la estructura creada en 1979, las facultades del Ministerio de Trabajo de declarar servicios esenciales ante conflictos colectivos de trabajo datan de 1968 y 1978, los lineamientos fundamentales de la política cambiaria, de precios y de aranceles tienen su génesis en las medidas adoptadas a partir de 1974.

En lo personal nos resistimos a hablar de próceres y de héroes ello es propio de la mitología, sí han existido y existen personalidades que por su liderazgo interpretan la secreción social para ejecutar determinadas reformas legislativas. Ortega y Gasset en su obra “La rebelión de las masas” nos habla de la espontaneidad humana que tiene un hilo de continuidad con el pasado: “El verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores, la larga experiencia decantada gota a gota en milenios…Romper la continuidad con el pasado, querer comenzar de nuevo, es aspirar a descender y plagiar al orangután”.

A su vez Hayek en su libro “La fatal arrogancia” expresa: “La sociedad es un orden espontáneo, un proceso en constante evolución, resultado de la interacción de millones de seres humanos, que no ha sido ni podrá ser diseñado consciente o deliberadamente por ningún hombre”.

Voy a dar tan sólo un ejemplo: en derecho civil y comercial ningún jurista ha creado contrato alguno, tan sólo los ilustres codificadores descubrieron que los humanos llevaban a cabo determinados negocios jurídicos y los reglamentaron para darles certeza, como lo hace en su ámbito la Real Academia cuando incorpora nuevas palabras al idioma castellano, no las crea, las recoge de la realidad.

El mundo está de vuelta de las “revoluciones” o “refundaciones” que pretenden transformar todo por medio de una ingeniería social surgida de la elucubración de algunos iluminados.

Los humanos proponen, pero la realidad dispone.

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