Hoy me propongo abordar una temática, que no está planteada en nuestro país, pero sí en Argentina y es la diferencia entre liberales y libertarios, vamos a ir por partes y lentamente dado lo complejo de la cuestión.
El liberalismo es una corriente de pensamiento no dogmática, que encuentra la esencia de la libertad en la espontaneidad y en la ausencia de coacción arbitraria, que entiende la evolución de las instituciones humanas, como un proceso de crecimiento acumulativo por ensayo y error.
Atribuye a la razón un cometido relevante, pero no todopoderoso ya que los hechos incontrolados e inintencionados operan de manera significativa.
Es consciente de que vivimos en un mundo de incertidumbres, resultado de la interacción de millones de decisiones individuales, lo que hace que el conocimiento esté disperso.
Entre los que descubrieron los fundamentos de la libertad se cuentan, entre otros muchos, a David Hume; Adam Smith; Adam Ferguson; John Locke; Edmund Burke; Lord Acton; John Milton; John Stuart Mill; Montesquieu; Alexis de Tocqueville; Frédéric Bastiat; Carl Menger; Ludwig Mises; Friedrich Hayek; Karl Popper; José Ortega y Gasset; Bruno Leoni; Isaiah Berlín; Milton Friedman, etc.
Ninguno de ellos pregonó el laissez faire laissez passer (dejad hacer, dejad pasar) que fue una típica construcción racionalista francesa, tampoco abogaron por el anarquismo.
Todos fueron contestes en reconocer la necesidad de la existencia del Estado, precisamente abundaron en las cautelas, que deben existir para garantizar la libertad individual y la consiguiente cooperación social espontánea, para protección contra la omnipotencia estatal, de ahí la necesidad de contar con un Estado de Derecho donde la ley fuese creada por quien no la aplica y aplicada por quien no la crea.
Para estos liberales clásicos, el liberalismo informa lo que debe ser la ley, en cambio la democracia determina lo que será la ley, la democracia nunca se confunde con la libertad, pero admiten que es la forma de gobierno que más la garantiza y protege.
Naturalmente que en el amplio colectivo liberal hay grados y matices que no se pueden soslayar, dado que nadie se arroga la posesión de la verdad, la cual es una búsqueda constante y sin fin.
En cambio, los libertarios, sin perjuicio de abrevar en el liberalismo clásico, van más allá de él con el objetivo de abolir el Estado y llegar a una sociedad anarco capitalista.
Su principal teórico contemporáneo lo fue, el notable economista estadounidense, Murray Rothbard.
Corresponde destacar que también el marxismo enuncia, en su formulación teórica, la desaparición del Estado en la fase de la sociedad comunista.
Por más optimismo que tengamos con relación a la naturaleza humana, el objetivo, es de cumplimiento imposible.
Siempre habrá Estado, de lo que se trata es de definir su tamaño y cometidos.
Toda esta temática, que puede parecer muy alejada de la realidad, ha tomado relevancia mediática, con motivo de la prédica del economista y diputado nacional argentino Javier Milei, quien se autodefine como anarco capitalista, aunque acepta, transitoriamente, el minarquismo (Estado mínimo).
Sin perjuicio de su sólida formación académica en economía y de defender importantes posturas liberales, hoy ausentes en el caótico panorama político argentino, debo consignar, desde mi postura liberal, que no comparto sus modales arrogantes e intolerantes para con el pensamiento ajeno, ni el radicalismo de algunas de sus propuestas.
Es absurdo pretender refundar un país sobre algunas ideas tan irreales, la política precisamente es el arte de alcanzar el ideal a partir de la realidad.
Es utópico pretender hacer tabla rasa con todo lo hecho por el radicalismo y el justicialismo en la última centuria, ello es desconocer la cultura de un pueblo, es como si en Uruguay se pretendiera extinguir todo vestigio de batllismo o herrerismo.
Distinta son las mutaciones o disrupciones que se dan naturalmente en las colectividades históricas en la corriente del tiempo y en especial en un mundo que ya no es ni será jamás como fue en el pasado.
Creo que al lector le ha quedado claro que no es lo mismo ser liberal que ser libertario.
Con tolerancia, empatía, humildad y realismo, sin mengua de la firmeza de las convicciones de cada uno y con objetivos menos ambiciosos, se puede avanzar más rápidamente hacia la tan deseada sociedad libre y próspera.
No serán los colectivistas ni los libertarios los que traerán estabilidad y prosperidad al hermano país, sino una amplia corriente democrática, liberal y solidaria que se vislumbra en el horizonte y que esperamos se concrete en el corto plazo, con vistas a los comicios del año próximo.
Muy buen artículo