El filósofo y pensador contemporáneo Santiago Kovadlof en su último libro “Los temas de siempre” rescata conceptos, valores, ideas, que hemos naturalizado, y que citando a Merleau-Ponty nos invita a “…aprender de nuevo, volver a mirar hoy en nuestro mundo”. Por ejemplo: el odio, la impaciencia en forma amplia, que no está ajeno a la coyuntura política. Kovadlof rompe el fuego con una frase impactante: “la rentabilidad del odio, brinda certezas. Si yo puedo odiar con convicción, estoy instalado en un campo donde la duda no me amenaza; y el desprecio puede ser ejercido como un derecho a la verdad”. La duda, por el contrario, amenaza la universalidad de mis convicciones, mi identidad. Si yo parto de la idea de que la verdad y yo somos equivalentes, el otro, si no coincide conmigo está demás.
Cuando la ausencia del pensamiento crítico puede menos que la capacidad de sumisión, se entiende perfectamente que uno haga del líder el que monopoliza la idea de la verdad. El líder no puede equivocarse si es necesario obedecerlo plenamente. Y, estamos en una época en la cual la necesidad de delegar la responsabilidad de pensar está muy acentuada. Quien diga: …síganme; …es peligroso, porque asume que la comprensión de la verdad no puede ser fruto de un consenso, y tiene que ser fruto de la obediencia. La organicidad es una demanda de la política entendida como instancia no democrática, porque en la democracia el orden no equivale a la obediencia.
En la democracia el orden equivale a una búsqueda de consenso, donde yo como sujeto tengo derecho a ser protagonista en la construcción de la verdad. Me parece que a los políticos no hay que idealizarlos, y menos aún a los líderes. Hay que devolverles la conciencia de que están investidos por una responsabilidad que no equivale a concebirlos como figuras inequívocas”.
Cuánto de fundamental es este aporte de Kovadlof en tiempo de repensar conceptos, valores, vigencia de los liderazgos para construir desde el basamento firme los desafíos de volver a mirar nuestro mundo actual y futuro. Un mundo revulsivo que instaló el cambio de siglo. Una nueva forma de vivir en sociedad a mejorar.
¿Podrá construirse en soledad, con liderazgos omnímodos y pueblos esclavos, sin pensamiento propio; o será construida pragmáticamente integrando intereses de todos?
La impaciencia de la gente por liderazgos que simplifiquen su desencanto con la política y con la llamada “democracia republicana”, que no ha logrado resolver cuestiones fundamentales, puede ser, perfectamente, la transición frustrada al autoritarismo. Ese que pretendió destronar la democracia, y provocó los quiebres institucionales también autoritarios. ¿Logramos salir indemnes y superar el ineluctable camino “revolucionario”?
La propia debilidad en creer en el sistema de dirección recta, en el pensamiento único, nos hace tender al facilismo de replicar recetas probadamente fracasadas, que nos resuelvan rápidamente esta falta de eficacia y eficiencia, en tiempo de relativismo de valores y urgencias acumuladas.
Así se dio cuando la desesperación de la mayoría le dio el gobierno democráticamente al anarquista “supremo”, su soberbia dejó tirados millones de recursos del pueblo en obras paralizadas, empresas públicas endeudadas y velitas sopladas al socialismo. Pagaron la “fiesta”, más desempleados, más informales, más pasivos miserables, más zonas liberadas al delito. “Educación, y más educación…” trancada por militantes violentos que multiplicaron analfabetos; su público objetivo. Miles de pequeños emprendimientos quebrados por falta de consumidores, expresó la vocación de que el Estado implosione que anida en todo buen anarquista. Insuflado de soberbia, avasalló recursos públicos finitos como si fueran infinitos. Empobrecer sin distinción de clase.
Un relato que multiplicó asistidos por el hambre, a los que mintió, y se mintió a sí mismo, utopías fallutas: que Uruguay tenga un tren de los pueblos libres sin pasajeros, un puerto atlántico sin barcos ni carga propia; una regasificadora cuyos clientes (nuestros “hermanos”) no tenían plata ni intención de pagar; una minera de hierro a cielo abierto, abortada al nacer por la variabilidad de los precios internacionales. Multiplicó empresas privadas con recursos de empresas públicas que dejó a sus matrices en quiebra. Pepe, además de vendernos un asado incomible, ancló la actividad productiva exprimida por precios públicos que encubrían el desfalco. Le pagamos entre todos a Kusturica una historia tierna de terroristas buenos, que gobiernan para el pueblo desde una chacra adquirida con sus fechorías. Kusturica II recogerá el supremo dislate de un anarquista que quiso, pero no pudo, terminar con la institucionalidad del país.
UNA REALIDAD ESTATAL QUE INTERPELA.
Debe reconocerse que este gobierno ha intentado corregir la conducción compañera”, luego de una pandemia, una guerra, una sequía, y una invasión de capitales incontrolable. De lo contrario estaríamos pidiendo préstamos por seña, como los kirchneristas argentinos.
El equipo económico ha conseguido que el presupuesto engordado a lo ganso desde el quincho de Varela cierre equilibrado. Bajó mínimamente impuestos. Mantuvo el precio de la energía estable ajustado al valor de importación. Pero, el esfuerzo fiscal no pudor bajar el brutal endeudamiento de una pequeña economía, ni la carga inflacionaria que aún castiga a los más pobres. Lastres que perduran para financiar “nuestra” obesa burocracia.
Un cierto orden básico aún no ha corregido las distorsiones estructurales graves que agobian al ciudadano de a pie, al desocupado, al informal, al jubilado, el desclasado del sector medio condenado a la pobreza o la miseria. Una tragedia inconclusa de inequidades públicas carga sobre las vicisitudes de sectores económicos medios y bajos, a quienes la futura inversión en hidrógeno verde, el proyecto de tren de la costa, o los argentinos millonarios que emigran, no cuentan en sus desvelos de “buscarle la vuelta” todos los días.
La llamada “Oficina de Planeamiento y Presupuesto” (reminiscencia oprobiosa de agencias totalitarias, todas socialistas) se debate frente a corporaciones sindicales de trabajadores, empresarios y políticos, consorciados para abusar del gasto público. Han demostrado tener más poder que el propio gobierno. Unidos para abusar, trancan con violencia ordenar el gasto, reducir burocracia, y dotar al emprendedor pyme de oportunidades de sobrevivir. No entienden que los cambios frustrados mantienen un círculo perverso hacia una posteridad cada vez más desesperada, que apoyará otra vez la radicalización.
El insulto impúdico lo exponen jerarcas públicos ofreciendo sueldos de país de las maravillas. Una utopía que persisten en socializar recursos; burócratas totalitarios empoderados por un cargo político que pueden “seleccionar” privilegiados entre los esclavos de la gleba. Entre más de 300.000 sueldos que pagamos con impuestos, inflación, y endeudamiento, no pueden encontrar administrativos. Engrosan impunemente la carga tributaria que heroicamente soportan los que todavía producen. La dictadura del sindicalismo resiste reducir su casta de privilegiados que respalda el aporte a sus arcas.
Adjudicaciones “privilegiadas” de vivienda exhiben otra equivocación de análisis de la realidad colectiva. El número de personas sin techo digno, en emergencia habitacional, de cartón, chapas, madera o nylon agujereados, ronda las cuarenta mil. Nunca un presupuesto público pudo cubrir semejante demanda. El presupuesto de más de cinco organismos públicos para atenderla apenas alcanza para sus jerarcas y funcionarios.
Sufrimos un holocausto carcelario, que además de tratar a personas como a animales, impacta en la vida y la seguridad de los que estamos enrejados afuera. Desde la cárcel se organiza la actividad delictiva y se dispone sobre la vida. No se puede resolver la supresión o bloqueo de los celulares ya que no contamos con personal suficiente para enfrentar un levantamiento. Hacemos como que lo atendemos cuando se dan crisis en el sistema, pero no adoptamos una solución definitiva.
El Instituto de Colonización gasta millones en tierras para repartir. La “reforma agraria” del minifundio que multiplica uruguayos verdes de mate sentados en su chacrita. No tienen capital para nada, salvo privilegiados que han recibido tierras y ya tenían recursos propios. No tienen semillas, animales, tractor ni vehículo. Cuando consiguen una vaca, venden leche con un carro. Pero sus recursos enterrados son intocables para erradicar asentamientos.
Si la realidad indicara al político dejar crecer la “torta” antes de repartir migajas presupuestales, habría una oportunidad educativa de calidad, una formación laboral productiva, un campo fértil para la inversión, creatividad para multiplicar recursos. Lograr las herramientas para tener la oportunidad de empleo digno al alcance igualitario de los siempre postergados. Esos que tantos discursos encendidos prometen atender; público cautivo de las próximas promesas electorales.
LA URGENCIA DE CAMBIAR.
Es ineludible ya repensar a fondo la rígida estructura pública en relación a la raquítica estructura productiva, el decrecimiento del consumo, y la incertidumbre de los ingresos por turismo. El efecto dañino sobre un dólar frenado por el aluvión de inversiones golondrina o buitre que expulsan los países de la región. Esa distorsión se multiplica por el avance incontenible de la globalización tecnológica que barre fronteras, aranceles, formalidad, y recursos tributarios.
Nos pesa el estancamiento y los parches estatistas que fueron sustituyendo el ajuste del Estado. El efecto indeseable de costos distorsivos que la acción del Estado hace rebotar en el presupuesto público. Salvar empresas privadas para rescatar empleo con dádivas o perdones del BPS, para evitar inevitables cataclismos de sectores agotados por la carga pública. Costos que se cargan sobre personas multiplicadas, que apenas tiene un consumo de supervivencia. La situación requiere un diálogo franco para operar a un Estado obeso insoportable, que defiende sus estructuras engullendo cada vez más recursos pese al soporte que cruje.
Luego de que imperara la ideología egoísta de redistribuir la riqueza de otros con la ampliación de cargos públicos, es impostergable reequilibrar la circulación económica entre las partes, repensando cada pieza del rompecabezas para que vuelvan a convivir armoniosamente, y pueda soportar el tiempo de la cuarta y quinta revolución tecnológica.
Las prioridades del presupuesto nacional deben ser nacionales y no únicamente estatales. Seguir haciendo obra pública para beneficio de algunos. Seguir pagando más sueldos para engordar las oficinas públicas. Seguir manteniendo una división territorial que sirve para asegurar un sueldo privilegiado a 19 intendentes y alcaldes, y privilegios para ediles y concejales, es insustentable para un país despoblado de
176.215 km². Todos dependientes de algún hueso del gobierno central, e inversiones para pocos empleos privados permanentes.
El frenteamplismo produjo un sistema penal de super-fiscales sin capacidad de estudiar, elevar a juicio, que requiere recursos de primer mundo en un presupuesto del tercero. El juicio por jurado brilla por su ausencia. La solución a un código vetusto amoldado a la realidad país, fue tirar a la papelera el Código Penal, convertir a los jueces en homologadores de una negociación “trucha” de penas, que disminuyó el riesgo del “trabajo” del delincuente e condena y aumento su rentabilidad.
El sistema de salud estatizado por Olesker exterminó lo que quedaba del mutualismo. El trasiego de pacientes en procura de mejor atención no bajó el costo presupuestal ni mejoró salud pública. Todo sigue desfinanciado pese al impuesto del FONASA.
La seguridad social sumó el costo del MIDES al ya insoportable del BPS. Para aliviarlo se aprobó una reforma para dentro de 30 años, que no revisa el exponencial gasto a activos. En un mundo que no soporta más jubilados, los cambios tecnológicos, el trabajo remoto y virtual, seguirán acreciendo su voluminosa desfinanciación. Las aplicaciones informáticas superan tributos y burócratas. Un sistema elefantiásico alimentado a endeudamiento e inflación, también obligado a resucitar en cuatro meses a las Cajas Paraestatales. Por seis períodos de gobierno cargará más gasto público, deudas de no cotizantes, desempleados, y el impacto en la disminución recaudatoria de la tecnología que depura ineficiencia. Profesionales universitarios que no encuentran trabajo y emigran. La Universidad autogobernada por la izquierda produjo el inevitable desenlace. En plena decadencia educativa, demanda cada vez más recursos del bolsillo privado, para expeler profesionales innecesarios, frustrados, desocupados, protestantes eternos, o “for export”.
El FAPIT curtido de perder plebiscitos, recita mil veces la guerra de las utopías, sentar a “todos” en una inoperante mesa corporativa, para seguir frenando imprescindibles cambios “nacionales”. Gatopardismo que le conviene a su burocracia en una sociedad anestesiada, que prefiere debatir a resolver realidades que la van carcomiendo.
Procrastinar da vida a más candidatos “solucionadores” de la nada misma. Fortalecer equivocadamente al estatismo stalinista que hace más de 90 años implosionó, y sigue esclavizando. Una franquicia que venden corruptos como tantos presidentes latinoamericanos, tiranos como Chávez, Maduro, y Ortega, y populistas de baja laya, con y sin condena pendiente.
Hacer diagnóstico desde el lugar del que no sufre genera una rebeldía que se expresa votando extremos. Desinteresa de los cambios que lleva adelante el gobierno. Asume que los más infelices nunca van a cambiar. Votan, o se anulan el voto, con la bronca de pensar que todos son iguales. El imperfecto sistema político no es el catalizador entre la anomia y el totalitarismo.
Si el sistema no es capaz de persuadir mayoritariamente a quienes no creen en la política seguramente no tiene un porvenir de libertad republicana.
La pregunta es ¿quién quiere pasar a la mejor historia?