El sistema socialista pergeñado por Marx, previo al comunismo, actúa destruyendo la
racionalidad y generando ambigüedad. Destruye valores sobre los que hemos asentado nuestro crecimiento solidario.
Uno de ellos es la educación pública, en la que se ha consolidado la imposición
excluyente de las ideas marxistas. Aplicar la dialéctica a la realidad de una sociedad destruye la racionalidad. La antítesis de la tesis contrapuesta multiplica militantes
enemigos del sistema. La razón, la ética y la moral pierden todo valor. Evaluar
críticamente los resultados expondría el estado de descomposición al que la están arrastrando.
Desde los escombros de la convivencia social libre, imponen una casta, una
superestructura que únicamente puede ser destruida por otra aplicación antitética
violenta. Así, hasta sus últimas consecuencias, demuelen con la utopía del “hombre
nuevo”, quitándole los valores positivos que llaman “debilidad” para convertirlo en un mero engranaje del sistema.
Los inmorales carroñeros que se benefician durante este proceso los alientan y
financian. Lucran sobre los restos de una sociedad agotada y vaciada de racionalidad.
El problema no es con el capitalismo, que en definitiva es ahorro individual; es contra la libertad para realizar el proyecto de vida independiente de quien mande. Es contra la convivencia pacífica, con ser libre para pensar y tener posibilidad de ascenso social. Es ser honrado consigo mismo y con los demás.
El marxismo funciona como una marabunta, destruyendo todo a su paso. Multiplica
inválidos de la sociedad precedente para aplicar el dominio absoluto que impida pensar en lo que fue mejor. Destruye la rebeldía contra la mafia totalitaria que busca
consolidarse.
Fidel Castro intentó convencer a la científica Hilda Molina de leer a Gramsci para
convalidar su revolución marxista, la cual vendió como liberadora del pueblo cubano y convirtió en la antítesis: mendiga adentro, mendiga afuera.
Siguiendo a Gramsci, la hegemonía cultural le confiere control sobre la sociedad,
multiplicando los antivalores que se profesan.
Es así como se ha infiltrado en la educación, especialmente en la universitaria.
El marxismo ha hecho de la Universidad un reducto inexpugnable. La ha utilizado como polvorín y para la formación de cuadros militantes. Escudados en la libertad de cátedra, han construido un coto cerrado que justamente expulsa a la libertad. Unos pocos gramscianos graduados en marxismo aplicado la dominan.
Los representantes electos, periodistas y buena parte de las organizaciones apoyan o
toleran esta forma de control, que paradójicamente llaman “autonomía”. Cultivan
intereses pedagógicos excluyentes. El resultado es el paupérrimo nivel de conocimiento aplicado a nivel nacional.
Al daño del retroceso formativo que le están infligiendo a la sociedad, le suman el
desperdicio de recursos que afectan a aquellos que nunca tendrán la oportunidad de
alcanzar un nivel terciario. Engañan diciendo que se está educando, cuando en realidad están hundiendo en la ignorancia, sumisión y pobreza.
Con el discurso de una educación universalista, están fraguando profesionales inútiles, estudiantes incompletos, analfabetos tecnológicos frustrados en alcanzar el
entrenamiento para progresar.
En nuestra Universidad pública existe un descalabro económico y pedagógico, antítesis de la popularización de la educación. Gasto inverso a la calidad educativa y al perfeccionamiento estudiantil.
La universidad pública, ocupada por sindicalistas, reclama más recursos a todos los
uruguayos. No hay límite de reprobación ni de costo temporal educativo. Nada de
inversión; es directamente un gasto que paga Juan Pueblo para formar excelentes…
manifestantes.
El “cogobierno” infiltrado cambió la universidad de excelencia que algunos aún
recuerdan, que devolvía profesionales técnicamente exigentes y solidarios, por esta
triste realidad.
Un frustrante y eterno proceso educativo público desvía al sector privado a quienes
evitan ser estudiantes viejos o padecer a eternos sindicalistas.
Quienes pueden llegar a la Universidad no arancelada no son pobres. El examen de
ingreso daría cuenta del esfuerzo razonable que trasladan al resto de la sociedad.
Esfuerzo económico que beneficia también, sin obligación académica alguna ni prueba de suficiencia, a extranjeros que lucran con nuestro gasto educativo.
La universidad estatal ha decidido que la autonomía universitaria de cátedra incluye
autonomía presupuestaria, el derecho a no ser auditado en cuanto al gasto ni a la
gestión, salvo por la casta. Impunidad garantizada de recursos para militantes
ideológicos. Los trapos sucios se ocultan “en casa”.
Nada aumenta más la grieta social que la educación estatal, que hace 50 años era muy superior y preferida a la privada.
Se les hace creer a sus egresados que aprendieron y saben. Nada raro en un país donde hay docentes grado 5 sin título alguno.
La estafa mayor, la mentira más perversa, el engaño más dañino es hacer creer
masivamente a los jóvenes y a la sociedad que se los está educando para que puedan ascender en la escala socioeconómica de un mundo tecnológico que los considera analfabetos.
Un crimen contra el futuro colectivo, necesitado de formación especializada.
Contra ese crimen, la marabunta marxista no hace ninguna marcha.
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