«Nacemos gritando gol»: cómo Uruguay, un país pequeño y poco poblado, se convirtió en una fábrica de futbolistas de exportación

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CNN Español – Por Ángela Reyes HaczekDarío Klein

«Todos los uruguayos nacemos gritando gol y por eso hay tanto ruido en las maternidades, hay un estrépito tremendo». Estas conocidas palabras de Eduardo Galeano resumen la cultura futbolística que ha hecho de un país de unos pocos millones de habitantes una verdadera cantera de estrellas. Pero no cuentan la historia completa: detrás del éxito también hay una estructura feroz que vuelve a los niños altamente competitivos desde pequeños. Una estructura que permite identificar a los próximos Luis Suárez, Federico Valverde o Darwin Núñez… y que también deja a miles por el camino con cicatrices invisibles.


El «maestro» Tabárez —el extécnico de la selección uruguaya y exprofesor de escuela que educó a generaciones de jugadores e hinchas con una particular filosofía de «el camino es la recompensa»— explicó años atrás en una entrevista con CNN en Español el factor que a su juicio vuelve a Uruguay un caso tan singular. «Este es uno de los países de mayor cultura futbolística del mundo que hay. Y yo defino la cultura futbolística como que los pobladores de ese país tienen al fútbol como una de las cosas importantes en su vida. Y no solo los aficionados: las amas de casa, las abuelitas», dijo poco antes del mundial de 2010.

Han corrido ríos de tinta sobre la pasión de los uruguayos por el fútbol. Si vives en Uruguay o visitas el país, ni siquiera necesitas leer: basta con una recorrida por Montevideo para advertir la omnipresencia de la pelota redonda en el asfalto, el pasto y la arena.

El entusiasmo alcanza su punto culmen en época de Mundial —el primero de los cuales Uruguay organizó y ganó en 1930—, cuando a la pasión por la pelota se le suma la pasión por la celeste. Alcanzan cuatro versos de Jaime Roos, uno de los grandes de la música nacional, para ilustrarlo: cuando juega Uruguay corren tres millones/ Corren las agujas, corre el corazón/ Corre el mundo y gira el balón/ Corre el pingo de la ilusión.

Para niños, pero no recreativo: así es la «industria» del fútbol infantil en Uruguay

Pero no se trata solo de una pasión compartida por tres millones de personas. Para nada. Uruguay cuenta con una sólida estructura que organiza el fútbol infantil y que, según varios expertos consultados por CNN en Español, explica el surgimiento de estrellas que antes de aprender a dividir ya se perfilan como profesionales de exportación.

Ante todo, las cifras, que hablan por sí mismas: más de 65.000 niños de todo el país, es decir casi cuatro de cada 10 varones de entre seis y 13 años, juegan campeonatos organizados en el llamado «baby fútbol.

Hace más de medio siglo, en 1968, se creó en Uruguay la Comisión Nacional de Baby Fútbol, un órgano rector del fútbol de los más pequeños que desde el año 2000 se conoce como Organización Nacional de Fútbol Infantil (ONFI).

Hay una estructura piramidal que fomenta desde temprano una competencia que, según su director Eduardo Mosegui, es el diferencial del fútbol uruguayo. «El fútbol infantil es competitivo desde el momento que comienza. Tiene muy poco de carácter recreativo como otras disciplinas», dijo a CNN. Y esto hace que, en su visión, desde muy jóvenes los jugadores sepan enfrentarse a situaciones complejas y avanzar.

Y además los niños aprenden a competir con las reglas de la FIFA. A los pequeños de cuatro o cinco años ya les empiezan a enseñar las mismas normas que rigen el fútbol profesional, según Mosegui, con lo que logran un bagaje de conocimientos y experiencia desde temprana edad.

En un país que tiene una décima parte del territorio de México y 40 veces menos población, hay unos 600 clubes de niños y la estructura «llega a todas las localidades, de las más grandes a las más pequeñas», dice Mosegui. «A veces hay lugares donde no hay servicios públicos, pero sí hay un club de fútbol infantil», resume.

La estructura combina, acaso como una industria, la participación público-privada: los clubes y ligas tienen autonomía, pero a su vez hay una línea de trabajo que depende del Gobierno nacional.

«Nosotros creemos mucho en la institución de fútbol. En otros lugares se apuesta mucho a la academia, las escuelitas, la formación técnica. Nosotros creemos que acá se apuesta al club, se apuesta a las competencias, se apuesta a la identidad», agrega.

Uruguay no puede dejar escapar ni a uno

Y entonces los niños se vuelven deportivamente combativos. En Uruguay está arraigada la idea de que hay que ganar, explica a CNN el periodista deportivo Ricardo Piñeyrúa.

«Y entonces el baby fútbol es contradictorio porque desde el punto de vista docente uno diría ‘no puede ser porque le gritan a los chiquilines, los dirigen mal, los obligan a reventar la pelota porque lo que importa es ganar’ pero también allí hay como un componente de combatividad desde que empiezan a jugar al fútbol», dice.

El talento se forma y se muestra. Pierre Sarratía, de las formativas del Club Nacional de Football, uno de los dos equipos más populares del país, explica que desde muy temprano a partir de la organización de las competencias se arman selecciones y «en estas selecciones hay siempre ojeadores de clubes de Montevideo o también contratistas que con esto se ganan la vida».

«Y luego son como los barcos que arrastran todo en el fondo del mar. No hay futbolista que pase a través de estas mallas. Arrastran todo. Hay pocas posibilidades que un chico en Uruguay no salga si es bueno».

Sarratía, francés, explica que los uruguayos también saben que, como son apenas tres millones, «no tienen derecho de dejar escapar gente». Si hay un talento, hay que reclutarlo.

Algo similar dijo a CNN Roque Máspoli, el portero excampeón del Mundo en el “Maracanazo” de 1950, poco antes de morir en 2004: “Solo Argentina tiene una red de fútbol infantil tan amplia como la uruguaya. Desde niños juegan campeonatos. Eso hace que en Uruguay no se escape casi ningún talento”.

No todo lo que brilla es oro: la «infancias hipotecadas por una esperanza»

Visto de afuera, esta estructura puede parecer una mina de oro. Pero no lo es para todos. Ni siquiera para la mayoría.

Detrás del deseo de los padres de que el hijo se vuelva un prodigio del fútbol hay, por supuesto, una cuestión económica más allá del amor por la pelota. «El fútbol es como una zanahoria, que si la persiguen van a conseguir posición económica y social», explica Piñeyrúa, lo que hace que los uruguayos, les vaya bien o no, den la pelea por hacer carrera.

Pero la amplia mayoría se queda por el camino. De hecho, según las estadísticas que maneja el periodista Jorge Señorans en el libro La cara oculta del baby fútbol, solo el 0,14% “se salva económicamente”.

El resto se queda al margen, con infancias «hipotecadas por una esperanza».

«Es muy probable que si al chiquilín lo embalan o lo entusiasman con la posibilidad de que sea jugador profesional, venga y te diga a vos mamá: ‘Yo no quiero estudiar más, porque voy a jugar al fútbol, voy a ser jugador de fútbol’. ¿Con qué das marcha atrás ahí? Hay familias que de pronto se imponen y la madre dice: ‘No, esto no lo negociamos, el estudio no’, pero hay otras que de pronto no tienen la preparación o los medios suficientes para tratar de inculcarle al chiquilín que la actividad paralela del fútbol tiene que ser acompasada con un estudio, entonces el chiquilín deja de estudiar, pero no llega y después tiene que salir a afrontar la vida sin una preparación adecuada. Eso se da en muchísimos casos», explicó en una entrevista con el programa En Perspectiva tras el lanzamiento del libro.

Esta es apenas una de las múltiples amenazas del baby fútbol, que es tal vez el secreto mejor guardado del fútbol uruguayo. Pero no impide, por supuesto, que decenas de miles se calcen los botines cada fin de semana, con el sueño de llegar a lo más alto del firmamento de los astros y tratar de agregar una estrella más a la camiseta de Uruguay, como as de mejor del mundo en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928 y en los Mundiales de 1930 y 1950.

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