¿NADIE ES DE DERECHA…? Por Daniel García

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De los lejanos tiempos de la Revolución Francesa hemos encasillado las ideas políticas en izquierda y derecha, como forma de simplificar rápidamente las tendencias ideológicas o filosóficas.

 Algunos manifiestan que actualmente que no hay más ideologías, cosa que no me queda clara, ya que cada postura en los diferentes asuntos de la política, la economía o la visión de la sociedad sigue anunciando cual es nuestra posición.

Los tiempos llamados de lo “políticamente correcto”, nos colocan en una encrucijada cuando debemos definirnos en algunos temas, cual es el rol del estado, si está bien privatizar, si hay que disminuir la injerencia estatal, si debemos establecer planes de asistencia a los más necesitados en forma permanente, si debemos estar a favor del aborto, de la ideología de género, seguir y apoyar las agendas globalistas y un extenso etc.

Todos asuntos polémicos, de mucha rispidez y de los cuales tantas veces no se quiere hablar, o se hace muy mal y parcialmente.

Recientemente hemos escuchado por ejemplo, al Sr. Álvaro Delgado, uno de los potenciales candidatos del Partido Nacional, que declara y aclara, que él no representa ni se siente de derecha.

Asimismo, surge un nuevo espacio político en el propio Parido Nacional, llamado D. Centro, en el cual varias figuras se identifican con esa posición, apoyando al Sr. Álvaro Delgado también, con la novedad de incorporar a la Sra. Valeria Ripoll, una sindicalista claramente identificada hasta ahora con el mismo FAPITCNT.

Primera conclusión, si alguien que viene de filas de la izquierda, asume clara identidad con quien ocupa el cargo de subsecretario de la presidencia, candidato cantado a ser postulado a la presidencia, es muy claro que existe una cercanía ideológica, una similar visión que le permite sumarse sin críticas a ese espacio.

Sin embargo, algo seguro les haga ruido a muchos. El FAPITCNT cataloga al Sr. Delgado como de derecha, como a la Sra. vicepresidente ¿Entonces?

Sucede que, para la izquierda, cualquiera que no asuma sus postulados, comparta su filosofía, se identifique y defienda claramente sus ideas, se convierte automáticamente en rival y pasa a ser de derecha, en términos marxistas, es un “enemigo de clase”, cosa que muchos no comprenden e intentan coquetear igual. Se acuerdan, “los tontos útiles”.

Un adversario, que los que están del otro lado, muchas veces les cuesta identificar y cometen el error de querer aliarse de alguna forma, a sus posiciones, que piensan, los harán potables a sus adversarios, políticamente más correctos o ganarán alguna porción del electorado de ese lado.

Error, mil veces error, malas noticias para ellos, tomo una frase del periodista Federico Leicht, quien explica esto y lo define con clara contundencia, “la gente quiere el original y no una izquierda con desodorante”.

Mensaje: dejen de especular y querer quedar bien, el ciudadano espera otra cosa, cualquier encuesta define lo que la gente quiere escuchar, llamar a las cosas por su nombre, blanco es blanco, negro es negro. Apostar al gris es evadir la definición que esperan algunos momentos claves de la historia.

Además, podemos visualizar, una pérdida de identidad de algunos partidos, cuando se suman a consignas ajenas a sus historias, principios y valores que han sostenido en su existencia.

No veo a un Aparicio Saravia, Herrera o Leandro Gómez, cercanos a defender o embanderarse con la ideología de género o sumarse mansamente a consignas globalistas ajenas al sentir y destructivas de lo nacional.

Al partido “defensor de las leyes”, que sin embargo pasivamente asiste a su violación constante, como sucede con la Ley de Caducidad.

Tampoco a ningún Batlle, Pacheco o Rivera, fomentar programas de sexualidad en alternativas aberrantes para niños.

Lo interesante de este debate, es poder desentrañar, cual es la razón por la cual una ideología como es la izquierda y su proyecto comuno – socialista, con tantos fracasos en sus diferentes experiencias prácticas, aún continúa seduciendo a tantos.

Esa idea de prometer igualdad, desterrar la pobreza o hacerle creer a muchos, de una supuesta defensa de los trabajadores y el aumento de sus derechos, han sido motores para generar un cierto mesianismo que portan sus defensores.

Miles de ciudadanos han comprendido esto y reclaman al sistema político, que se pongan en práctica otras ideas, basta ver lo que sucede en Argentina y las expectativas que se generan con un discurso, que más allá de su estilo, remueve temas y problemas realmente acuciantes, “el gato arriba de la mesa”.

La Coalición resulta ganadora a partir de que la mayoría se vio comprendida en revitalizar varias expectativas que los gobiernos de izquierda no supieron cumplir.

Pero en un juego donde ocupar y ganar espacios asegura la posibilidad de imponer ideas y visiones, así como que las personas idóneas y afines a nuestras posturas, asuman las responsabilidades inherentes a la conducción, que lleven a cabo las propuestas votadas, siendo ese el núcleo medular del sistema y allí es donde detectamos alejamientos de lo esperado.

Las prometidas auditorias, que desnudarían una gestión corrupta en tantos lugares, la permanencia de militantes en puestos claves de toda la administración, aseguran un candado, inmovilidad y cuestionamiento permanente a cualquier intento de reforma, cambio o mejora de gestión.

Una cosa es ejercer el gobierno y otra es tener el poder, el que muchas veces lo maneja hábilmente el FAPIT, o los fiscales politizados, por ejemplo, haciendo con sus fallos un verdadero bastión inexpugnable, donde juega el atropello.

El poder desmedido de los sindicatos que paran, ocupan o disponen de bienes del estado a su antojo, dejando la sensación que las verdaderas y legítimas autoridades no son capaces de ejercer su función a pleno, representan algo de las cosas a que nos referimos.

La reciente votación de una ley que permita reparar a las familias afectadas ´por el accionar de los terroristas de los años sesenta y setenta, llega cincuenta años tarde.

Una irreductible posición en contra de toda la izquierda, quien evidencia su falta de autocrítica, pero más que nada, reafirma su acuerdo de lo realizado por todos los movimientos terroristas, a quienes ha defendido y justificado, así como cobijado en sus filas.

Pero, lo que no deberíamos esperar, es que miembros de la misma coalición o legisladores de partidos tradicionales, hayan dudado, cuestionado y negado su voto a una reparación que no admite dos opiniones.

¿Y por qué? ¿Consideran que no corresponde? Porque muchos votaron las reparaciones, indemnizaciones y demás contemplaciones a quienes formando parte de grupos terroristas atentaron contra las instituciones y la democracia y no los vimos discurseando para dar su voto, lo dieron y punto.

¿Piensan que, si votaban esto, son de derecha? ¿O es que quieren ser “políticamente correctos?

Difícil dar una respuesta, ya que ¡todo puede ser!

Hoy nadie se quiere identificar con una supuesta “derecha”, es como una marca diabólica identificarse con tal postura, lo vemos hasta con aquellos que la misma izquierda identifica como tales y que éstos intentan demostrar que no lo son.

No hay otra explicación para entender esto, que saber, que una profunda y verdadera “revolución y hegemonía cultural”, ha invadido todos los ámbitos de discusión, haciendo creer, que solo algunas opiniones, catalogadas como “progresistas”, son las válidas y oponerse o cuestionarlas, es de “derecha o fascista”.

Se percibe que existe una tendencia en muchos lugares, de corrientes de opinión que se traducen en candidatos y propuestas de gobierno, que intentan oponerse a mandatos globales como la Agenda 2030 y sus contenidos.

Hay reacciones a una sumisión cultural que pretende hegemonizar visiones que son perjudiciales para la sociedad, que atentan contra valores sustento de nuestra civilización, que han sido elaborados por acuerdos entre élites del poder mundial que cuentan y despliegan millonarios recursos para imponerse.

Que, para ser detectados, solo basta leer y escuchar que a todos quienes se les opongan, denuncien o alerten sobre sus propósitos, serán reaccionarios, de derecha o de ultraderecha y pasarán a cargar con una etiqueta que todos buscan sacudirse de encima.

Lo vemos permanentemente en los diferentes medios cuando nombran a aquellos partidos o candidatos que se salen del discurso “políticamente correcto”, rápidamente son colocados en esos casilleros “descalificadores”.

Es una batalla cultural que la izquierda ha sabido imponer globalmente, hábilmente han formado intelectuales, comunicadores, agentes culturales, que portan un mensaje que ha ocupado espacios de múltiples actividades, por lo que se puede ser y pensar de diferentes formas, menos ser de derecha.

Desde aquí, no renegamos ni ocultamos que tenemos una visión de derecha, que es necesario dar un combate cultural, que comprende defender el concepto de familia, denunciar los poderes globales que pretenden imponer una visión contraria a nuestra identidad, rescatando los valores y tradiciones que construyeron nuestra Nación.

Que el rol del Estado debe cambiar para ser un aliado del ciudadano y no una carga que resulta ya insoportable, porque además no cumple su misión.

No debemos renegar ni reconocer, que nuestros valores son los de la Civilización Occidental y Cristiana, aunque a tantos les disguste que se nombren o escriban, única forma de recuperar y volver a los caminos verdaderos y seguros.

Sabemos de lo polémico que puede ser un asunto como el que tratamos aquí, pero entiendo necesario plantearlo en discusión, aunque sea para saber en definitiva si, ¿nadie es de derecha?

Daniel García

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