Nostradamus ya hablaba de los túneles en Maldonado

Martin Ferrario. Gestor Cultural - Investigador.

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Por Martín Ferrario

Cuando imaginábamos que las teorías conspiranoicas (simpática mezcla de conspiración y paranoia) eran ajenas a nuestras tierras, el fragor popular, cada cierto tiempo, vuelve a reflotar viejas leyendas.

Este es el caso de la existencia de los populares túneles coloniales, que permanecen ocultos debajo de la capital del Departamento de Maldonado. Esta idea, con los años, ha calado hondo en el imaginario colectivo fernandino, y se aduce una campaña para mantenerlos en las sombras (cosa lógica para un túnel).

Pero, ¿qué hay de cierto en esta afirmación? Podríamos aventurarnos a afirmar que nada, no por un simple capricho, o porque no nos seduzca la idea de un pasado oculto bajo las calles de una de las ciudades con más protagonismo en la historia de la costa de este país, sino porque las evidencias históricas, los estudios realizados y la lógica aplicada así lo indican.

Comencemos por las evidencias históricas: en el período colonial, San Fernando de Maldonado no fue una ciudad fortificada, como si lo fueran San Felipe y Santiago de Montevideo y la Colonia del Sacramento. A pesar de ser un enclave estratégico, a nivel de fortificaciones militares sólo contaba con las baterías de la costa, las de isla de Maldonado (hoy conocida como Gorriti), el Cuartel de Dragones, y una atalaya de observación nominada Torre del Vigía.

Con respecto a las baterías, como la mayoría de las construcciones militares fernandinas, tuvieron un comienzo precario, allá por 1764. Posteriormente, en 1796, el Virrey Don Pedro Melo de Portugal y Villenas, ante el temor de un eventual enfrentamiento bélico con Inglaterra, encomienda a Rafael Pérez del Puerto aumentar y mejorar la situación de las baterías existentes. Eran tres emplazamientos de baterías en la costa, y cuatro en la Isla, que cruzaban fuego entre sí, con el objetivo de frenar el acceso de buques enemigos a la bahía. Pero el temor del Virrey Melo se vio materializado un 29 de octubre de 1806, cuando las tropas inglesas desembarcaron en la playa situada entre la cañada del Molino y Piedras del Chileno, lejos del alcance de las baterías. Acceden por donde probablemente, contemplando la estrategia militar, hubiera sido necesario construir otra batería, que nunca se llevó a cabo.

El Cuartel de Dragones, otro emplazamiento militar de la época colonial, también tuvo un comienzo tortuoso y de modestos recursos. Los primeros emplazamientos de cuarteles datan de principios de la fundación de Maldonado, habiendo sido el primero en 1759, posteriormente de adobe en 1768 y, finalmente el que conocemos hoy, de piedra de sillería, obra que comenzó en 1771 y culminó en 1797, año en que pasó a albergar al cuerpo de Dragones. Como demuestran las fechas, la construcción del último cuartel fue lenta, a la vez que dificultosa, por la carencia de maderas duras para la construcción de umbrales, techos, cumbreras, tirantes, vigas, aberturas y demás. Escaseaban también los picapedreros, poco comunes en la zona, por lo que en 1771 se remitió un presidiario desde Buenos Aires —de profesión albañil— para terminar de cumplir condena sirviendo a las obras reales en la ciudad de Maldonado. Cabe recordar que cuatro años después de culminadas las obras se instaló en el Cuartel de forma provisional la capilla, ya que la existente, ubicada donde hoy se emplaza la comisaría (no en el sitio hoy ocupado por la Catedral), se encontraba en estado ruinoso.

Analicemos ahora la Torre del Vigía, una de las pocas construcciones de la época colonial que continúa en pie. Esta fue construida por orden del Virrey Gabriel de Avilés y Fierro entre 1799 y 1800. Originalmente no estaba revocada, ni contaba con escalera interior, ni poseía la baranda superior que luce hoy en día. Durante las invasiones inglesas, según cuentan las crónicas de la época, los habitantes de Maldonado siguieron los movimientos de las naves británicas, por los comentarios que les hacía el oficial español apostado en lo alto de la torre.

Comencemos a superponer algunos de estos datos, para dar lugar a un posible análisis de la lógica aplicada. Podemos apreciar que la finalización de las principales obras militares de porte culminaron en los últimos años del siglo XVIII, tras haber pasado en sus orígenes por dificultades debido a la escasez de recursos económicos. La construcción de túneles de la envergadura de los que se le adjudican a Maldonado, aparte de acarrear una logística compleja, suponía un muy elevado costo para la Real Hacienda. No podemos dejar de lado las dificultades al momento de la construcción, teniendo en cuenta las atravesadas por el Cuartel de Dragones, con la escasez de maderas (muy necesarias al momento de construir un túnel para apuntalarlo) y de mano de obra capacitada para su realización. Llevamos tres factores: económico, falta de materiales y la tan necesaria mano de obra capacitada. Pero sería muy simplista pensar que esos sean los únicos. Veamos ahora el posible uso práctico de los túneles, uno de los más reiterados trazados es el que vincula la Catedral con la Torre del Vigía. Como referenciamos anteriormente, la torre fue culminada en 1800, 6 años antes de las invasiones inglesas, año en el que la población se agrupó a los pies de esta para seguir el avance de las tropas por el relato del guardia apostado en lo alto, a los pies, no dentro de un túnel que poco práctico hubiera sido para escapar desde ahí hasta la Catedral. Catedral que para esa fecha sólo llevaba 5 años de construcción, y digo sólo 5 años porque la finalización de la obra llevó otros 89. La resistencia a las invasiones se dio en las calles, por la actual calle Pérez del Puerto, por la calle Real (hoy 25 de Mayo) y calle Florida, arterias por las cuales penetró la infantería británica. Las bajas fueron numerosas en ambos bandos. Se luchó desde las azoteas, desde el cuartel, desde el edificio de la Real Hacienda (lugar que hoy ocupa la Jefatura de policía) y desde lo alto del edificio de la iglesia en construcción. Para la noche, la ciudad ya había sido tomada y los vecinos que pudieron huyeron con lo puesto hacia la campaña o a la vecina Villa de San Carlos, sin tener oportunidad de guarecerse o resistir desde túnel alguno.

¿Qué mayor prueba de fuego para tan “estratégicos” pasadizos secretos que una invasión extranjera de ese porte?

Otro interesante factor a tener en cuenta son los períodos de construcción; tanto el Cuartel como la Torre —dos enclaves recurrentes como destino de los túneles— fueron planificados varios años antes del proyecto de construcción de la iglesia en su ubicación actual. Recordemos que esta se alojó en el cuartel apenas fue terminado, y posteriormente volvió a su sitio inmediatamente anterior, donde hoy se encuentra la Jefatura. Por lo que si el túnel comunicase el cuartel con la iglesia, lo haría en esta ubicación antes mencionada, y no en la actual de la Catedral.

Llevamos hasta el momento una somera descripción de las construcciones militares establecidas en la época en que pudieron haber sido construidos los túneles, y su destino. Me enfoco en este período porque después de las invasiones la ciudad quedó diezmada, con un cuartel ruinoso, al igual que las baterías, inutilizadas por los ingleses, por lo que imaginar la construcción de galerías subterráneas ya en esa época sería poco prudente. Más porque la situación económica no lo permitiría, tengamos en cuenta que para 1816 la Torre del Vigía no contaba ni con género para confeccionar la bandera, la que fue encomendada al Cabildo para que la trajera de Buenos Aires. Quedando en claro que abundaba más la miseria, que el dinero.

Ya en la primera mitad del siglo XX, Fernando Capurro hacía un pequeño pasaje sobre el tema de los túneles en su libro San Fernando de Maldonado, “en cuando a los subterráneos, uno de ellos que debía comunicar la casa del Gobernador y de éste al mar, parecería que existe solamente en la leyenda, fueron sin duda proyectados pero no se realizaron; tal fue el resultado de las canalizaciones para las obras de saneamiento precisamente en toda la zona central de la plaza, no habiéndose encontrado rastros de ninguna especie de obra subterránea.”
Hasta el Prof. Mazzoni, gran promotor de esta idea, terminó sentenciando: “Es por lo tanto posible afirmar, como cierto que los subterráneos de Maldonado sólo existen en sus entradas sin haber sido jamás excavados…”.

Es interesante y loable que un grupo de vecinos bregue tan vehementemente por recuperar la tradición fernandina, lo preocupante en este caso es que tal ahínco no se haya repartido, siquiera un poco, para con las baterías de la costa o las de la isla, baluartes fehacientemente tangibles (no supuestos) que en los últimos 10 años no han hecho otra cosa que deteriorarse ante los indiferentes ojos de vecinos y autoridades.

No estamos en desacuerdo con que grupos de vecinos traten de preservar la tradición oral del departamento, pero como inmortalizara el tristemente célebre Joseph Goebbels: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. No debemos permitir que las ganas por realizar nuevos descubrimientos nos lleven a incurrir en errores históricos y mucho menos aducir teorías conspirativas para justificar nuestras ideas.

Tras esta pequeña recopilación de hechos históricos fernandinos podemos sentenciar que, así como, Hitler no estaría todavía con vida viviendo en Argentina, el hombre efectivamente habría llegado a la luna en 1972 y no habría sido filmado en un estudio, Walt Disney no estaría congelado esperando se encuentre una cura para su enfermedad, Paul McCartney no habría muerto y sido reemplazado por un doble, los túneles subterráneos que interconecta la ciudad de Maldonado no son tales, existiendo sí construcciones subterráneas atribuidas a otros fines pero no una red de escape que el gobierno o la sociedad estén tratando de ocultar.

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