“Lycurgo estaba persuadido que, toda especie de gobierno simple y constituida sobre una sola autoridad, era peligrosa, por degenerar prontamente en el vicio familiar y consiguiente a su naturaleza. A la manera que el orín en el hierro, la polilla y la carcoma en la madera, son pestes connaturales, que, sin necesidad de otros males exteriores, corroen estos cuerpos porque fomentan en sí mismos la causa de su destrucción. Del mismo modo cada especie de gobierno alimenta dentro de sí, un cierto vicio que es la causa de su ruina”. Así lo describió Polibio, historiador, sociólogo, político y militar, 200 años antes de Cristo: “…el reino se pierde por la tiranía, la aristocracia por la oligarquía y la democracia por el poder desenfrenado y violento de las masas”. Partiendo de las ideas de Aristóteles, y su estudio de Roma, Polibio elaboró una clasificación de las formas de gobierno que se había dado la humanidad, y sus posibles degradaciones de acuerdo con las estructuras de poder. Al referirse a la democracia como forma de gobierno señala que las decisiones de gobierno son tomadas por el pueblo (ciudadanos) que legitima al gobernante (la representación mediante la elección).
POLIBIO, describe un Ciclo (ANACICLOSIS) en seis fases, divididas en tres pares sucesivos y antitéticos: Reino-Tiranía; Aristocracia-Oligarquía y Democracia-Oclocracia, que se inicia con la MONARQUÍA, como el Gobierno de uno solo, el Gobierno del «Brazo Fuerte» que ha surgido del Caos en que, por efecto del fin del Ciclo anterior (la Oclocracia), en que se ha sumido el grupo social. La inicial Monarquía, al institucionalizarse y desconcentrarse, se convierte en el REINO. El Reino, en manos de los sucesores de aquél «Brazo Fuerte», pronto degenera en TIRANÍA, que será seguida del Gobierno de la ARISTOCRACIA, de una Aristocracia virtuosa, que ha vencido al Tirano y que, a su vez, pronto se corrompe y degrada a OLIGARQUÍA. Oligarquía, frente a cuyos excesos se levantará el Pueblo, expulsando del Gobierno a los oligarcas, e instaurando la DEMOCRACIA. Democracia que degenera, en una sexta fase, en el peor régimen: La OCLOCRACIA (el POPULISMO, del Siglo XXI, que puede pretender ser tanto de «izquierdas» como de «derechas»), que desembocará en el Caos, de donde solo se saldrá con la llegada del «Brazo Fuerte», del «hombre providencial», que de nuevo iniciará el ciclo desde su punto de partida, la Monarquía. La Anaciclosis describe una sucesión cíclica de regímenes políticos, basándose en los hechos históricos, para afirmar que todo régimen político tiende a degenerar. Polibio lo comprueba respecto al Imperio Griego (ciclo que ve finalizar), y previene para el Imperio Romano (nuevo ciclo iniciado), todos los Regímenes políticos acaban sumiéndose en el Caos.
Lo más interesante del planteamiento de Polibio en nuestros días, es el concepto de oclocracia que sería la degeneración de la democracia, cuando las decisiones no las toma el pueblo sino la muchedumbre, como multitud de personas. La muchedumbre es manipulada por algunos actores, decide sin información suficiente lo que cree que le conviene; sería un régimen en el cual se constata el debilitamiento del liderazgo político, teniendo estos que recoger las sugerencias de la muchedumbre para mantenerse en el poder.
Para Polibio, Los regímenes oclocráticos no representan los intereses del pueblo, los oclócratas no buscan el bien común, sino que tratan de mantener el poder a través de la legitimidad obtenida por medio de la manipulación de los sectores más ignorantes de la sociedad. La oclocracia es consecuencia de la demagogia y fruto de las emociones irracionales con las que el gobernante trata de incidir en las decisiones de los ciudadanos. La oclocracia se nutre de los prejuicios, de las ilusiones, y reivindicaciones. Los oclócratas requieren, para conseguir sus objetivos, del control de los medios educativos y de comunicación: la oclocracia produce una falsa ilusión de que el régimen obedece a la voluntad popular, sin que los ciudadanos comprendan que dicha voluntad, si proviene de la desinformación, no existe. La democracia requiere del conocimiento: la oclocracia se nutre del rencor y la ignorancia.
La oclocracia se caracteriza por tres fenómenos: primero, un tipo específico de violencia denominado desde la antigüedad “hybris”, caracterizado por una violencia específica. En segundo lugar, la ilegalidad o “paronimia” que se asienta sobre la violación reiterada de la ley y su consecuente neutralización de la justicia. Por último, lo que clásicamente se ha denominado la “tiranía de la mayoría”, que pretende sustituir la democracia representativa mediante un sistema plebiscitario. En los sistemas democráticos representativos, las elecciones son el mecanismo central de la toma de decisiones políticas. La oclocracia se inicia cuando los votantes están cada vez más escépticos sobre la efectividad de la democracia y su capacidad para ser representados pertinentemente, debido a que los sistemas democráticos han postergado a un grupo social cada vez más amplio de ciudadanos que carecen de conocimiento político. Desde el desconocimiento de lo político, de la falta de saber cómo funcionan los sistemas políticos y los regímenes de gobierno, surgen el rencor y la ignorancia, lo que lleva a una supuesta voluntad popular que no busca sino satisfacer los deseos de quien la manipula; que no razona, que se deja guiar al abismo, de una nación que no sabe mirar al futuro. Para el filósofo escocés James Mackintosh, en su “Vindiciae Gallicae”, la oclocracia es la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo.
Nuestra democracia se ha visto desacreditada y cuestionada, la clase escogida para gobernar en los últimos 70 años, con la misión de representar, construir y mejorar nuestra república, ha caído en el dilema del mantenimiento de la organización misma, su supervivencia en cuanto a organización y, con ello, la salvaguarda de las relaciones de poder existentes, perdiendo el papel de mediador, de procuradores de equilibrio ante las demandas muchas veces enfrentadas. Lo anterior, ante los ojos de ciudadanía los ha convertido a todos en cleptócratas, nepotistas y clientelistas. Por consiguiente, se despertó el instinto básico de poder de la naturaleza humana, una última línea de defensa, alimentar mediante promesas etéreas a la ciudadanía, apelando a los instintos, a las profundidades de la naturaleza.
Estamos en la oclocracia, cuando el que gobierna no puede gobernar porque la minoría asume el rol de oposición intransigente, que impide cumplir con lo que votó la mayoría. Cuando la sociedad está dividida en partes iguales irreconciliables, y una utiliza vías violentas: paros para impedir, docentes para formar combatientes, derechos nuevos para imponer consignas disolventes. Cuando la minoría no presenta propuestas mejoradoras, frustra cambios, altera el funcionamiento democrático, se trasmuta de minoría cogobernante en oposición intransigente, anteponiendo el poder al destino social. Cuando se desnudan hechos de corrupción política, pero se construye una valla infranqueable a la justicia consagrando impunidad; cuando ni en pandemia se actúa en consonancia con el desafió para desacreditar al gobierno; cuando se utiliza la mayoría absoluta para introducir cambios inconstitucionales en la Justicia; se da poder a personajes ideologizados, se destruye la independencia técnica, y se la especializa para consagrar venganza. Cuando la anarquía destruye la economía y campea la corrupción cómplice con totalitarismos foráneos, y se ofrece repetirlo en un próximo gobierno. Cuando el sindicalismo es un brazo violento en contra del trabajador, y arma un relato para camuflarlo en una utopía probadamente fracasada, en contra de la vida de la gente. Cuando se avanza sobre la educación como herramienta disgregante y conflictiva de la sociedad, poniéndola al servicio de la captación ideológica; sustituyendo al gobierno por una mafia sindical. Cuando se quieren preservar privilegios, prebendas, e impunidad por afinidad ideológica. Cuando se resuelve que se opondrán a todo, sujetándolo al cálculo electoral. Cuando se utiliza la inteligencia política para extorsionar, paralizar al gobierno, se canjean “muertos en el placard” para encubrir la responsabilidad penal y la condigna sanción política. Cuando se apoyan acciones antidemocráticas, relatos de respeto a derechos humanos, a gobiernos corruptos que exponen públicamente abusos aberrantes. Cuando se integran foros que promueven la destrucción del sistema que respeta al pueblo, de la libertad y del derecho a rebelarse. Cuando un contubernio internacional que promueve la destrucción de la democracia se integra como participante democrático, y se tolera que oculte arsenales, desarrolle acciones delictivas, einfiltrados sediciosamente en acciones de guerra que luego son amnistiadas. Cuando vamos perdiendo derechos esenciales a una vida democrática a manos de quienes quieren beneficiarse de la oclocracia para construir su autocracia. Cuando se promueve adrede el endeudamiento, la confiscación tributaria, se castiga al más débil con inflación, informalidad y desempleo, para que la desesperación aliente la bronca contra el sistema. Cuando se amenaza con dejar sin efecto las normas que mejoran la calidad de vida de la gente. Cuando se utiliza el género para degenerar la naturaleza, con un relato disolvente de la armonía social. Cuando se considera una virtud que asegura un cargo, adular a una pléyade de los corruptos que quiere eternizarse en una mafia narcoterrorista. Toda nuestra sociedad, deviene “un rebaño de pelotudos”, que expone la decadencia, que festejan desde el séptimo círculo Gramsci, Lenin y Stalin. Castigo a un sistema democrático convertido en tan utópico como venal, usado de trampolín para llegar al poder y eternizarse hasta sucumbir.
La deconstrucción nacional que sembró el terror en los 70, continúa exponiendo sus efectos prostibularios en bandos aparentemente enfrentados, los anarquistas y los comunistas. Todos persiguen los mismos intereses destituyentes. Los apañan, algunos por la violencia, otros por la inoperancia, nostalgias juveniles, o temor. Van a pulverizar la economía, la propiedad, el trabajo, y la educación. Un Estado anómico en posición débil y vulnerable.
Pese a que Polibio vivió hace más de dos mil años, sus observaciones sobre la sociedad y su comportamiento se muestran cercanas. El estudio de los clásicos y de los bienes culturales, es decir, las humanidades continúan teniendo una tarea social y política que cumplir. Los hombres necesitamos construir renovadamente un mundo humano, un mundo que no sea desvirtuado por las luchas de las facciones, que no se vea amenazado por la autodestrucción, un mundo en que tenga cabida la auténtica libertad y no el capricho antojadizo y aventurero. Para ello, necesitamos de una orientación firme que nos señale cuáles son las metas requeridas, y cuáles los medios para alcanzarlas. En otras palabras, nuestra praxis cotidiana tiene que ser iluminada por la teoría, y específicamente por una teoría tal que comprenda cuáles son las exigencias y las condiciones de la acción y de la creación individual libre.
La Historia, desde lejos, enseña que el anarquismo, el socialismo, el fascismo y el comunismo ontológicamente persiguen la destrucción del Estado y sus valores éticos, morales, consagrados al interés colectivo de una sociedad mejor. Tal como lo conciben, en teoría, la democracia y el republicanismo.
Como sostiene en “Fundación” Isaac Asimov, cabe preguntare si lo único posible es acortar el tiempo de permanencia en el Caos, pero no evitarlo.