“4000 años de controles de precios y salarios. Como NO combatir la inflación” fue
escrito en 1979. Es un resumen del fracaso de todos los intentos universales por poner
coto al valor de productos y servicios a lo largo de la historia de la humanidad.
Ya en el código de Hammurabi se fijaron determinados precios, e incluso salarios. En el
antiguo Egipto el precio del grano estaba establecido por el faraón. En Atenas se creó
un cuerpo de inspectores de grano llamados Sitophylakes, cuyo objetivo era determinar
el precio que percibiesen como justo. Y en Roma, el emperador Diocleciano especificó el
precio máximo de determinados bienes. Las doctrinas económicas de Confucio
sostenían que “la interferencia del gobierno es necesaria para que la vida económica y
la competencia sean reducidas al mínimo”.
Todos los intentos regulatorios acabaron fracasando, por grande que fuese la pena
impuesta por violarla, prisión, esclavitud, o incluso la pena de muerte; provocaron
hambrunas, corrieron el comercio, destruyeron la producción y produjeron
desabastecimiento.
Fijar un precio exacto tiene su fundamento en la existencia de un mítico precio
«objetivo», «razonable», «justo». Karl Marx contribuyó al mito del precio objetivo al
afirmar que el valor de un bien dependía de la cantidad de trabajo incorporada en su
producción. La inexistencia de un precio objetivo ya fue advertida, en el siglo XVI, por
los escolásticos de la Escuela de Salamanca, y los economistas modernos, en el siglo XIX,
refutaron definitivamente la teoría marxista del valor-trabajo.
El valor es subjetivo para quien ofrece y quien adquiere, la fijación del precio también lo
es, la idea de «precio excesivo» es un juicio de valor. Las cosas, incluido el trabajo, valen
lo que la oferta y la demanda acuerdan libremente según las circunstancias económicas,
que son miles y variables continuamente. NADIE quiere que el valor de lo que ofrece
sean bienes, servicios o trabajo tengan un precio político administrado a la baja. Pero
los colectivistas han convencido que puede imponérsele a los demás y la fatal
arrogancia política lo sigue haciendo.
El control de precios tiene efectos adicionales dañinos cuando la sociedad sufre el
síndrome del preso in extenso. Busca desesperadamente acopiar, deshacerse de los
pesos devaluados, aprovechar los precios “congelados”. Se multiplica el empleo público
porque la empresa privada pierde valor ajustando la pérdida por el empleo. Es un
espiral destructivo de la confianza para emprender, asumir riesgo, y vivir de la dignidad
de producir, trabajar y comerciar. La actividad privada internaliza, para subsistir, que
debe acomodarse a la corrupción política que concede aleatoriamente privilegios. Así,se multiplica la inoperancia y la ineficiencia. Se va normalizando que desde el gobierno
se dirige la economía, la vida propia y ajena. La corrupción del poder de acomodar a
unos sobre otros se generaliza.
Todos están presos de sostener el sistema porque arraiga el temor a que el cambio a
la libertad es demasiado doloroso.
El «síndrome del preso» es una pérdida de autoestima, del valor de decidir por sí
mismo, de aceptar la libertad como opción para actuar responsable por sí y solidario
con los demás. Se sufre ansiedad, un miedo constante a salir de la situación de estar
controlado, vigilado, preso. Como en el síndrome de Estocolmo los rehenes se sienten
más seguros con sus captores que volviendo a la libertad. Mientras más dure estar
dentro de la cárcel más difícil es volver a incorporarse a la sociedad.
En estos pocos días desde que asumió la presidencia de Argentina Javier Milei, la
preocupación periodística y de la sociedad toda es a cuánto se irían los precios de los
que están presos, en particular el del dólar. No aceptan la realidad de lo que vale cada
cosa. Se engañan en que el valor lo fija el gobierno. Si así fuera, lo óptimo sería que todo
valiera cero por decreto. Mistifican que el gobierno es responsable del poder
adquisitivo. En realidad, atentó contra la producción y generó una artificiosidad maligna
que infló un globo hasta que explotó. Dependen de que los informativos les instruyan
que van a disponer los políticos sobre sus vidas.
No pueden soportar que sean ellos mismos los que decidan si el precio que les ofrecen
es razonable a su economía. Reniegan que la única solución es que no les roben parte
de sus ingresos. Le asignan al político el poder de fijar SU poder adquisitivo. Se “comen
la pastilla” de que éste puede establecer cuánto vale el dólar, cuánto vale el pan, la
leche, o la carne. El síndrome de que dependen del gobierno para vivir. Perdieron el
poder de decidir si lo que les ofrecen tiene un precio razonable por sí mismos. Invierten
que lo que el político les está fijando es en realidad el valor de su salario, de sus
ingresos, de su capacidad de comprar, y les crea, artificiosamente, la imagen de que
“les cuida los precios”, mientras les roba con inflación el poder adquisitivo de la
moneda. Les engaña con que les fija los precios por decreto.
El síndrome queda palmariamente evidente cuando el presidente Milei les hizo una
relación detallada de la herencia catastrófica recibida del gobierno anterior: una hiper
inflación que si no se corrige podría llegar al 15.000 %. Brutal endeudamiento que la
artificiosidad política les robó; sacrificio duro de no aceptar que los precios son
ingobernables, salvo por su propia decisión de valorar lo que les ofrece quien trabaja
para darles lo mejor al mejor precio posible: el que marca el mercado consumidor. Nointernalizan, que el gobierno debe hacer que vuelvan a regirse por la oferta y la
demanda SIN INTERVENCIÓN ALGUNA DEL POLÍTICO GOBERNANTE. Tantas décadas de
sentir que el gobierno podía definir el valor de los bienes y servicios, precios justos,
cuidados, cepos, detracciones, retenciones, compra regulada, prohibiciones, que como
dice el tango… ME QUEDÉ SIN FE.
El argentino no puede salir de la cárcel mental, que en la feria el comerciante sin
intervención alguna fija el precio de los productos que ofrece según el interés y la
capacidad adquisitiva del consumidor. Que el precio administrado por un político
subsidia a los ricos y castiga a los pobres. El dinero que artificialmente se le garantiza
para comprar barato le cuesta carísimo a las clases subsumidas en la pobreza; la
inflación destruye el valor del magro ingreso que consigue. Y destruye al comerciante.
El «control de precios» es la restricción comercial impuesta coactivamente por el
gobernante; el poder de administrar íntegramente los recursos, subsidiando, dando
dádivas, haciendo crecer la nómina del Estado como forma de recompensar servicios
políticos o personales, y colusionar con los privados. El gasto público impúdico fue
crudamente expuesto cuando la exigencia de presencialidad a los funcionarios públicos
llenó las oficinas de los que nunca las pisaban, pero cobraban.
A pesar de que todos disfrutamos las ventajas del capitalismo, de la especialización en
la producción, del comercio, sus virtudes éticas y económicas siguen sin ser entendidas,
o son condenadas por el poder político para dominar. La intervención del mercado es
inmoral porque los precios son fijados coactivamente, violentamente, restringe la
libertad de acción de las personas, abusa de su propiedad privada. Ideas que tienen su
origen en sentimientos, deseos y prejuicios colectivistas, igualitaristas, comunistas, que
destruyeron a quien produce generando desabastecimiento. La riquísima Argentina es
la prueba irrefutable.
Ningún control de precios puede mejorar la economía. Sirve para que los políticos
capturen algunos votos. La ideología que sirve a los especuladores subyace en que el
gobierno aumenta el salario mínimo o fija precios máximos al alquiler de viviendas.
Probadamente restringe o hace desaparecer la oferta. El establecimiento de precios
máximos sólo trae consigo la pérdida de calidad del producto, su escasez, o un precio
mayor en el mercado negro, impide nuevos emprendedores y nuevas inversiones que
hubieran reducido dichos precios. Las empresas privadas evitan arriesgar su propio
dinero
El país caro por distorsión de precios: gasto ineficiente.Lo que está detrás de todas las ficciones políticas de corregir precios y salarios es en
definitiva encubrir el gasto público abusivo, incorregible, y corrupto. Los precios
privados son distorsionados por los precios públicos, por multiplicar impuestos
nacionales, departamentales y regulaciones excesivas que suman costos. Igualan a
todos en el expolio de sostener un Estado abusador. Con tal carga pública,
endeudamiento e inflación, servicios públicos caros, cada vez peores, se traslada ese
costo de ineficiencia a los precios privados. La gente soporta aumentar o mantener
funcionarios innecesarios, inútiles, que hacen al PAIS CARO. Deberíamos entender que
es la receta empobrecedora del estancamiento productivo que viene del gobierno
frentista que propone “mejorar” multiplicándola.
La única forma comprobada de mejorar el poder adquisitivo es que el Estado no recorte
los salarios y jubilaciones cargándolos con impuestos para malgastarlos. Cuando el
gobierno destruye recursos que produce la economía privada está atentando contra la
calidad de vida de los ciudadanos. La felicidad social depende del crecimiento
económico; y el crecimiento económico requiere que no se les robe a quienes trabajan
con un gasto público insoportable. Para salir de la adicción al gasto la única solución es
el sacrificio fiscal y la normalización del valor de los productos, sin subsidios explícitos o
implícitos que benefician a los ricos y oculta la corrupción generalizada.
Un ejemplo rampante del síndrome del preso está en la UDELAR. Solo el 27% de los
estudiantes salvó, al menos, una materia por año, y el resto estuvo al menos un año, o
más, sin lograr aprobar nada, lo que se considera “fracaso académico”. Es un altísimo
costo sobre los precios, que piden más esfuerzo a la sociedad, que no puede reducir la
pobreza.
Lo gratis no existe. Ni precios regalados, ni educación gratuita, ya deberíamos
habernos dado cuenta. Salir de la prisión de la mentira política de que nos va a
mejorar la vida. La vida ayer, hoy y mañana depende únicamente de nuestros
talentos, nuestras virtudes y nuestro esfuerzo. Quienes creen que practican la justicia
social únicamente le han robado el presente a los que trabajan y el futuro a los que
vivirán en una sociedad reprimida, en el carcelaje.