SINDROME DEL PRESO…, Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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“4000 años de controles de precios y salarios. Como NO combatir la inflación” fue

escrito en 1979. Es un resumen del fracaso de todos los intentos universales por poner

coto al valor de productos y servicios a lo largo de la historia de la humanidad.

Ya en el código de Hammurabi se fijaron determinados precios, e incluso salarios. En el

antiguo Egipto el precio del grano estaba establecido por el faraón. En Atenas se creó

un cuerpo de inspectores de grano llamados Sitophylakes, cuyo objetivo era determinar

el precio que percibiesen como justo. Y en Roma, el emperador Diocleciano especificó el

precio máximo de determinados bienes. Las doctrinas económicas de Confucio

sostenían que “la interferencia del gobierno es necesaria para que la vida económica y

la competencia sean reducidas al mínimo”.

Todos los intentos regulatorios acabaron fracasando, por grande que fuese la pena

impuesta por violarla, prisión, esclavitud, o incluso la pena de muerte; provocaron

hambrunas, corrieron el comercio, destruyeron la producción y produjeron

desabastecimiento.

Fijar un precio exacto tiene su fundamento en la existencia de un mítico precio

«objetivo», «razonable», «justo». Karl Marx contribuyó al mito del precio objetivo al

afirmar que el valor de un bien dependía de la cantidad de trabajo incorporada en su

producción. La inexistencia de un precio objetivo ya fue advertida, en el siglo XVI, por

los escolásticos de la Escuela de Salamanca, y los economistas modernos, en el siglo XIX,

refutaron definitivamente la teoría marxista del valor-trabajo.

El valor es subjetivo para quien ofrece y quien adquiere, la fijación del precio también lo

es, la idea de «precio excesivo» es un juicio de valor. Las cosas, incluido el trabajo, valen

lo que la oferta y la demanda acuerdan libremente según las circunstancias económicas,

que son miles y variables continuamente. NADIE quiere que el valor de lo que ofrece

sean bienes, servicios o trabajo tengan un precio político administrado a la baja. Pero

los colectivistas han convencido que puede imponérsele a los demás y la fatal

arrogancia política lo sigue haciendo.

El control de precios tiene efectos adicionales dañinos cuando la sociedad sufre el

síndrome del preso in extenso. Busca desesperadamente acopiar, deshacerse de los

pesos devaluados, aprovechar los precios “congelados”. Se multiplica el empleo público

porque la empresa privada pierde valor ajustando la pérdida por el empleo. Es un

espiral destructivo de la confianza para emprender, asumir riesgo, y vivir de la dignidad

de producir, trabajar y comerciar. La actividad privada internaliza, para subsistir, que

debe acomodarse a la corrupción política que concede aleatoriamente privilegios. Así,se multiplica la inoperancia y la ineficiencia. Se va normalizando que desde el gobierno

se dirige la economía, la vida propia y ajena. La corrupción del poder de acomodar a

unos sobre otros se generaliza.

Todos están presos de sostener el sistema porque arraiga el temor a que el cambio a

la libertad es demasiado doloroso.

El «síndrome del preso» es una pérdida de autoestima, del valor de decidir por sí

mismo, de aceptar la libertad como opción para actuar responsable por sí y solidario

con los demás. Se sufre ansiedad, un miedo constante a salir de la situación de estar

controlado, vigilado, preso. Como en el síndrome de Estocolmo los rehenes se sienten

más seguros con sus captores que volviendo a la libertad. Mientras más dure estar

dentro de la cárcel más difícil es volver a incorporarse a la sociedad.

En estos pocos días desde que asumió la presidencia de Argentina Javier Milei, la

preocupación periodística y de la sociedad toda es a cuánto se irían los precios de los

que están presos, en particular el del dólar. No aceptan la realidad de lo que vale cada

cosa. Se engañan en que el valor lo fija el gobierno. Si así fuera, lo óptimo sería que todo

valiera cero por decreto. Mistifican que el gobierno es responsable del poder

adquisitivo. En realidad, atentó contra la producción y generó una artificiosidad maligna

que infló un globo hasta que explotó. Dependen de que los informativos les instruyan

que van a disponer los políticos sobre sus vidas.

No pueden soportar que sean ellos mismos los que decidan si el precio que les ofrecen

es razonable a su economía. Reniegan que la única solución es que no les roben parte

de sus ingresos. Le asignan al político el poder de fijar SU poder adquisitivo. Se “comen

la pastilla” de que éste puede establecer cuánto vale el dólar, cuánto vale el pan, la

leche, o la carne. El síndrome de que dependen del gobierno para vivir. Perdieron el

poder de decidir si lo que les ofrecen tiene un precio razonable por sí mismos. Invierten

que lo que el político les está fijando es en realidad el valor de su salario, de sus

ingresos, de su capacidad de comprar, y les crea, artificiosamente, la imagen de que

les cuida los precios”, mientras les roba con inflación el poder adquisitivo de la

moneda. Les engaña con que les fija los precios por decreto.

El síndrome queda palmariamente evidente cuando el presidente Milei les hizo una

relación detallada de la herencia catastrófica recibida del gobierno anterior: una hiper

inflación que si no se corrige podría llegar al 15.000 %. Brutal endeudamiento que la

artificiosidad política les robó; sacrificio duro de no aceptar que los precios son

ingobernables, salvo por su propia decisión de valorar lo que les ofrece quien trabaja

para darles lo mejor al mejor precio posible: el que marca el mercado consumidor. Nointernalizan, que el gobierno debe hacer que vuelvan a regirse por la oferta y la

demanda SIN INTERVENCIÓN ALGUNA DEL POLÍTICO GOBERNANTE. Tantas décadas de

sentir que el gobierno podía definir el valor de los bienes y servicios, precios justos,

cuidados, cepos, detracciones, retenciones, compra regulada, prohibiciones, que como

dice el tango… ME QUEDÉ SIN FE.

El argentino no puede salir de la cárcel mental, que en la feria el comerciante sin

intervención alguna fija el precio de los productos que ofrece según el interés y la

capacidad adquisitiva del consumidor. Que el precio administrado por un político

subsidia a los ricos y castiga a los pobres. El dinero que artificialmente se le garantiza

para comprar barato le cuesta carísimo a las clases subsumidas en la pobreza; la

inflación destruye el valor del magro ingreso que consigue. Y destruye al comerciante.

El «control de precios» es la restricción comercial impuesta coactivamente por el

gobernante; el poder de administrar íntegramente los recursos, subsidiando, dando

dádivas, haciendo crecer la nómina del Estado como forma de recompensar servicios

políticos o personales, y colusionar con los privados. El gasto público impúdico fue

crudamente expuesto cuando la exigencia de presencialidad a los funcionarios públicos

llenó las oficinas de los que nunca las pisaban, pero cobraban.

A pesar de que todos disfrutamos las ventajas del capitalismo, de la especialización en

la producción, del comercio, sus virtudes éticas y económicas siguen sin ser entendidas,

o son condenadas por el poder político para dominar. La intervención del mercado es

inmoral porque los precios son fijados coactivamente, violentamente, restringe la

libertad de acción de las personas, abusa de su propiedad privada. Ideas que tienen su

origen en sentimientos, deseos y prejuicios colectivistas, igualitaristas, comunistas, que

destruyeron a quien produce generando desabastecimiento. La riquísima Argentina es

la prueba irrefutable.

Ningún control de precios puede mejorar la economía. Sirve para que los políticos

capturen algunos votos. La ideología que sirve a los especuladores subyace en que el

gobierno aumenta el salario mínimo o fija precios máximos al alquiler de viviendas.

Probadamente restringe o hace desaparecer la oferta. El establecimiento de precios

máximos sólo trae consigo la pérdida de calidad del producto, su escasez, o un precio

mayor en el mercado negro, impide nuevos emprendedores y nuevas inversiones que

hubieran reducido dichos precios. Las empresas privadas evitan arriesgar su propio

dinero

El país caro por distorsión de precios: gasto ineficiente.Lo que está detrás de todas las ficciones políticas de corregir precios y salarios es en

definitiva encubrir el gasto público abusivo, incorregible, y corrupto. Los precios

privados son distorsionados por los precios públicos, por multiplicar impuestos

nacionales, departamentales y regulaciones excesivas que suman costos. Igualan a

todos en el expolio de sostener un Estado abusador. Con tal carga pública,

endeudamiento e inflación, servicios públicos caros, cada vez peores, se traslada ese

costo de ineficiencia a los precios privados. La gente soporta aumentar o mantener

funcionarios innecesarios, inútiles, que hacen al PAIS CARO. Deberíamos entender que

es la receta empobrecedora del estancamiento productivo que viene del gobierno

frentista que propone “mejorar” multiplicándola.

La única forma comprobada de mejorar el poder adquisitivo es que el Estado no recorte

los salarios y jubilaciones cargándolos con impuestos para malgastarlos. Cuando el

gobierno destruye recursos que produce la economía privada está atentando contra la

calidad de vida de los ciudadanos. La felicidad social depende del crecimiento

económico; y el crecimiento económico requiere que no se les robe a quienes trabajan

con un gasto público insoportable. Para salir de la adicción al gasto la única solución es

el sacrificio fiscal y la normalización del valor de los productos, sin subsidios explícitos o

implícitos que benefician a los ricos y oculta la corrupción generalizada.

Un ejemplo rampante del síndrome del preso está en la UDELAR. Solo el 27% de los

estudiantes salvó, al menos, una materia por año, y el resto estuvo al menos un año, o

más, sin lograr aprobar nada, lo que se considera “fracaso académico”. Es un altísimo

costo sobre los precios, que piden más esfuerzo a la sociedad, que no puede reducir la

pobreza.

Lo gratis no existe. Ni precios regalados, ni educación gratuita, ya deberíamos

habernos dado cuenta. Salir de la prisión de la mentira política de que nos va a

mejorar la vida. La vida ayer, hoy y mañana depende únicamente de nuestros

talentos, nuestras virtudes y nuestro esfuerzo. Quienes creen que practican la justicia

social únicamente le han robado el presente a los que trabajan y el futuro a los que

vivirán en una sociedad reprimida, en el carcelaje.

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